sábado, 21 de mayo de 2016

Un poema al uso


Este poema no
es un poema
al uso,
sólo un reflejo
de la infinita y
misericordiosa
fuerza que da:
                       pies al guepardo
                       sombra a la acacia
                       brillo al granito.

Este poema
no reza en
ningún templo
ni se arrodilla
en los palacios
ni bebe el agua
de la vida eterna...

Mas rinde culto
al nuevo
             sol de mayo
y danza con
la luna llena
y ríe,
             oh sí,
             cómo se ríe,
en las esquinas
de las ruinas
                      blancas.

Este poema vibra,
piel tensada,
con la memoria
de los ganaderos
que de oeste a sur
cruzaban las montañas
para alcanzar
el cereal del llano.

Pero no es eso
                         no es eso
                                      ni eso
                                                   ni esto.

Este poema no
sabe demorarse,
sólo se desnuda
como una flor
en el estanque
cuando
                tú
                       soplas...

(Croar de ranas).

De todos los poemas
ya iniciados
y todos los
poemas
que aún han de empezar,
el más extraño
será este poema
que nos deja
con la miel
en los labios
                    (quizás)
y el ánimo
perplejo

porque termina aquí.

Fotografía 
Piscina natural del río Ladrillar, en Las Hurdes. Tomada de aquí.

viernes, 20 de mayo de 2016

Quadra-Salcedo, en los 80

Miguel de la Quadra-Salcedo, a punto de cumplir
80 años, fotografiado por Claudio Ávarez para El país.
Acabo de enterarme del fallecimiento de Miguel de la Quadra-Salcedo, tal vez el penúltimo gran aventurero español. Hace cuatro años, al cumplir él los 80, le dediqué esta entrada que ahora
rescato como homenaje (y aun a costa de llevarle la contraria a lo que el primer párrafo dice). In memoriam.

No faltan a diario aldabonazos sobre la puerta del tiempo. Avisos reiterados y precisos que alertan de lo inverosímil de su fuga. Por fortuna, no siempre estos reclamos provienen de la sección necrológica, ese inevitable repertorio de ausencias que no cesa de mostrarnos cómo se cumple a rajatabla la sentencia que tantos viejos relojes llevan grabada en el redondel de sus horas: «Todas hieren, la última mata». El golpe de conciencia de la fugacidad viene hoy de la mano de Miguel de la Quadra-Salcedo, que este viernes* último de abril cumple 80 años, como acaba de recordar Juan Cruz al entrevistarle en El país. 

No sé si a los jóvenes de hoy el nombre de MQ-S les dirá mucho, aunque por su continua vinculación con la ruta Quetzal se ha movido con envidiable soltura entre la generación de quienes podrían ser sus nietos.  Para los que nos criamos, televisión mediante, a los pechos de la loba en blanco y negro domesticada por Félix Rodríguez de la Fuente, don Miguel es uno de los pilares indiscutibles de la aventura.  La encarnación ideal de una forma posible de vida que tenía la dimensión épica como referencia de fondo.

Junto con el carismático «amigo de los animales», de carácter tan vivaz como autoritario, y el aguileño César Pérez de Tudela, al que imagino siempre encaramado en alguna cima de hielo inexpugnable, MQ-S completa una tríada mítica de sonora nominación cuyas principales evocaciones remiten al territorio de la juventud, ese espacio que cuando se transita por él parece inacabable.

Conocí y traté fugazmente a  MQ-S en la segunda mitad de los años ochenta, cuando él tenía más o menos la misma edad que tengo yo ahora. Ambos estuvimos embarcados en un libro-objeto (eso que los anglosajones suelen llamar un coffee table book), muñido por Ramón Tamames, esponsorizado por el Camel Trophy y editado por el sello Salvat Libros, del que entonces yo era editor . Se publicó con el título de El Libro de la Aventura, incluía colaboraciones exclusivas de Asimov, Carandell, Umbral, Vázquez Montalbán o el propio Tamames, entre otros, y Miguel de la Quadra actuó como padrino en su salida a la luz.

De aquella circunstancia recuerdo bien,  además de la extrema cordialidad de Miguel Q-S y cómo se acentuaba en la distancia corta su porte a lo Indiana Jones, el mal rato que nos hizo pasar a los responsables de la edición al poner de relieve, con tacto pero sin ambages, que una foto de los enterramientos de los toraja en la isla indonesia de Sulawesi (los llamados tau-tau) se nos había escapado invertida, de modo que los muertos en efigie que en ella se representaban aparecían cabeza abajo, quizás porque a la maquetista le pareció que de esa forma resultaba más evidente que eran muertos, y el editor, que también escribió los largos pies explicativos de la obra y la crónica del evento tomado como excusa para urdir el volumen (el Camel Trophy celebrado en Madagascar), se despistó al revisar pruebas y ferros... Curiosamente, era la última foto de la obra. Y ahí sigue.


Arriba, la página del libro mencionada en el texto.
Abajo, la foto tal como hubiera debido aparecer.

Que Miguel de la Quadra cumpla 80 años me parece, ya dije, tan inverosímil como reconfortante. Reconforta poder alegrarse con él y decirlo, aunque sea a distancia y como al vuelo de las veleidades de la memoria, que nos dicta, si no la absoluta fidelidad de cómo fueron las cosas (hipótesis siempre sometida a revisiones), sí las huellas perdurables de cómo las vivimos.

Felicidades, don Miguel, y gracias por haberle prestado cuerpo real  a algunos de nuestros sueños. Ah, y por dar pie a que las efigies de los difuntos toraja recuperen, veinticinco años después, la verticalidad de su condición de vigilantes más allá de la muerte.

*Al parecer, y según apunta su biografía en Wikipedia, el cumpleaños no es el viernes 27, como dice Juan Cruz en la entradilla a su entrevista, sino el lunes 30.


Rescatado de los Arcones de La Posada.
Primera publicación: 27/04/2012.

martes, 17 de mayo de 2016

Las calles

Decíamos ayer... 
(Bueno, han pasado ya cinco años, nada menos que un lustro, ¡quién lo diría!
Pero, básicamente, lo seguimos diciendo. 
Un poco menos jóvenes, ja. Y también más cargados de razones.)


No hay que darle muchas vueltas a las palabras para estar a favor de los que están en contra.
Son precisamente las palabras las que comienzan a darse la vuelta cansadas de estar en contra de sí mismas.
La cuestión está en las calles
De momento, más festivas que agresivas. 
Excitadas no tanto contra el sistema como contra sus mentiras, 
contra la burla de los que Ni ahora Ni acaso nunca 
se darán por aludidos. 

