miércoles, 15 de julio de 2009

El Sil amenazado


Cañón del Sil. Foto: María Ramos.



A través del periódico La Región de Ourense, me llegan noticias inquietantes sobre el efecto que las obras de ampliación de la central hidroeléctrica de Santo Estevo, en el río Sil a su paso por el municipio de Nogueira de Ramuín, están teniendo sobre el caudal de las aguas en uno de sus tramos más característicos: el cañón que el río esculpe en un paisaje rocoso, entre bosques centenarios de robles y castaños, en la llamada Ribeira Sacra, una zona de gran riqueza monumental y paisajística. Un lugar que para mí tiene, además, el valor sentimental de ser el espacio familiar originario, así como el paisaje irrepetible e inolvidable de los veranos de mi infancia.

Razones particulares y emotivas a un lado, lo innegable es que el cañón del Sil, como bien saben todos los que tienen la suerte de conocerlo, es uno de los más valiosos tesoros de la naturaleza gallega, tan pródiga en ellos. Y si bien es un espacio sometido desde hace decenios –o incluso desde época romana, si tenemos en cuenta los viejos yacimientos auríferos– a unos usos humanos de cierta intensidad, en especial para usar la fuerza del río como un gran productor de energía eléctrica, lo cierto es que ha logrado llegar hasta nuestros días en un todavía envidiable estado de conservación.
Los detalles acerca del impacto que las polémicas obras, denunciadas por numerosos colectivos ecologistas, puedan tener sobre un paraje que en cualquier país civilizado estaría protegido como Parque Nacional son complejos y están bastante bien recogidos en la información citada. La cuestión, en resumen, es una variante más de la vieja polémica entre progreso y conservación, y como suele ocurrir suscita posturas enfrentadas.
Pero, qué quieren que les diga, uno ya está muy escamado ante la perentoria necesidad de acometer grandes obras públicas que se presentan como imprescindibles para asegurar el desarrollo de tal o cual comarca, y cuyos efectos negativos sobre el entorno tienden a minimizarse o a considerarlos mero fruto de las exageraciones de los ecologistas. Porque después, una vez consumada la catástrofe y cuando los peores augurios se cumplen y aun se rebasan con creces, nadie se considera responsable, y todo lo más se asume que el deterioro, que tiende a disimularse, es el precio del desarrollo.
Los ejemplos al respecto están en la mente de todos. A estas alturas y tras la sistemática depredación que la fiebre del ladrillo ha causado en todo el litoral español y en numerosos espacios naturales del interior, ¿quién no tiene algún paisaje asolado, y en consecuencia alguna herida definitiva en el alma, a causa de esta ominosa forma de crecer?
No hace mucho, en otro espacio geográfico para mí igualmente querido, la Talavera que baña el cada vez más menguado caudal del padre Tajo, una multitudinaria manifestación popular protestaba por el saqueo de sus aguas para trasvasarlas a tierras murcianas, en una episodio más de ese peliagudo conflicto por la partición de los cursos fluviales en que las tribus ibéricas están enfrentadas desde tiempos remotos, y en el que, como ocurre en el caso del Tajo de forma palmaria, se han cometido y se cometen abusos intolerables, también con la coartada del desarrollo como señuelo. Mi querido amigo Antonio del Camino se ha hecho repetidas veces eco del problema en su blog.
Los responsables de las obras del Sil afirman que el mal será meramente coyuntural, que se debe sólo al necesario represamiento de las aguas en los embalses del cauce alto para facilitar los trabajos, y que ni el río ni las comunidades biológicas que pueblan el rico ecosistema se verán afectados. Pero, al margen de que tales afirmaciones resultan discutibles, los precedentes no son precisamente un bálsamo para la inquietud. Más bien dan pie para pensar que algo irremediable puede haber empezado a ocurrir y que lo peor puede estar aún por llegar. Ojalá me equivoque.
De momento, la noticia sólo nos ofrece un chusco lenitivo a los amantes del Sil. Al reducirse el aporte de éste al Miño, las aguas del gran río gallego se han visto tan mermadas que se ha puesto de relieve hasta qué punto es cierto un viejo dicho del que presumen los habitantes de las tierras regadas por el “más modesto” Sil, cuyas riberas conocieron desde principios de la cristiandad un intenso fenómeno de piedad cenobítica plasmada en más de una veintena de monasterios y conventos que aún se alzan a su vera. Y es que, en efecto, el bien conocido refrán de que «el Sil lleva el agua y el Miño la fama» está teniendo ahora una constatación evidente, literal, irrefutable.
Parco consuelo que quizás hubiera hecho sonreír a mi abuela –de cuya boca oí por primera vez el viejo dicho– pero que ahora incluso acrecienta los temores de que también vayan a tener razón otras antiguas palabras de la sabiduría popular que aconsejan desconfiar de ciertas mudanzas infligidas a la madre naturaleza porque nunca traen consigo nada bueno.


