La radio siempre ha sido mi medio de comunicación favorito. Y lo sigue siendo. Yo soy aquel chiquito que, aún muy pequeño, temblaba con las maldades tramadas por el sibilino Hombrecillo Mis, en las aventuras del Inspector X. El que reía con las travesuras de Periquín, siempre culminadas con el lloroso “nene, pupaa, noooo”. Y el que sufría solidariamente con las desgracias ajenas para las que con tanto énfasis como éxito solía pedir ayuda Alberto Oliveras al frente del equipo de Ustedes son formidables. E incluso el que a continuación escuchaba, aunque ya algo aburrido, El consejo del doctor, programa que seguía con gran interés mi hermano Manolo.
Por aquella época, las tardes de los domingos siempre tenían en mi casa como sonido de fondo la melodía chillona de Carrusel deportivo, al que mi padre era muy aficionado. Las voces de Vicente Marco, elegante y llena de matices, y la de Juan de Toro, con un estilo entre castizo y desfasado, aún suenan en mi memoria en medio de una catarata de alineaciones, resultados del «marcador simultáneo dardo», signos de la quiniela, gritos de ¡goool! (me parece que no tan exagerados como ahora) e invitaciones reiteradas a tomar una copita del anís cuya «presencia siempre agrada» (raro eslogan, ahora que lo pienso).
También por influencia paterna era (lo sigo siendo aunque a cierta distancia) forofo del Athletic, entonces llamado Atlético de Bilbao, de modo que esas voces se unía especialmente la de Antonio de Rojo, el periodista que informaba desde el estadio de San Mamés y al que tantas emociones, de uno y otro signo (más bien del otro), le debíamos en casa. Cabe imaginar mi alegría no exenta de sorpresa, cuando años más tarde, hacia 1974 y ya en Madrid, fui compañero de curso en la facultad de ciencias de la información de uno de sus hijos, el también periodista Juan Carlos de Rojo, con el que en aquellos años me unió una gran amistad y con el que compartí, además, unas cuantas peripecias durante el año en que ambos residimos en el mismo colegio mayor.
Juan Carlos medió por su cuenta y riesgo para que su padre, en una de sus retransmisiones dominicales, enviara un saludo muy especial por las ondas a la «afición talaverana del Athletic, encabezada por Antonio Ramos», un gesto que puso muy contento a mi padre y que yo le agradecí al admirado periodista en una emotiva conversación telefónica. Tanto Antonio de Rojo como mi padre hace ya tiempo que fallecieron. Esta pequeña anécdota los sigue uniendo en mi memoria.
Guerra en las ondas
Pero basta de evocaciones. De lo que fundamentalmente quería ocuparme en este articulillo es del apasionante duelo radiofónico con el que se ha abierto la nueva temporada futbolística, después de que buena parte del equipo de Carrusel deportivo, líder indiscutible durante muchos años de la radio comercial en España, haya abandonado en grupo la Cadena Ser y haya fichado por la Cope para ocuparse, con el mismo espíritu juguetón y la consabida fórmula carruselera, del programa Tiempo de juego. El asunto está en todos los medios, así que me ahorraré detalles.
Pero sí creo oportuno destacar, porque me parece que desde el punto de vista informativo es relevante, el hecho de que la operación, al margen de los motivos personales de los profesionales que hayan podido desencadenarla, supone un cambio drástico en la política informativa de la cadena perteneciente a la Conferencia Episcopal o al menos en su estrategia. Tras deshacerse de Jiménez Losantos y César Vidal, que con sus excesos oratorios destinados a cultivar todo tipo de bajas pulsiones patrióticas habían sostenido la clientela de la emisora, parece claro que la llamada «radio de los obispos» apuesta ahora por el fútbol como argumento único (o casi) de salvación.
El envite encierra sus riegos y habrá que estar muy atentos a su desarrollo porque puede introducir cambios importantes en el panorama mediático del país, sometido como está, además, a la revolución internáutica, un verdadero tsunami cuyas consecuencias aún nadie se atreve a pronosticar. De hecho, los nervios con que la Cadena Ser ha respondido a los últimos movimientos y maniobras de la Cope indican cierta percepción de que su liderazgo en este campo, el de los programas deportivos del fin de semana (que son, no lo olvidemos, el segmento más importante desde el punto de vista publicitario), puede estar en peligro. Y los modos cercanos a la competencia desleal y la bravuconería con que algunos profesionales se han enzarzado en la pelea evidencian que se ha declarado una guerra sin cuartel. ¿En qué quedará todo? Habrá que permanecer atentos a las ondas.
Pero sí creo oportuno destacar, porque me parece que desde el punto de vista informativo es relevante, el hecho de que la operación, al margen de los motivos personales de los profesionales que hayan podido desencadenarla, supone un cambio drástico en la política informativa de la cadena perteneciente a la Conferencia Episcopal o al menos en su estrategia. Tras deshacerse de Jiménez Losantos y César Vidal, que con sus excesos oratorios destinados a cultivar todo tipo de bajas pulsiones patrióticas habían sostenido la clientela de la emisora, parece claro que la llamada «radio de los obispos» apuesta ahora por el fútbol como argumento único (o casi) de salvación.
El envite encierra sus riegos y habrá que estar muy atentos a su desarrollo porque puede introducir cambios importantes en el panorama mediático del país, sometido como está, además, a la revolución internáutica, un verdadero tsunami cuyas consecuencias aún nadie se atreve a pronosticar. De hecho, los nervios con que la Cadena Ser ha respondido a los últimos movimientos y maniobras de la Cope indican cierta percepción de que su liderazgo en este campo, el de los programas deportivos del fin de semana (que son, no lo olvidemos, el segmento más importante desde el punto de vista publicitario), puede estar en peligro. Y los modos cercanos a la competencia desleal y la bravuconería con que algunos profesionales se han enzarzado en la pelea evidencian que se ha declarado una guerra sin cuartel. ¿En qué quedará todo? Habrá que permanecer atentos a las ondas.