¿Alguien sabe dónde se encuentra la delgada línea roja
que separa el desorden ordenado del caos?


Mosaico interactivo de imágenes: # 15-M # Democracia Real Ya, tomada del blog Edén.


Entrada rescatada de los Baúles de la Posada
Primera publicación: 17/05/11, a las 20:20

sábado, 14 de mayo de 2016

Lluvia nocturna*



Qué sorpresa, palabra, tu sencillez al vuelo,
el ala que de pronto golpea en el cristal
y pone en guardia a todas las vírgenes prudentes
con nada más que el leve chispazo de un candil.
Porque en la lejanía de los libros usados
y en sus oscuros nombres llenos de laberintos
hay un sueño ligero que la noche me trae
para unir el goteo de su voz a mi voz.
Queda del día un rastro de ceniza oloroso
y muecas sibilinas de torvos personajes
y está la idolatría de los pueblos sin sangre
y los enigmas acres que arrastra el huracán.
Y son señales todas de un cielo asaeteado
por los revoloteos de murciélagos drones
que astillan las pantallas de los cubiles tristes
como una extraña forma de ponerse a llover.

Imagen de autoría desconocida. Tomada de aquí.


* Superados los efectos del Viernes 13 y su poder corrosivo, aquí está la versión restaurada del poema. Disculpen el desconcierto, si lo hubo. Y gracias, como siempre, por la atención.

viernes, 13 de mayo de 2016

Nuvia llocturna


Qué sorpresa, palabra, tu sencillez al vuelo,
el ala que de bronco colpea en el gristal
y pone en guardia a todas las vírgenes prudientes
con nada más que el leve pischazo de un dancil.
Porque en la liejana de los lorbis usados
y en sus oscuros nembros llenos de laberintos
hay un sueño gilero que la necho me arte
para ruin el goteo de su voz a mi voz.
Queda del día un copo de cineza orolosa
y muecas bisilinas de porsajenes trovos
y está la toiladría de los buelpos sin sengra
y los gimanes acres que astrarra le harucán.
Y son laseñes todas de un cielo asaeteado
por los retoloveos de muciérlagos drones
que astillan las panllatas de los cubiles tristes
como una extraña morfa de ponerse a llover.

Imagen de autoría no conocida. Tomada de aquí

miércoles, 11 de mayo de 2016

Exoplanetas interiores


La mareante realidad de ahí fuera. Con sus al menos seis caras.

Se me ocurría antes una frase llena de bucles reticentes, con ese supuesto equilibrio basado todo él en la más escéptica de las posturas, que por definición nunca se agota a sí misma. Tan improbable o incluso falsa, en suma, como ese escepticismo fundamentalista (o fundamentalismo escéptico: albardas intercambiables para el rucio del pensamiento) que consiste en dar un paso en una dirección, mientras se apunta urgente la posibilidad de ir hacia el lugar opuesto. O, con mayor propiedad, hacia otra dirección que tampoco parece ser la definitiva y que de inmediato engendra su reflejo neurótico. Y así hasta crear el dibujo real, pura ilusión, de los círculos concéntricos y su danza derviche. No debe de ser muy distinta la experiencia real de la locura, salvo por el dolor.

Pero toda esta indecisión se contrapone con los datos exteriores de la conciencia (aunque, una vez percibidos y asimilados, ninguno lo sea). Datos que nos informan, por ejemplo, de que se acaban de descubrir varios centenares de exoplanetas nuevos, de modo que el cálculo de este tipo particular de cuerpos celestes ha sufrido un aumento no sólo mareante sino literalmente inasumible. Veamos si no: «Si se extrapola el número de planetas de este tipo detectado hasta el momento a la población de estrellas conocidas, la conclusión es que probablemente existan decenas de miles de millones de planetas habitables en toda la Vía Láctea...».

Puestas así las cosas, produce un magro consuelo (¿de qué?) y una confortable sensación de cercanía, casi intimidad, comprobar que el concierto de AC/DC en Sevilla logró el éxito esperado, sin sorpresas pero todavía con vigor. O que Woody Allen acudirá a Cannes para estrenar su nueva película, y que así la realidad pueda aguantar un año más. O que esté a punto de saberse que le darán el premio Princesa de Asturias de las Artes a Núria Espert, y en el escaparate de proyectos de la mente ya se ha iluminado un rótulo expresivo: «La Espert o el Teatro». Un consuelo, ya digo, que es eso: suelo, tierra firme, frente a la fuga vertiginosa en que, si de verdad nos paramos a pensar (pero rara vez nos paramos a pensar), se va convirtiendo sin remedio nuestro cerebro, como una melodía que nunca se alcanza.

Y tal vez sea aquí donde el escepticismo fundamentalista opere su mejor paradoja y se muestre capaz de segregar la más eficaz terapia. La que nos libra de la pegajosa impresión de que todo pueda ser el sueño de un insecto evolucionando bajo los vapores tóxicos del más poderoso de los gases letales: la imaginación.

Hay días en los que resulta muy fácil comprender a Kafka.


(Tiempo contado, 11 mayo de 2016, 11:01)  

Imagen superior tomada de La Entrada Secreta.
La imagen inferior procede de aquí.

lunes, 9 de mayo de 2016

Manuel Vicent: la vuelta al ruedo


No hay signo más claro de que san Isidro está a la vuelta de la esquina que la aparición en El País del artículo antitaurino de Manuel Vicent. No sé con exactitud a cuándo se remonta el primero (¿1981?), pero tengo la sensación de haberlos leído durante toda la vida. Mucho antes de que el ecologismo prendiera —aunque todavía poco— en el sentir común, y cuando aún faltaba un mundo para que dejara de ser una extravagancia hablar del «derecho de los animales», Vicent llegaba puntual, en los primeros días de mayo, con la campana bien afinada de su prosa levantina, a conjurar la sangre que iba a derramarse en el coso de Las Ventas. Y, con ella, la de todas las fiestas sangrientas que a partir de ese momento se disponen a encarar su apogeo estival, tras el aldabonazo de la feria taurina más larga e importante del planeta.

Supongo que alguien habrá tenido ya la buena idea de recopilar estos escritos y no sería extraño que sobre ellos se haya llevado a cabo un estudio de estilo para poner de relieve cuántos modos diferentes hay de venir a decir lo mismo, sin caer nunca en la fatiga del estereotipo y sin darse por vencido frente a la inutilidad práctica del mensaje. Tan pronto como tenga un rato libre, me pondré a indagar sobre estos extremos, de los que a buen seguro la red alberga capturas ciertas.