Quien tenga interés y disponga de 10 minutos puede realizar un recorrido panorámico por la zona mediante este vídeo de YouTube grabado en 2007. A partir del min. 6:04 (cuando casi concluye la "banda sonora") se muestran imágenes del Embalse de Sto. Estevo, donde se están llevando a cabo las obras actuales.

martes, 14 de julio de 2009

Calor metálico

No soy amante del heavy metal, pero me gusta Metallica. (Bueno, también siento ahora cierta extraña añoranza por Leño, a los que sólo vi una vez... hace ya tanto). No me hubiera importado estar ayer en el Palacio de los Deportes, en Madrid, difrutando de una estética que conjuga los estertores de los videjuegos más siniestros con el olor sólido de nuestra época hiperpetrolífera. Y que contiene signos visibles de un romanticismo salvaje y de pureza apocalíptica. Estruendo limpio. En lo puramente personal, el heavy tiene para mí un nombre mítico y amigo, el de Juan Pablo Ordúñez, un personaje clave de la radio-rockera española, universalmente conocido como El Pirata. Este vídeo caluroso lo enciendo en su honor... ¡y a la memoria de los viejos nuevos tiempos!

jueves, 9 de julio de 2009

Días del mes de julio

London Eye © Andrew Bossi


Vuelve con la ilusión cada verano
de una epopeya que me compra el alma
esa explosión del músculo, el hechizo
que corona la cumbre y baja al llano.

Yo era niño en los tiempos del Caníbal
y me llené de sangre bajando el Col de Mente.
Vi las sombras peladas de l’Aubisque
y la muerte en directo en Mont Ventoux.

Hay que oírlo, señor, para creerlo,
cómo cuenta el dios Ares la batalla,
con pulsiones que erizan el paisaje.

Y el sudor y los gestos y los gritos,
la elegancia que cruza por la cima:
Luis Ocaña, Perico e ¡Induráin!


(Pero ha pasado el tiempo
y –vamos a soñarlo– el reinado de Armstrong
no tendrá vuelta atrás.
Tras los sonados triunfos
del gallego Pereiro y el gran Carlitos Sastre,
aquí está ya, de nuevo,
¡Alberto Contador!)


Contextos
(Para no aficionados y, por tanto, muy improbables lectores, pero … qui dira les torts de la rime?)

Imagen superior: «El ojo de Londres», la gran noria panorámica cercana al Támesis. El deporte inglés (salvo algunas excepciones) no ha dado grandes ciclistas. Pero en el centro de Londres se alza el mayor homenaje visual al mundo de la bicicleta. Imagen tomada de Wikipedia.

El Caníbal era el nombre que la prensa deportiva de la época le dio al belga Eddy Mercks, probablemente el ciclista más completo que haya existido nunca.

Descendiendo bajo la lluvia el Col de Mente, una caída privó al campeón español Luis Ocaña (el héroe deportivo de mi infancia) de la posibilidad de ganar el Tour de 1971 y batir a Mercks con absoluta claridad, pues le aventajaba en la clasificaciòn general en más de siete minutos. Aunque Ocaña ganaría el Tour de 1973 (sin la participación de Mercks), algunos piensan que el gran ciclista conquense, afincado en Francia, nunca llegó a recuperarse moralmente de esa desgracia. Se suicidó en 1994.

