jueves, 11 de junio de 2020

Viandas

La imagen puede contener: comida e interior
Clara Peeters: Mesa con mantel, salero, taza dorada, pastel, jarra, plato de porcelana 
con aceitunas y aves asadas, hacia 1611. Museo del Prado, Madrid.
No fue, por fortuna, su última cena, pero muchos años después aún paladeaba las palabras que podía leer gracias a una nota despistada en su celular y en la que, bajo el encabezado de «Arte y solera» y sin ningún comentario adicional, figuraba anotado un menú para dos compuesto por ceviche de atún con chile y cebollita morada, carpaccio de ternera con vinagreta de mostaza sembrado de virutas de foie, corvina con puré de apionabo, pesto y pamplinas, cremoso de queso con frutos rojos, y cuajada de limón con crumble de almendras y espuma de yogur. Lo que no recordaba era si las viandas habían estado a la altura de la prosa.
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miércoles, 10 de junio de 2020

La Flaca

La imagen puede contener: 13 personas
Diego Rivera: La Ofrenda del Día de Muertos, h. 1922-1926.
Mural en la Secretaría de Educación Pública (SEP), Ciudad de México.
(Pau Donés, in memoriam)
Llegó enmascarada y envuelta en una nube de tópicos. Pero no cabía ninguna duda de que era ella. Ni de lo que buscaba.
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martes, 9 de junio de 2020

Hálito...

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Ilustración ©️Rafael Pereira.
Sis-temáticamente empezaron a aparecer, en puntos diversos de la ciudad y también en algunos espacios salvajes, cadáveres enmascarados sobre los que la policía forense de la unidad robótica estableció un diagnóstico tan unánime como tajante: asfixiados por su propio aliento.
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lunes, 8 de junio de 2020

Adagia andante (12)

Que tu acto de fe sea el poema. También el vuelo de tu corazón.
El pensamiento es algo vivo. Y es preciso compartirlo con los otros.

La poesía avanza en todas direcciones. Y busca comprender —o al menos enunciar— lo inexplicable.
El poema, además de su asunto, tiene como objeto saber qué es un poema.
El no saber es la fuente más caudal de la poesía.
Tiene el poema la condición del ave que se pierde en la espesura.
Allí donde no alcance a llegar la inteligencia tal vez abra caminos la voz de la emoción.
A la luz de la imaginación (o con la imaginación encendida), la realidad aumenta de tamaño y se hace más visible.
Dice Stevens (cláusula 211), no sin humor, que «el joven poeta es un dios. El viejo poeta es un vagabundo». Tal vez sea verdad. Sin duda, es cierto.
Pues todo lo que importa está en la mente: vive en ella el terror, junto con aquello que puede defendernos del terror. En eso consiste ser humano.
El poeta nunca olvida la vida de la mente. Y asiste a cada instante a la lucha que allí tiene lugar.
La mente es, junto al aire, el lugar del poema.
El poeta rara vez es un héroe. Su prestigio nace del prestigio intocado de la poesía.
El prestigio de la poesía es tan evidente como inexplicable. Tal vez sea la última manifestación de lo sagrado.
Es increíble el escaso valor de la poesía. Tan increíble como su universal supervivencia.
Tiempos confusos: el mundo, de hecho, no podría vivir sin poesía. Con poesía, también resulta incomprensible.
La poesía es el universo. El solo verso.

Las avispas

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Manolo Quejido: El barrendero, 1986. Col. Particular (?).
El escenario del viejo teatro permanece vacío durante un buen rato. Al levantase el telón vemos a un barrendero que está recogiendo del suelo las hojas de lo que seguramente, durante la noche, habrá sido un vendaval. Cuando llega al centro de la escena se detiene, se limpia el sudor y, apoyado sobre la escoba y mirando con fijeza al público, declama:
El pensar fundamental
digo yo que no es lo mismo
ni siquiera
que el rastro del animal
que olisquea en el abismo
una bandera.
Se agacha y, de entre las hojas amontonadas, saca los jirones de lo que parece ser una enseña de colores. La guarda en su cubo portátil y, mientras sigue andando, se le oye canturrear:
Y, dispuesto a dejar huella
como un rastro bien visible
en el paisaje,
siembra bilis y querella
con furor de incombustible
viejo ultraje.
Al llegar al final del proscenio, el barrendero asciende con sus herramientas por una pequeña rampa que lo vuelve a situar en medio de la escena, pero ahora a metro y medio del suelo. Desde allí, y mirando nuevamente al público, dice:
No se engañe nadie, infiero,
pensando que se detiene
su estulticia:
es un enemigo fiero
con esa tirria que tiene
y su avaricia.
Al concluir, mira hacia el cielo y extiende una mano como quien comprueba si llueve. Cae el telón. La escena permanece en silencio durante unos minutos. Se oye un raro zumbido que poco a poco, pero de forma perceptible, va creciendo. Y un poco después se oyen los truenos y se ven los relámpagos de un tormenta. Apertura de plano. La cámara sobrevuela el patio de butacas, vacío, aunque en algunos asientos se ven maniquíes y grandes figuras recortadas. En un rincón de la pantalla, mientras la tormenta arrecia, puede leerse la palabra
FIN
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domingo, 7 de junio de 2020

Los sonámbulos

La imagen puede contener: una o varias personas y personas de pie
Honoré Daumier: La noche: Paseantes» (o Los noctámbulos), 1847.
 National Museum Cardiff, Gales.
El noctámbulo inmóvil, prisionero de las horas sin dueño desde más allá de la medianoche y hasta antes del alba, siempre supo que no estaba solo. Lo que no imaginaba es que los corredores velados de la luna llena —"luna rosa" la llaman en estos tiempos más bien desvaídos— pudieran estar llenos de tantos Iluminados. «Somos legión», se dijo. Y, sin pensárselo más, se sumó al corro.
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sábado, 6 de junio de 2020

Nostromo

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José Chávez Morado: Los embozados, 1955.
Dijo su nombre y nos fue saludando uno por uno. Parecía difícil de creer, pero aún recordaba detalles tan nimios como las películas favoritas de cada cual o las aficiones que imprimen carácter —filatelia, mariposas, minerales— y hasta la manera que teníamos de ponernos la mascarilla. Por esto último, a todas luces un dato inconsistente en su relato, supimos que era un impostor. Y decidimos deshacernos de él.
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