Hoy, al volver a encontrarme en el papel con la columna isidril de Vicent, se me ha abierto de nuevo, pero tal vez como nunca, la flor de la paradoja. Es el estado de perplejidad que siento siempre que se me plantea en la conciencia la polémica de los toros. No encuentro razonable ningún argumento para excusar el sufrimiento animal. Y estoy convencido de que, como apunta Vicent en su último clarinazo, la fiesta de los toros toca a su fin. No será de inmediato, pero sus días están contados.

La contradicción, sin embargo, surge cuando pienso en todo lo que sin la tauromaquia nos habríamos perdido. Lo primero, unas cuantas páginas del diccionario llenas de metáforas brillantes. Y, en la sabia mezcla de ellas, todo un género literario, a cuyo lado ha ido creciendo una muy interesante obra periodística, que va desde los míticos artículos de mi paisano Gregorio Corrochano hasta las inolvidables piezas maestras del gran Joaquín Vidal, con el que Vicent, por cierto, más de una vez sostuvo algún épico «mano a mano». Por no hablar de tantos libros, como el excepcional Belmonte de Chaves Nogales. O el inolvidable poema de Lorca dedicado a Sánchez Mejías. O incluso algunos de los romances que mi viejo amigo Rafael Duyos dedicó a destacadas figuras del toreo. Y, en fin, toda la extensa nómina de obras de arte en tantos campos de la expresión humana: pintura, escultura, música, cine. Y, ya dentro del aspecto innegable que el propio toreo tiene como arte, algunos momentos de una belleza que no son fácilmente explicables: pura «música callada», que dijera Bergamín.

Y, para mayor inri, sin los toros y sin la feria de san Isidro, nos habríamos perdido la insustituible cita de estos artículos que desde hace tanto ordenan con tan buen pulso los días de mayo.



Fotografía superior: Manuel Vicent en Dénia, en 2011, © Jesús Ciscar/El País
De la inferior, no he podido localizar el autor. La he tomado de aquí.

jueves, 5 de mayo de 2016

Lo ignoto ya lo noto


Este modo sutil con que pretendo
decir lo que no pueden las palabras
es un fondo sin pozo donde el agua
refleja la esperanza del momento.

Y es también el recodo en el que escondo,
diciendo sin decir, eso que buscas:
hipo escrito, lector. Llaves. Qué injustas
son las horas robadas a lo ignoto.

A lo ignoto, al secreto, a la insurgencia
de todos los fantasmas e invivibles
deseos que nos minan desde adentro.

Pues sólo así, sin cautivar la pena
de sorbernos sin fin, tan infelices,
podremos darle vida al, lector, muerto.

Fotografía anónima. Tomada de aquí.

martes, 26 de abril de 2016

Lectura en Talavera

Presenta: Antonio del Camino


Patria: banda sonora


En la posible banda sonora de Patria, la aclamada novela de Aramburu, la canción «Txoria txori» ocupa algo más que un papel relevante. No sólo da título a uno de los capítulos clave en el desarrollo de la trama (el 101) sino que, en una especie de uso cinematográfico o multimedia de recursos, proporciona el clima emocional preciso para captar el trasfondo sensorial de lo que se está contando: pone el color dominante del paisaje de la narración.
Supongo que no habré sido el único lector que, al ver mencionada la canción en la novela, haya echado mano del móvil u otro soporte para escucharla. Me da la impresión, además, de que en cierto modo el autor/narrador cuenta con eso, con su escucha por parte del lector, de forma que a partir de la irrupción de esta dulce, envolvente, melancólica y, cuando se descubre el significado de la letra, también profunda melodía, la obra se abre hacia un significado más intenso, hacia al corazón de la contradicción profunda, y la irremediable tristeza, en que vive una sociedad que un día se dejó convencer, o admitió en silencio, que un pájaro podría volar con las alas cortadas.

viernes, 22 de abril de 2016

Voces no sono

Santiago de Cerreda, Ourense. Foto de Ana.


Ás veces veñen voces
e fálanme no sono
como si non soubesen
co seu tempo pasou.
A súa musiquiña
soa como si fose
un aire cheo de maxia
que se achega ata min.
Non saben que están mortas
nin que eu durmo. É así
como quizais me falan
as xentes que viviron
no mismo sangue meu.

Os días de esas noites
teño visto, ó redor
das horas máis valeiras,
algúns raios de luz.
E, remuiñando niles,
miúdas criaturas
de po que se esvaecen
si achego a miña man.

Serán eses os átomos
de aqueles brancos corpos
de roxiños cabelos
e paseniño andar
que se sabían ramos
das árbores da vida
e non dan esquecido
cun día foron ollos
e aínda queren ver
qué vai sendo das cousas
camiño do solpor.

Ás veces veñen voces
que me falan en soños
e fan co tempo un nó.




martes, 19 de abril de 2016

No me gusta su estilo


Pues no, míster, no nos gusta su estilo. Que quede claro. El error cometido el otro día, al chafardear con el apellido de un profesional que había hecho una pregunta del todo pertinente, podría explicarse por lo profundo de la cornada, apenas disimulado su dolor con esa suficiencia dizque irónica, tal vez sólo risible, de que «me gustan los retos». Como si la caída libre casi inaudita de este Barça irreconocible obedeciera a un programado «más difícil todavía». Algo que, obviamente, no se lo puede creer nadie. Podemos entender la ofuscación del momento. Lo que es inexplicable, y acaso marque un punto de no retorno en la pérdida de prestigio de un entrenador hasta ahora sólo polémico, es este empecinamiento en el error, el profundo mourinhismo de la peor estofa, y que ya ni el titular del exceso practica, y que ahora, por esas cosas que tiene la vida, y más las que se dirimen en torno a los caprichos de una vejiga llena de aire, parece haberse aposentado en el banquillo blaugrana. No es sólo que no nos guste su estilo, míster: es que eso no es un estilo, sino pura zafiedad.

domingo, 17 de abril de 2016

Vida aparte


                    La vida está en otra parte.
                    Vida en parte está la otra.
                    Está la otra vida en parte.
                    En la parte está otra vida.
                    Otra vida está en la parte.
                    Parte está en la otra vida.

                    La parte está en otra vida.
                    Vida la otra está en parte.
                    Está la otra parte en vida.
                    En la vida está otra parte.
                    Otra la parte está en vida.
                    Parte la vida está en otra. 

                    La vida otra está en parte.
                    Vida la parte está en otra.
                    Está vida la otra en parte.
                    En la otra parte está vida.
                    Otra está la vida en parte
                    Parte está la vida en otra.