El Tour, junto a imágenes de una belleza inusitada, también ha producido secuencias terribles. Las de la muerte del británico Tom Simpson, en el Tour de 1967, en las rampas del Mont Ventoux, quizás sean las más estremecedoras.

Espero que el gran periodista que es Javier Ares no se enfade por divinizarlo aprovechando la coincidencia de su apellido con el Marte griego. Pero la verdad es que sus relatos radiofónicos de las etapas del Tour (muchas veces escuchados mientras atravesaba en coche la insolada llanura manchega camino del Mar Menor) son lo más parecido que puedo imaginar al relato oral de una vieja epopeya.

La Red está plagada de imágenes y documentos del máximo interés sobre el Tour de Francia, un acontecimiento que (no sé si es preciso insistir en ello) considero la más alta y esforzada expresión del deporte competitivo... y el verdadero anuncio de que el verano es ya irremediable. Siempre lo he seguido con atención y le debo grandes emociones. Espero que este año se repitan. Allez, Contatour!!

lunes, 6 de julio de 2009

Agua fresca

La música de Triana, uno de los grupos pioneros del flamenco-rock (y para mi gusto el que con mayor acierto consiguió una fusión equilibrada y con carácter propio), no envejece con el tiempo. O, si lo hace, lo hace con arrugas tan verdaderas y cálidas que no son más que nuevas razones para seguir amando sus canciones.

Los ritmos y las letras de Triana no sólo eran una novedad radical en el mundo del flamenco, con el que indudablemente entroncaban. Al mismo tiempo, abrían una veta hasta entonces inédita (o casi) en el horizonte de la poco menos que inexistente música progresiva ibérica.

Detrás de Triana y de la personalidad de su líder, compositor y vocalista, Jesús de la Rosa, estaba la sugestión de la psicodelia subrayada como una apertura de "las puertas de la percepción" asociada, con osadía sin duda frívola pero también huxleyiana e inevitable, al consumo de determinadas sustancias. Pero a la vez –y sin que fuera un asunto distinto–, latía allí de modo evidente la necesidad de rebelión frente a un negro panorama político y social asfixiado por la interminable agonía del franquismo.

Triana abrió nuevos caminos, dejó fluir el agua de otra forma. Un ejemplo de ello es este tema, En el lago, incluido en la cara B de su primer disco, El patio (1975). Un oasis para la canícula, un sorbo de agua fresca, pese al paso del tiempo y la no excesivamente buena calidad de la grabación. Y con palabras que siguen conmoviéndome aunque suenen ya como una profecía autocumplida: «Creo recordar que por la noche el pájaro blanco echó a volar en nuestros corazones en busca de una estrella fugaz…»

Carátula de El patio, diseñada por Manolo Moreno, tomada del blog ya inmóvil pero aún consultable UnDiscoAlDía.

jueves, 2 de julio de 2009

Hiperreal Madrid


Estadio Santiago Bernabéu. Imagen tomada de Bawash College

Es lo que tienen lo seres superiores. Y más aún si a esa condición unen la de traficantes de sueños. Donde el común de los mortales solo vemos humo y charlatanería, ellos olfatean una gran fumatta, blanca por supuesto: el primer paso de un nuevo papado repleto de gestos que ya son grandes triunfos antes de que comience siquiera a rodar la bola (¿quién se acuerda a estas horas de lo conseguido casi ayer mismo por el Barça?).

Así va cabalgando Florentinus II, a lomos de su recuperada condición de Gran Padre Blanco, en el mes inaugural de su segundo reinado. Y mientras compra compulsivamente, lo que realmente está ocurriendo es que se afana sin pausa en vender espectacularidad preñada de su propio espectáculo, realidad virtual que no necesita de cascos ni de artilugio alguno, ya que es solo la ilusión infantil (y en todo amante del fútbol sigue vivo un niño, a veces hasta media docena) su primer y verdadero motor, el proyector y la pantalla.

La patente necesidad de hiperrealidad emocionante y patética explica acontecimientos asombrosos como el de los casi 50.000 concentrados en el estadio Bernabéu para asistir a la puesta de blanco del brasileño Kaká, y los que acudirán a próximos eventos similares, que sin duda batirán nuevos récords. Si bien se mira, es un fenómeno de pura magia: nada por aquí, nada por allá. Todo está vivo y palpitante en vuestros músculos cordiales, muchachos.

