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Jorge Luis Borges, en agosto de 1983. Foto: EFE |
(Hablarle a Borges, 🗣✍️, 11). Al parecer, Jorge Luis Borges escribió una vez: «Wilde afirmó que un hombre, en cada instante de su vida, es todo lo que fue y todo lo que será, todo su pasado y su porvenir».
Dándole vueltas y estirando mi asentimiento, se me ocurre apostillar: «Bien por don Óscar, maestro. No parece muy distinto a lo que Machado —ya sabés, el hermano de Manuel— enunció con su “hoy es siempre todavía”, esa proyección del instante hacia su máxima tensión».
Y luego imagino que los dos grandes escritores angloheridos se alejan caminando pausadamente por el oscuro corredor, mientras que, en su banco, el Otro sigue bebiendo su vaso de pura sombra («¡oh, pura sombra!») lleno.
(Hablarle a Borges, ☄️💫💥12). Dicen que Borges escribió: «El idealismo afirma que el universo es una apariencia; Carlyle insiste en que es una farsa».
Y, nada más leerlo, al que suscribe se le ocurrió escribir: «No costaría mucho, maestro, atar cabos para concluir que probablemente el universo sea la apariencia de una farsa».
(Hablarle a Borges 🌒13). Dicen que Borges alguna vez se preguntó: «¿Quién, al andar por el crepúsculo o al trazar una fecha de su pasado, no sintió alguna vez que se había perdido una cosa infinita?».
Y, tras darle una vuelta y fijarme en las “palabras fuertes” de la frase, se me ocurre responder: «Tal vez ese “quién” buen pudiera ser JRJ, que llevaba el crepúsculo en el bolsillo del chaleco, enredado con la cadenilla del reloj y a veces junto con la calderilla».
(Hablarle a Borges, 14). Dicen que Borges escribió: «La eternidad no es la suma del ayer, del hoy y del mañana, sino un instante, un instante infinito, en el cual se congregan todos nuestros ayeres».
El comentario, más bien quejío, brota solo: «¡Ay, ay, ay, qué razón tenés, maestro!»
(Hablarle a Borges, 15). Al parecer, aunque hay dudas sobre el último término, Borges escribió: «Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible es saberse mortal».
Y la reflexión surge inmediata: «Bajo su apariencia de silogismo impecable, ¿no es este, maestro, un ejemplo claro de esa actitud, menos cínica que humorística, que consiste en hacerse trampas en el solitario? O intentarlo al menos. Aunque la muerte, ya se ve, no se deja».
(Parece ser que la última palabra del texto de Borges sería “inmortal”, en cuyo caso más que de «trampas en el solitario», habría que hablar de... «un ingenioso juego de manos a la vista del público».
Tal vez merezca la pena darle una vuelta).