                    La vida parte está en otra.
                    Vida está en la otra parte.
                    Está parte en vida la otra.
                    En la otra vida está parte.
                    Otra parte está en la vida.
                    Parte la vida está en otra.

                    La parte otra está en vida.
                    Vida en la otra está parte.
                    Está en parte la otra vida.
                    En vida está la otra parte.                    
                    Otra está parte en la vida.
                    Parte en vida la otra está.

                    La vida está parte en otra.
                    Vida en la parte otra está.
                    Está en vida la otra parte. 
                    En parte está la otra vida.  
                    Otra la vida está en parte.
                    Parte vida está en la otra.

Fotografía tomada de aquí.

viernes, 15 de abril de 2016

Camino Soria



La dimisión tardía pero finalmente imposible de evitar de este hombre que suele levantar nerviosamente los hombros cuando entre lo que dice y lo que sabe se produce la discordancia de la mentira, me ha recordado, también a mí, le vieja canción de Gabinete Caligari. A su título bien podríamos darle una vuelta para confeccionar un letrero y ponérselo delante de los ojos a más de un político y política, para que tomaran nota: «Soria, tu ejemplo nos señala el camino». Entre las consecuencias favorables de esta dimisión no es la menor esta oportunidad que nos brinda de regresar al siglo pasado y a melodías que siguen conservando su frescura, y a imágenes de nuestra aún palpitante juventud. Por esto, exclusivamente por esto, señor exministro, gracias. Y buen viaje. 

martes, 12 de abril de 2016

Un rostro en el paisaje


Para inventar lugares nuevos
sobre paisajes conocidos
y dibujar rostros serenos
en la secuencia de la vida,
toma la luz que aún ilumina
el interior de las palabras
y ponla encima de la mesa:
que pueda verse y haga ver.

Luego, desanda la escondida
vía empedrada de los signos
y mientras borras tus pisadas
escucha el hueco de su voz.

Ese será el lugar nuevo.
Y ese tu rostro. Al fin, fundidos.

Paisaje que esconde un rostro (y viceversa). De autor desconocido. Tomado de aquí.

viernes, 8 de abril de 2016

Sílvia Pérez Cruz o la alegría


Acompañada por un quinteto de cuerda, con el que entabló durante casi dos horas ininterrumpidas un hermoso diálogo repleto de matices, Sílvia Pérez Cruz llenó de belleza, emoción y alegría la abarrotada sala de cámara del Auditorio Nacional de Música, en Madrid, el pasado viernes (24 de enero 2014). La cantante catalana, que une en su genealogía y, sobre todo, en su música influjos y cadencias de procedencia muy variada, desde el flamenco al jazz, de la habanera al bolero, sin olvidar el fado y los aires galaicos, es dueña de una voz extraordinaria, una de las más dotadas de nuestro abigarrado panorama musical. Pero, además, lo que demuestra sobre el escenario es una capacidad de interpretación en la que participa todo el cuerpo, y en la que cada nota tiene detrás un gesto auténtico, una forma de vivir la música que está llena de verdad. Con todo, lo más destacable de esta bellísima mujer habitada por un ángel en estado permanente de gracia es que su voz, con independencia de que el asunto de la canción sea dramático o triste, incluso trágico, siempre transmite una gran alegría. Una alegría que cura. Y a la que le veo un inmenso valor práctico, de poder fáctico incluso. Lo pensé la primera vez que la oí y el paso del tiempo no ha hecho sino reafirmar mi impresión: buena parte de los problemas políticos que afronta España estarían más cerca de solucionarse si fueran abordados desde la mezcla sensible de corrientes vitales que hace posible el arte de Sílvia Pérez Cruz.

(Tiempo contado, 28 enero 2014, 22:30 h)

Foto: Clara Bellés. Tomada de aquí.



jueves, 7 de abril de 2016

Gónghoras


Con tan sólo decir: «música oculta»,
salen como de un gong horas sonando
contra el fragor del día por ver cuándo
hiere a la aurora la hora más inculta.

Y poco más que carne aún insepulta
quedará vivo si se va secando
al aire y sus secuelas el nefando
circunloquio de tanta voz estulta.

Ya sólo letanías o rarezas,
fervores que se visten de antiguallas,
se escuchan a las puertas del Congreso.

La Realidad murió con los canallas.
Y tú, votante insomne que aún le rezas,
la ves hundirse por su propio peso.

Fotografía de autor no identificado. Tomada de aquí.

martes, 5 de abril de 2016

Mecano+grafía

             Cada cinco de abril,
             la vieja máquina de escribir
             acierta a dibujar su mensaje
             repiqueteando sobre el papel
             al ritmo de la luz más clara.



+

viernes, 1 de abril de 2016

Liebre de abril


ARBIL SONRÍE, REÍR NOS LIBRA.

(AJR: 5:23; Palíndromos ilustrados, XLVIII)


Ilustración © Yaelumba.

jueves, 31 de marzo de 2016

La música de las esferas

La asociación entre música y astronomía se comprende bien con sólo levantar los ojos hacia el cielo en una noche estrellada. O, también, considerando la figura de algunos personajes de la historia como William Herschel, compositor y astrónomo, al que se debe, entre otros hallazgos, el descubrimiento del planeta Urano y de algunos cuerpos celestes tan prodigiosos como la Nebulosa del Velo. A media tarde, un tuit de la revista Muy Interesante ha llenado de belleza mi espacio de trabajo y las pantallas de la Posada. Enseguida he pensado qué interesante podría ser, también, ver estas imágenes acompasadas con la música de Herschel. Como suele ocurrir desde que Internet conforma el mundo, no tardé en comprobar que ya alguien lo había pensado antes. Aquí queda constancia de ello. Con un infinito agradecimiento por tanta belleza.




miércoles, 30 de marzo de 2016

Levedad


No te diré mi nombre
para que no te asustes.
Para que no estés triste
cantaré para ti.
Mi canción es sencilla
como un barco chiquito
que ni siquiera sabe
que sólo es de papel.
No tengas miedo nunca.
Pero si tienes miedo,
toma mi mano, aprieta
tu mano junto a mí.
Yo soy la que podría
curarte de la vida.
Pero a mí ¿quién me cura?
También yo sé temblar.
Yo soy el que vigila
tus ojos cuando duermes
y estoy junto a tu cama
en cada amanecer.
No te diré mi nombre,
quizás tú ya lo sepas.
Los dos sabemos tanto…
¡Ahora toca vivir!