Dicen los sismógrafos más sensibles del Foro que detrás de la Puerta de Europa, camino del Norte, se están dejando sentir el temblor y una clara oscilación de los cuatro nuevos gigantes del cielo madrileño: las Torres Figo, Ronaldo, Beckham y Zidane, altivamente alzadas donde antes estuvo la Ciudad Deportiva. ¿Alguien es capaz de imaginar en qué acabarán transmutados los centenares de millones de euros con que se está edificando lo que algunos llaman el FlorenTeam y otros empiezan a temerse que pueda concluir como un FlorenTimo? ¿Estaremos a punto de penetrar en la décima dimensión?

Lo cierto es que, más que nunca, al Real Madrid se le está poniendo un aura hiperreal. No tanto por imaginación y exceso de subrayado de los perfiles (que también) como por haberse convertido en un gran zoco, un bazar de azares, un megahipermercado donde parece que lo que más se valora es lo más valorado por ser lo más costoso. Quizás sea ese el punto de destino al que por fuerza habría de arribar la aventura de quien fizo de la traición ajena (Figo) el santo y seña de su busca de gloria. Nada nuevo, es verdad, pues mercenarios y mercaderes ha habido, hay y habrá siempre, y por todas partes, pero acaso nunca exhibieran tan obscenanente la pura desnudez de su negocio. Eurofútbol es un nombre justo para el nuevo ¿deporte?, el fúbol del euro.

Abran paso, señores, que aquí llega, flanqueado por sus animales heráldicos (lobos, chacales, buitres), el cortejo de Florentinus II, el de la voz meliflua y los dedos auríferos, ese ser sin duda diferente al que en la intimidad sus incondicionales, al parecer, llaman el Obama Blanco. Y él, dicen, asiente complacido, complaciente, mientras que en su rostro se dibuja la máscara de los antiguos emperadores romanos cuando daban o quitaban la vida en el circo.

viernes, 26 de junio de 2009

Tópico 5

Caspar David Friedrich: Tree with Crows, 1822 (Museo del Louvre).

Soñé con un paraje desolado donde las ramas desnudas de los árboles comenzaban a poblarse de cuervos. // Soñé que el sol había iniciado su declive y que el aire y el cielo iban tomando ese denso color de vidrio opaco que es el anuncio de la luna llena. /// Soñé que más allá de la raya cenicienta que sostenía el paisaje sobre la doble giba de los montes musgosos crecía sin cesar un gran estruendo de pisadas y aullidos como si una manada de criaturas infernales y monstruos aún humanos se estuviera acercando para iniciar la orgía interminable del fin del mundo. //// Soñé que aquella máscara risible del horror era el rostro de una nueva tristeza. ///// Soñé que estuve allí hasta que el ángel negro que vigila mis sueños se me acercó con paciencia infinita y me dijo al oído: «Despierta, dormilón. Son ya más de las doce.»

Mientras desayunaba mi colacao con crispis (¿o fue acaso una tostada con nocilla duo?) supe que la noticia había dado ya la vuelta al mundo:

«Ha muerto Peter Pan. A los cincuenta. Por una sobredosis de deseo de eterna juventud.»


jueves, 25 de junio de 2009

El lazo

Nueva Estación de Cercanías de Sol en Madrid. Imagen procedente de una fotogalería de El País.com

Antes de que se me adelante Fernando Beltrán, gran inventor de nombres, y sin olvidar lo que escribió Javier Marías en una columna llena de sensatez cuando se iniciaba la obra (no recuerdo si todavía vestíamos pantalón corto, tal vez fuera como ahora verano), quiero hacer pública una ocurrencia por si alguien tiene a bien plagiarla y, rod@ndo y enred@ndo, puede llegar a buen puerto.

