Aún alcancé a conocer de niño, y casi de adolescente, aquellos programas radiofónicos de canciones dedicadas que solían incluir, tras el nombre de la persona a la que iba dirigida la pieza, frases hechas del estilo «para que la escuche en compañía de los suyos» o «para que sepa que no me olvido». Y también declaraciones contundentes como «porque es el aire que respiro», o claves secretas tan explícitas como «por lo que ella sabe».
Hoy es un día indicado para encender en un rincón de esta bitácora uno de esos artilugios que tanto se parecen a las radios de cretona de antes y que nos permiten rememorar canciones, como este viejo bolero inolvidable, que son ya algo más que canciones: una pasión de fondo, tatuajes de un viejo rito.
Me gustaría que llegara al aire en la hora indicada junto con esta dedicatoria:
«Para S., en el día de su cumpleaños, para que lo escuche, en compañía de los nuestros, sin partirse de risa pero sin dejar de reír».
Por lo demás, disculpen si entorno un poco la puerta.
Hoy, todavía 22 de diciembre, se cumplen cien años del nacimiento de Álvaro Cunqueiro y Mora de Montenegro, tal vez el escritor en gallego más importante del siglo XX.
Además del enlace al espacio que le dedica el Centro Virtual Cervantes, dejo en la sala de proyecciones de la Posada dos vídeos para celebrarlo.
El primero es la entrevista que en 1978, tres años antes de su muerte, le hizo Soler Serrano en la serie «A fondo».
El segundo es el homenaje que bajo el título de El incierto señor Cunqueiro dirigió en 2010 Antón Reixa, con guion y presentación de Miguel-Anxo Murado y la participación de numerosos escritores.
Son más de dos horas de imágenes y sonidos (algo menos, si se descuentan los numerosos fragmentos del primer documento que se utilizan en el segundo), pero les aseguro que merecen la pena.
Cunqueiro está más vivo que nunca. Basta abrir casi cualquiera de sus libros para comprobarlo.
Mientras iban saliendo en la llamada Fábrica de los Sueños las bolitas azarosas de la suerte, en la Posada nos estaba tocando el Gordo... por excelencia: el gran Fats Domino, cuya alegría rítmica y poderosa es la excusa perfecta para desear a todos los visitantes de este rincón unas fiestas felices.
Junto al ventanal del fondo, no lejos de la chimenea de la sala del piano, hay un calendario de 2012 que en su primera página lleva inscrita esta conseja: «Nunca se vio noche que no fuera seguida de un amanecer».
Del artículo de Alicia Rivera que enlazaba en el post anterior me permito copiar este fragmento en el que he modificado un par de palabras. La mejor vía de comprensión posible de los empeños de la física actual, para los profanos en ciencias duras, más allá de algunas explicaciones verdaderamente didácticas, es la poética. Y en concreto, la vía que sostiene que las metáforas son reales y forman parte de la realidad. Algo en lo que muy pocos, incluidos muchos sedicentes poetas, parecen creer.
Esto de encontrar las cosas por probabilidad puede parecer raro. Si uno captura un nuevo pájaro y lo puede meter en una jaula para estudiarlo, está claro que lo ha descubierto. Pero si lo que busca es un tipo de ave poco corriente que solo pasa volando muy de vez en cuando, en medio de miles de diferentes pájaros todos cruzando el cielo rapidísimo, y el poeta solo puede ver alguno durante un instante en vuelo, tendrá que hacer muchísimas fotos de las aves. En algunas pocas puede aparecer uno de la rara especie que busca, si es que existe. Así, para afirmar que lo ha descubierto, tendrá que observar numerosos sospechosos de la nueva especie y recurrir a la estadística antes de cantar victoria. Los poetas han visto ya algunos posibles pájaros de la nueva especie, la partícula aleph o etemenanki, pero no suficientes aún para estar seguros.
Están todos los grafólogos del mundo reunidos en sesión permanente para analizar el prodigioso haz de mimbres amarillos, atravesado por ese cable rojo parcialmente mondado e interrupto, los escalones azulados hacia quién sabe qué extremos de la realidad, las piezas descabaladas y a la deriva de un juego de construcciones, el extraño artilugio de perfecto diseño industrial, sin duda inteligente, y como sobrevenido desde otra civilización u otro universo, a modo de gigantesco aspirador de energías... y, en suma, todos esos rasgos personales que hacen de la presunta firma de Dios un camino visible para poder llegar al fin de la noche, levantar con pulso firme el lienzo transparente con el que allí se enmascara la luz y ver qué hay debajo.
La imagen muestra un registro del detector CMS del CERN con lo que pudiera ser «la firma de la partícula de Higgs». Más detalles aquí.