Procedencia de la imagen: © Paula G. Furió



Rescatado de los Arcones de la Posada.
Primera publicación: 8 de mayo de 2009; 22:51.  Hora de verano de Europa Central.

martes, 22 de marzo de 2016

Al azar del viento



Frutos
Recogí contigo los frutos del azar.
Contigo del azar recogí los frutos.
Los frutos contigo recogí del azar.
Frutos del azar los recogí contigo.
Del azar contigo recogí los frutos.
Azar del contigo los recogí frutos.


Hojas
Lo que la gente llama casualidad.
Que la gente lo llama causalidad.
La gente lo llama que casualidad.
Gente que lo llama la causalidad.
Llama lo que gente la casualidad.
Casualidad la gente que lo llama.

                                      


Imagen, de autor no identificado, tomada de aquí.

sábado, 19 de marzo de 2016

Una hora, todas las horas

Luz apagada
la Hora del Planeta
en la Posada.

Un años más, sin otra convicción que la de creer aún en el poder de los símbolos para avivar la consciencia, en la Posada nos unimos a esta iniciativa global que al menos debería servir para poner en primer plano nuestra responsabilidad, individual y colectiva, en la salud de la Tierra. 
Curiosa coincidencia que el Día del Padre sea en esta ocasión el elegido para acordarnos de nuestra Madre.

jueves, 17 de marzo de 2016

La tos


Mientras trato de leer un artículo que apela a una muy peculiar concepción de la belleza, sufro un golpe de tos que conmueve todo mi edificio corporal, desde los cimientos a la azotea, con especial repercusión en las cajas interiores, ascensores, conductos de suministro y desagües. Esta experiencia de la tos es conmocionante, incluso conmovedora. En su advenimiento, quizás porque la expectoración remueve a fondo limos arraigados, se produce un a modo de vaho que huele, claramente, a enfermedad. O, con más exactitud, a atmósfera oprimida. Gases aprisionados por sus moléculas más pesadas que, además de lastrarles la volatilidad, hacen que se fijen en zonas corporales rastreras, donde se mezclan con todo tipo de residuos. Todo lo que en el cuerpo es resultado de las imperfectas combustiones. O también, lo que la alteración del proceso industrial del buen funcionamiento del edificio produce como resto no asimilado ni asimilable, pura filfa con su hedor gratuito. Y, sin embargo, en esta experiencia mórbida de la tos convulsa hay también un atisbo de realidad superior, cierto camino al trance. Ecos, tal vez lejanos pero sin duda existentes, de un movimiento derviche que traen a la memoria, y al paladar del alma (nada menos), una pizca del sabor de la melopea mística y la textura olorosa de un vuelo de incienso, sin duda algo rancio, pero todavía penetrante. Un aroma que se apodera de las papilas y los poros y, antes de que haya podido darme cuenta, me recuerda que ya está a punto de comenzar, en un nuevo ciclo del carrusel cada vez más vertiginoso, la semana de pasión. 

(Tiempo contado, 17 marzo 2016, 10:04 h)


Imagen superior, de autor desconocido, tomada de aquí. 
El supuesto parecido con un retrato infantil de Íñigo Errejón es infundado.

lunes, 14 de marzo de 2016

Rumores infundados

Cercanías del mar (Menor). ©  AJR, 2014.

Podría decirse, por la luz, que ayer fue el primer día de la primavera. Aunque la noche fría, casi heladora, lo desmintió. Como se ve, también en la naturaleza hay rumores infundados. 
Estas observaciones nos reconcilian con el deseo de entender la vida en todos sus extremos. Y no sólo desde el punto de vista humano, demasiado humano. Porque todo ocurre de la misma manera y sólo las variaciones pueden dar cuenta de lo que podemos aspirar a comprender.

(Tiempo contado, 14 marzo 2016, 11:41)

jueves, 10 de marzo de 2016

Lætitia Jarry


Si yo digo que tenemos una reina que no nos la merecemos, ustedes pueden entender lo que les plazca. Aquí, donde cae la hojarasca. O en la corte monegasca. Como prefieran. Pero lo que sí es real del todo es que tenemos una reina a la que no acabamos de comprender bien. O que quizás no sabe explicarse, por más que sea, haya sido, una profesional, y acreditada, de la comunicación. Veamos, por ejemplo, esos eseemeeses que ha desvelado el diario.es y en los que doña Lætitia da pruebas de ser poseedora de un estilo entre naif y acanallado en las distancias cortas expresivas, también entre cursi y campechano, cuando se trata de mandarle su apoyo de colega a un al parecer buen amigo de juventud, además de, según cuentan algunas crónicas, cómplice necesario para que ciertas citas premonárquicas se lograran y se mantuvieran en la intimidad. Nada del otro mundo. Ahora bien, lo que más llama la atención en su texto son esa «mierda» castellana y, muy especialmente, el «merde» francés, que brillan como joyas léxicas en pleno centro de los mensajes. Sospechábamos que Lætitia no es ni podrá ser nunca una reina convencional. Pero pocos han caído en la cuenta de que lo que en verdad está haciendo aquí la soberana es citar nada menos que a Alfred Jarry, quien en su Ubu Roi, precisamente, rompió con todas las convenciones teatrales e hizo que un actor se adelantase hacia el público, y mirándole fijamente a los ojos, lanzase aquel «MERDRE!» que todavía resuena en la dramaturgia occidental. La reina, que es persona cultivada y, según cuentan, bienhumorada, sin duda estaba pensando en Jarry y se puso, expresivamente, en jarras. Lo suyo no era tanto un chatear a la patalallana como hacer un puro ejercicio de patafísica. Y eso es todo.

Caricatura tomada de aquí.

lunes, 7 de marzo de 2016

Yo estrené mi juventud (aunque hace ya tanto...)


Al conocer la muerte de Francisco García-Salve, más conocido como «Paco el cura», inevitable y melancólicamente me he acordado de este libro, Yo estrené mi juventud, el primero y único que leí de él, en los años de Salamanca, en el colegio-seminario de San Agustín, supongo que hacia 1967 o 1968. No recuerdo apenas su contenido, pero sí que su tono me pareció entonces muy moderno en relación con otros «libros de formación» de la época. Y que debía de estar en sintonía con los tiempos de aggiornamento (es paradójico cuánto ha envejecido esta palabra) que se vivían entonces en la Iglesia. Aires nuevos que, en buena medida, fueron los responsables del cambio ideológico que a partir de los años sesenta y setenta fue extendiéndose entre buena parte de los jóvenes que fuimos educados en la más estricta ortodoxia de una España en la que la Iglesia y sus estructuras educativas eran casi la única vía para acceder a la cultura, a través de una enseñanza que, pese a todas sus constricciones, tenía la virtud de que no impedía la capacidad de reflexión (ni de construir frases subordinadas).