Héla aquí. Creo que el templete de acceso de la nueva Estación de Cercanías de Sol, en Madrid (que será inaugurada el próximo sábado 27, festividad de san Cirilo de Alejandría, muy santo varón al que no hay que echar la culpa de la idea ni de los años de retraso en culminarla), no debería llamarse, como se está apuntando en algunos foros, ni la Ballena, ni la Tortuga, ni el Cascarón, ni la Caverna, ni el Iglú, ni el Cacharrón... Ni tampoco «las Tetas de la infanta en la playa», tal como me pareció que proponía un conocido cómico en un programa de radio. Y mucho menos «¡Los huevos de Gallardón!», según defendió otro contertulio con énfasis e intención no del todo discernibles. Ni siquiera encuentro apropiado llamarlo «El muñeco del Messenger», con ser ésta una acuñación fresca, juvenil y bien vista (sobre todo desde el aire).

Me atrevo a sostener que un buen nombre para esta «deslumbrante» (en opinión de los vecinos, que no parecen darle al adjetivo un valor encomiástico) estructura de acero y cristal a la que Esperanza Aguirre ha comparado con la Pirámide del Louvre (ella sabrá por qué) es, como el avispado lector habrá asdivinado, El lazo, o tal vez El Lazo, con mayúscula individualizadora. El Lazo de Sol, en su designación completa.

Admito que el nombre puede resultar un poco blando, tal vez algo soso en su laconismo, pese a que arrastra indudables sugerencias reposteriles (“La Mallorquina” no anda lejos).

Pero hay unas cuantas razones de diverso pelaje para justificar la propuesta. Las anoto.

Visual. La apariencia de las dos cúpulas que forman el templete de acceso al vestíbulo de la nueva estación, aunque disímiles, sugiere sin necesidad de forzar mucho la imaginación la forma de una lazada, tal vez trazada con la impericia con que la anudaría un niño en sus zapatos nuevos, o como aparece en las pajaritas con que suele exhibirse Fernando Arrabal.

Semántica. La palabra “lazo” designa con exactitud la función para que la nueva infraestructura ha sido ideada: servir de punto de enlace rápido, en sólo tres minutos y a través del llamado «Túnel de la Risa», entre las estaciones de Chamartín y Atocha, y en consecuencia, entre el Ave y la red de transporte metropolitano.

Práctica. Es un nombre corto y fácil de recordar «Nos vemos en El Lazo», «Quedamos en (el) Lazo», «En el Lazo, a las cuatro»… Además soporta bien, e incluso impulsa, variantes de pronunciación acordes a las distintas hablas y peculiaridades de la actual ciudadanía madrileña, tan rica y variopinta: «El laso», «Er lazo», «Ej lasso»... Hasta admite piruetas al gusto castizo: «¡La lazá!» Y una contracción sabrosa: «El Sol-azo»…

Heráldico-cabalístico-festiva. Un lazo contiene la imagen de una madeja, viñeta de gran valor heráldico y que además dibuja el símbolo del infinito (condición peculiar de Madrid donde las haya), amén de estar formado por la conjunción de dos ceros, lo que cobra un especial valor al situarse la obra justo al lado del km O del que parten todas la carreteras del país, en un espacio donde cada fin de año los cuerpos se enlazan en festiva danza para celebrar que al año viejo le sucede el nuevo, otro enlace (admito que la última deriva está un poco traída por los pelos, pero es que precisamente por eso a la ocasión la pintan calva).

Desiderativa (aunque ilusoria). ¿Se imaginan que este lazo anudara adornándolo el paquete en el que un Madrid ya definitivamente acabado y con todos sus tesoros a buen recaudo nos fuera por fin regalado (devuelto) a los madrileños y a todos los visitantes? (Fin del sueño.)

Como se ve, explicaciones no faltan.

Sin embargo, he de confesar que la razón que me parece más poderosa es fruto de la música del azar. La contiene de forma tan clara la crónica de El País cuya lectura me ha sugerido estas líneas que, como suele suceder con los mayores secretos, corría el riesgo de pasar inadvertida. Y es que, en efecto, ahí está brillando, como una perla en el centro de una concha (¡ostras, otra idea!), el nombre propio, todo un verdadero ready-made verbal listo para su uso.

Ya veremos lo que nos depara el futuro y en qué queda el nombre de la cosa. En estos casos suele ser la voz del pueblo la que dice la última palabra.