En lo poco que recuerdo de esta obra, tal vez muy comparable a ciertos manuales de autoayuda que hoy tienen tanto éxito, el mayor acento se ponía sobre una especie de entusiasmo vivificante (ese era, creo, el adjetivo): un ejercicio de alegría basado en el mensaje del amor de Cristo que, a diferencia de otras ideas dominantes y castradoras, además de a menudo terroríficas, estaba planteado en sentido positivo, incluso eufórico, tal como indica la propia ilustración de la cubierta del libro.

Al lado de las enseñanzas que por entonces se nos inoculaban con rigor minucioso, en este y en otros libros similares, de autores como José María Cabodevilla o Michel Quoist, muchos adolescentes de aquella época encontrábamos algo distinto que nos resultaba muy atractivo: un tono en el que, frente a la terrible negritud de obras como Energía y pureza,  quizás el mayor tratado de sadomasoquismo que haya leído nunca (lo dice alguien que en su juventud posterior fue lector de Sade y de Sacher-Masoch), nos acercaban una cara amable de nuestra fe de entonces y, en ese sentido, nos ayudaban a sentirnos menos desgraciados. Y estaba, además, el estilo: un lenguaje de cierta calidez, apoyado en un tono directo y en metáforas estimulantes que incluso podían parecernos provistas de calidad literaria.

No sé hasta qué punto en esta obra de su etapa como pedagogo jesuita estaba ya presente algún atisbo del acento social y comunista al que García-Salve dedicó el resto de sus días, al parecer sin entrar nunca en contradicción con los fundamentos de su fe, salvo en lo tocante a los dogmas jerárquicos. Tal vez no fuera un asunto cuyo estudio esté carente de interés. Y más en estos tiempos en que la confusión ideológica no solo es notable sino que a menudo resulta difícil saber de qué se está hablando cuando se habla de ideología.  

Esta mañana, cuando la cita diaria de la muerte ha subrayado, entre otros, el nombre de García-Salve, en alguna zona de mi disco duro se ha encendido la frase que encabeza este post. Y con ella, esta reflexión inacabada y algo perezosa sobre un asunto que, si bien puede que no sea del todo indiferente a los asuntos que hoy se dilucidan en el debate (y combate) ideológico, de forma inevitable se consuma y se consume en la consabida pero inevitable conclusión del tempus fugit. Y cómo.

viernes, 26 de febrero de 2016

La red sideral


Al volver sobre sus pasos vio que las palabras, desprovistas de cuerpo y liberadas por fin de toda función significante, le hacían guiños a través de su punto de fuga como si lo invitaran a elevarse en el aire y a sumarse a su danza en la red sideral...

y la red isderal ne azna dusa a esra musa yeria el ne es rave le ana rativ ni oliso moca gufe dotnu pused sevarta soñi ugna icahel etna cifingis noic nufa doted nifrop sada rebil yo preu ced sat si vorp sed, sarba lapsale uq oivso sap su serbos rev lov la

y la red sideral zen anda a sua erasmus yeriale el enrevás elea varatini oli so moca gufe donut pus de sevar tao si ñungaí cha telena cifingis no cinufa doted finpro sada rebil yo pure cedsat si vorp sed sarbal aplasque oviso pas suserbos vervolla

Για βήματά του, είδε τα λόγια, στερείται σώματος και κυκλοφόρησε μέχρι το τέλος όλων των σημαντικών καθηκόντων, έκλεισε το μάτι μέσω του σημείο φυγής του, σαν να καλούνται να αυξηθούν στον αέρα και να ενταχθούν χορό της στο αστρικό δίκτυο

шақырылған болса, онда дененің айырылған және барлық маңызды функциясы соңына қарай шығарды, ол сөздерді көріп, оның қадамдарын қайталау үшін, ол ауада көтеріледі және жұлдызды желі, оның биі қосылуға оның жойылып нүктесі арқылы подмигнул

追溯他的脚步,他看到的话,缺乏身体和所有显著功能月底公布,他通过其消失点眨了眨眼,仿佛受邀在空气上升,加入她的舞蹈恒星网

Al vol verso bresus pas os vi o quel aspa labras des pro vistas de cu erpoy libera das por fin de toda función significante, leha cían guiños a travésde supunto defu gaco mosilo in vita rana el evarse en ela ire ya sumar sea su danza en la red sideral.

Y así say...

Luna llena y murales frente al viejo Foro de Carthago Nova. 
Foto © AJR, 2015.

martes, 23 de febrero de 2016

El 23-F, siete lustros después

La escalera del Palace en la noche del 23-F. Foto © Ricardo Martín.
Siete lustros después, frente a la pantalla gigante del cine Capitol, donde El País nos ha invitado al estreno de un documental que narra cómo se vivió en el periódico «la noche más larga de la democracia», la sensación que se me impone sobre todas las demás es esta: parece mentira que haya pasado tanto tiempo, ¡nada menos que 35 años!

Y es esa misma punzada, acerada por la contraposición física entre el antes y el ahora, la que sobrevuela la sala, casi al final de la proyección, mientras pasan los títulos de crédito y junto a fotogramas fijos de las personas que han reconstruido con sus testimonios la historia, la mayoría de ellas empleadas del periódico, pero también diputados presentes en el hemeciclo (Bono, Landelino, Margallo...), un alto militar, algún guardia civil, camareros del Palace, entre otros; al lado mismo, como digo, de esos planos fijos de los testigos (y testigas, que diría Chus Lampreave) se proyectan fotos suyas de aquel año. Imágenes que de forma inevitable señalan el paso, peso y poso de toda una vida. Y revelan, con toda su viva crueldad, las heridas del viaje. 

Creo que hacía cinco años que no me había vuelto a acordar, o apenas, del aniversario del que quizás sea el segundo hecho político más determinante del que guardo memoria (el primero, cómo no, fue el Óbito). Será el hechizo de las cifras redondas. Es probable que esta vez, de no mediar la iniciativa de El País, tampoco le hubiera prestado especial atención. En la cola de acceso al cine se voceaban, sin demasiada convicción y mientras Juan Luis Cebrián se apresuraba a subir a un lujoso automóvil, ejemplares de la edición que El País sacó a la calle aquella noche y que, como el documental citado subraya, también contribuyó a que la aventura de Tejero acabara convertida en una bufonada, aunque bien pudo ser una tragedia. 

En el documental, ese carácter casi sainetesco de la intentona queda de relieve con el ameno testimonio de Miguel Ángel Aguilar, tal vez el más distendido e inteligente de todos, junto con el de Bonifacio de la Cuadra. Con su particular manejo de la ironía, Aguilar narra cómo le propuso a un colega sorprender con una zancadilla a uno de los guardias civiles, para reducirlo, quitarle el arma y gritarle al coronel golpista: «¡Ríndete, Tejero, que han llegado los leales!».  Me hizo también ilusión (no sé si es la palabra exacta) ver y oír las precisas explicaciones del periodista Fernando Orgambides, antiguo colega del Johnny y de la Facultad de Ciencias de la Información.

En esta ocasión, además de volver  a revivir la incertidumbre y el miedo de aquellas horas, en las que en algún momento Sagrario y yo hablamos de marcharnos a Neuss, en Alemania, donde vivía toda su familia, he vuelto a caer de bruces sobre la foto de la escalera del Palace (arriba). Estaba proyectada a toda pantalla cuando entramos en la sala. En ella se ve a un grupo de periodistas y fotógrafos completamente entregados a la lectura del único periódico que salió a la calle en aquella horas (el Diario 16 lo haría bastante después, cuando la cosa estaba más o menos clara). Un periódico cuya portada, con una ambigüedad calculada, incluso desde el punto de vista tipográfico, anunciaba: «Golpe de Estado: El País con la Constitución». 

Desde hace años, en relación con esa foto me persigue una duda que tampoco en esta ocasión he podido despejar: la de si la persona con barba que aparece sentada hacia la mitad de la escalera, a la derecha (según se mira), es o no Ángel Luis Fernández, periodista talaverano, viejo amigo, muy cercano en la época en que ambos éramos estudiantes (incluso compartimos piso). Y fallecido de cruel enfermedad pocos años después. La foto ha sido documentada de forma minuciosa, como puede comprobarse en esta página, pero esa persona, que podría ser mi viejo amigo, continúa sin identificar.

Confío en que no tengan que pasar otros siete lustros para salir de dudas. Aunque, ahora que lo pienso, no sería un mal síntoma el poder seguir recordando, para entonces, aquellos tiempos que ya hoy nos empiezan a parecer remotos. Estaríamos nada menos que en 2051, mañana mismo como quien dice... 

sábado, 20 de febrero de 2016

Los días con Pancho

Pancho en Los Narejos, verano de 2014. Foto © Ángela Pinto.
No necesito hacer grandes cálculos para llegar a la conclusión de que Pancho, el perro de La Posada y mascota de la familia, es el ser vivo con el que más tiempo he pasado en los últimos quince años. Son los que él cumple precisamente en este 20 de febrero. Una edad que, si fuéramos a hacer caso de esos cálculos que tratan de encontrar equivalencias entre la vida del ser humano y la de otros animales, lo retrataría como un anciano más cercano a los ochenta que a los setenta. Lo que, sin ser del todo descabellado, no se corresponde con su todavía buen aspecto general, una elegante y hasta coqueta madurez, si bien no carente de achaques y de claros y latosos síntomas  de un lento pero perceptible declinar.

Si digo que Pancho es una de las mejores cosas que nos han ocurrido a la familia en este tiempo, puede parecer que estoy exagerando. Puede que sí. Pero también estoy diciendo la verdad. O no del todo: porque si algo tenemos claro a estas alturas –y seguro que quienes compartan su vida con un can estarán de acuerdo– es que nuestro perro es uno más de la familia. O dicho de otra forma: somos los miembros de su manada. Así que hoy celebraremos la cifra redonda de los quince años de uno de los nuestros agradeciéndole la fidelidad y la alegría, quizás las dos palabras que primero se me vienen a la boca si trato de hacer un resumen de lo que Pancho significa y ha venido siendo en estos años. Dos palabras a las que puedo añadir, a modo de pinceladas biográficas y en claro homenaje a tan buen como extraordinario amigo, algunos párrafos más.  

Pancho, un mestizo de yorkshire terrier, tal como lo definió el veterinario en su cartilla de identificación (el DNI canino), llegó a la familia desde Segurilla, su lugar de nacimiento, el 5 de abril de 2001, como regalo de cumpleaños, también familiar, vía María y Jose, para Clara, mi hija. Yo nunca había convivido con un perro, sí con varios gatos (Morito, Voyou, Sugar…), en diferentes momentos y circunstancias, y tenía una gran admiración por la elegancia e independencia felinas. Así que en principio no era muy de perros. De hecho, creo que si me hubieran pedido opinión previa, hubiera puesto algún reparo.

Pero lo cierto es que Pancho me ganó desde el primer momento. Para ser exactos, desde la primera noche: como no cesaba de llorar en el rincón algo apartado que le habíamos asignado en la casa, acabó durmiendo en la alfombra de mi lado de la cama, aferrado a mi mano, que en aquel momento debió de ser para él lo más parecido al calor perdido de su madre. Es probable que esa experiencia marcara nuestro destino en común.

Los acompañantes de perros (iba a escribir «dueños», pero conviene llamar a las cosas por su nombre) podemos ser muy pesados describiendo las mil y una cualidades que adornan a nuestras mascotas. Fidelidad, gracia, sensibilidad, listeza… son algunas de las palabras que suelen oírse en boca de quienes cuentan y no paran. Todas son ciertas en el caso de Pancho. Así que me las ahorro. Sólo me detendré en destacar lo que puedo definir como el principal rasgo de su personalidad: un carácter fuerte, que se demuestra tanto en la apertura de miras y la valentía con que se relaciona con el mundo,  como en la aguerrida manera con que defiende su comida, sobre todo si cree que alguien  puede disputársela. Y hasta en cierta tozudez o incluso empecinamiento en no obedecer algún tipo de orden; verbigracia, la de que suelte algún «tesoro», comestible o no, encontrado en la calle. Aún conservo en mi mano derecha, por encima del pulgar, una mínima cicatriz que es huella de un intento de quitarle un hueso que me pareció que podía dañarle.

A vueltas con el nombre
Ese carácter franco y valeroso se puso de relieve de forma tan temprana que cuando el veterinario nos preguntó el nombre del animal, no dudé en añadir al «Pancho», que había decidido sin posible réplica Sagrario, un «Valiente» a modo de apellido, y así figura en su cartilla. De buena gana hubiera incorporado también, para completar la filiación, un «Orejudo», como rasgo evidente de fisonomía. Pero tampoco quería que el galeno de canes me tomara, además de por un excéntrico, por alguien redundante. Lo cierto es que todavía hoy  a los niños que me preguntan «cómo se llama el perrito» suele decirles que Pancho Valiente Orejudo. Y, por lo común, le vuelven a mirar con muchísimo más respeto.

Ahora sé que Pancho no podría haber tenido un nombre más apropiado. Sagrario, una vez más, tenía razón. Pero yo durante algún tiempo, tal vez cinco o diez minutos, fantaseé con la idea de que se llamara Chéspir, mitad por indisimulada pedantez,  mitad por sonoridad. Lo de Valiente, lo confesaré también ahora, además de por lo del carácter, fue un intencionado homenaje  al poeta Valente, que tenía un muñeco que se llamaba Pancho  e incluso le dedicó un poema.

De cualquier forma, lo que está fuera de toda duda es que la “che” parecía como predestinada para Pancho. La primera vez que salió a la calle fuimos al parque de Berlín, y allí hizo su primer amigo: un perrillo eléctrico, de pelaje intensamente negro, con motas marrones en las patas y hociquillo punzante. Era un pincher. Se llamaba Pincho. Lamentablemente, le perdimos pronto la pista. Su dueña también era muy guapa.

Un can enciclopédico y filósofo
Cuando Pancho llegó a casa, yo iniciaba una nueva etapa profesional. Acabábamos de crear Letraclara, una pequeña empresa de servicios editoriales que se estrenó con una ardua tarea: la actualización de la enciclopedia Espasa en la que acabaría siendo su última y parece que definitiva edición. El trabajo, que realicé coordinando un equipo de excelentes profesionales, compañeros y sin embargo amigos, suponía nada menos que el chequeo y expurgado de los 70 suplementos (unas 80.000 apretadas páginas) que la venerable enciclopedia había ido publicando desde 1934, para actualizarlos y transformarlos en ocho manejables volúmenes que prolongaran la vida práctica de una obra que se había vuelto, además de obsoleta en muchos aspectos, del todo ingobernable.

Aquel trabajo, que realizábamos casi en cadena, me llevó a mantener durante algunos años un horario nocturno y solitario (ya lo hacíamos todo on-line), en un estudio cercano a mi domicilio. Y como para entonces, en la distribución familiar de turnos para sacar a Pancho a la calle,  se me asignó el de la noche, solía llevármelo al despacho. Y allí, dormitando entre suspirillos o roncando a pierna suelta (y con las dos en alto) sobre un cómodo sillón que convirtió en su cubil, Pancho asistió a todo el trabajo enciclopédico y a no pocas conversaciones –la mayoría de las veces por teléfono, pero también presenciales– sobre los más variados temas.

Doy fe de que en más de una ocasión, en pleno fragor de una charla de madrugada acerca de la conveniencia o no de incluir una biografía o sobre qué extensión darle a los hallazgos que se iban produciendo en Atapuerca, vi cómo Pancho levantaba unos ojillos muy espabilados, me miraba, no sé si con admiración o con misericordia, y después apoyaba la cabeza sobre las patas delanteras y adoptada una postura a lo Anubis en la que podía permanecer durante mucho tiempo. Más de una vez estuve tentado de pedirle consejo, como el que consulta a un oráculo. Incluso creo que alguna vez lo hice. De esos estados solían sacarle los distintos sonidos del ordenador, que acabó reconociendo con exactitud. Cuándo aún no se había iniciado la ráfaga de la musiquilla de Windows que marcaba el cierre de la sesión, Pancho ya había saltado de su sillón y estaba moviendo el rabo cerca de la puerta. En esas actitudes, unidas a la decidida defensa de su comedero, me inspiré para dedicarle unas coplillas, cuya estrofa inicial decía:
                                                   
                                           Mi perro es un gran filósofo,
                                           todo el día está pensando:                                        
                                           cuando no piensa en su pienso,
                                           piensa en el pienso de Pancho.

Las historias pendientes
Podría contar otras muchas cosas, un sinfín de anécdotas. Tal vez algún día lo haga. Hablar por ejemplo de las «charlas» de Pancho con su más antiguo amigo, Monty, un west highland white terrier con el que, sin hacer caso de viejas y humanas rivalidades (inglés frente a escocés), mantiene una relación muy cordial, convertida a estas alturas en una de las más sólidas amistades caninas de La Prospe, nuestro barrio madrileño, por el que hemos dado juntos tantas caminatas nocturnas.

O la terrorífica aventura del husky talaverano: tal vez el momento de mayor terror de la vida de Pancho, si se exceptúan los enfrentamientos con Túbal, el enorme perro lobo (¿o era un pastor alemán?) del quinto, de unas cinco o seis veces su envergadura, y con el que no solo no estaba dispuesto a compartir territorio sino que era capaz de hacerle frente, como ahora le pasa con Rocky, el setter del segundo. Y las relaciones con sus parientes caninos: Lucas, hermano de sangre, o Dimas, primo por parentesco diferido, al igual que Lúa y Riky, sin olvidar al indescriptible Lupo, que tenía alma y hocicos de simio, o a la pequeña y dulce Cleo, la última llegada a la gran manada de los Ramos y los Pinto y allegados.

En unas hipotéticas  memorias de Pancho no faltaría el recuerdo de los meses aquellos en los que gozó de cierta fama en las ondas, en su papel de perro de Farero, en el programa Hablar por hablar, en la época en que lo conducía Mara Torres. Ni la mención de los cuentos y poemas que ha protagonizado en algunos libros con los que todavía aprenden a leer los niños españoles. O las largas temporadas en el Mar Menor, las carreras por la playa, la desconfianza ante el rumor y el trasiego de las olas. O la marcada evolución en sus referentes humanos (la cambiante percepción del orden en la manada), que le ha llevado a convertirse, ya desde hace años, en la sombra de Sagrario, hasta extremos que parecen difíciles de creer. También en esto, somos amigos de aficiones compartidas. O, en fin, la curiosa, contradictoria, intensa relación con su verdadera dueña, mi hija Clara, que a estas alturas es la que mejor conoce todas sus intenciones y sus estados de ánimos (y viceversa). Y a la que, tras años de rivalidades y disputas, y sin que hayan cedido del todo, ha terminado por convertir en su mejor amiga.

Pancho es un personaje muy importante de la historia familiar y es una suerte poder seguir contando con su compañía. Ahora ya no está tan a menudo conmigo en el lugar donde trabajo, pero seguimos compartiendo madrugadas en las que, con la casa en silencio, le gusta venir, pasito a paso y algo desorientado, hasta el salón, a ver qué hago. Y se tumba a mi lado y me mira como preguntándome si también a mí me parece que este invierno está haciendo un frío más raro que nunca. Y luego suspira un poco, se hace un ovillo y se duerme.

Día de Viento en el Puente de Hierro, en Talavera. Con Clara y Pancho, en 2007.