martes, 12 de noviembre de 2024

Presentación de la primera novela de José Antonio Llera

(Al filo de los días). De nuevo en la Rafael Alberti y en el día de las librerías, nos dimos cita un buen número de lectores y amigos para asistir a la presentación de Una danza con los pies atados, en edición de Aristas Martínez, la primera y muy notable novela de José Antonio Llera, poeta, crítico literario y profesor de bien conocida trayectoria.

La obra, que recrea la fantasmal atmósfera de una “casa de salud” (o sea, un antiguo manicomio) en la Extremadura de las primeras década del siglo XX, fue introducida por el escritor y académico José María Merino. Tras elogiar el pulso narrativo de la novela, lo arriesgado de su temática y la calidad de su lenguaje, el oficiante entabló un diálogo vivaz con el autor, y Llera fue desvelando los orígenes del libro y algunas de las vicisitudes de su creación, con especial énfasis en las dificultades para saltar del dominio poético al narrativo. Hizo hincapié en las diferentes exigencias y los peligros que tuvo que sortear para, entre otros retos, crear los diferentes registros literarios de las voces que se dan cita en una obra coral y con numerosas zonas de penumbra. Y aludió también a las tragedias personales y las vidas silenciadas, borradas de la historia por instituciones inhumanas y horribles métodos represivos, y a las que, en cierto modo, su obra intenta rendir homenaje.

Fue la suya una exposición clara y consistente, una magnífica puerta de entrada a la novela. O, para quienes ya la hubieran leído (como es mi caso), un estímulo para enriquecer la experiencia y matizar impresiones. Un acto ameno y cercano, seguido de la habitual y muy concurrida firma de ejemplares, y rematado con una animada tertulia en un bar cercano. Novelista habemus. Síganle la pista.



domingo, 10 de noviembre de 2024

Lienzos del Muro de Berlín en el Parque

(Al paso). Se han cumplido hoy (ya ayer) 35 años de la caída del Muro de Berlín, uno de los acontecimientos que marcaron para algunos historiadores apresurados el “fin de la historia”, aunque lo que parece indudable es que los tiempos son, ya desde hace algunos años, muy distintos y más complejos de lo que nadie hubiera previsto. Bajo los colores nocturnos del otoño, algunos lienzos de aquella barrera felizmente superada hacen del madrileño Parque de Berlín un lugar de gran poder simbólico.







sábado, 9 de noviembre de 2024

Ana Blandiana en la librería Alberti

(Al filo de los días). Una tarde íntima y cordial, y envuelta en las sombras que a su paso dejan las palabras, fue la que pudimos vivir ayer 8 del mes en curso (noviembre 24) en la Librería Rafael Alberti, de Madrid (España), con lleno de los que dejan huella y con el habitual buen hacer de Lola Larumbe y su magnífico equipo. La poeta rumana Ana Blandiana, de regreso de los fastos de Oviedo y de nuevo introducida por la sabia mano de Jordi Doce, leyó —susurró o salmodió serían términos más precisos— algunos de sus poemas, y no solo de los dos últimos títulos publicados por Visor, con los que se completa la edición de su obra poética en nuestra lengua.

Como saben sus cada vez más numerosos lectores, es la suya una poesía de muy delicada imaginería que trata de cercar y adentrarse en la realidad nombrada mediante una danza o vuelo en círculos concéntricos (a la manera de Rilke), hasta ir dibujando con trazos muy sugerentes y poderosos en su aparente sencillez una “niebla luminosa”, como podría decir algunos de los atentísimos oyentes (Javier Lostalé, entre ellos), transmutados los tales como en sí mismos la escucha los iba confirmando y reunidos en un silencio cómplice como en torno a una hoguera. Y algo más relajados cuando llegaba la traslación a un sentido más comprensible, pero no más hondo, en la versión castellana de Viorica Patea, que puso la voz y la presencia, y Natalia Carbajosa.

Fue toda una experiencia poética y musical (sensorial), incluso cuando el posible diálogo de cercanía y confidencia que Jordi Doce dibujó con discreta y admirable tenacidad quedara algo deshilvanado, como envuelto también él en una de esas ráfagas atmosféricas que a veces vemos pasar con asombro y pesadumbre.



Pedro Paramo: de la banda sonora

(En voz alta). Una de las varias sorpresas y otras tantas confirmaciones que vienen de la mano de Pedro Páramo, la película recién llegada directamente a las plataformas, es este ‘canto firme’ que acompaña los títulos de crédito, un cierre deslumbrante y estremecedor de una extraordinaria banda sonora. Y de una curiosa película que habrá que ver, y acaso estudiar, de “a poquitos”.



miércoles, 6 de noviembre de 2024

Libro y ADN

(En voz alta). «Todo en el mundo existe para acabar convirtiéndose en un libro», escribió (en francés) nuestro padre Mallarmé. Seguramente él no estaba pensando en el ADN, pero no hay que menospreciar el peso profético de la poesía. Y su, por así decir, peculiar conexión con las ciencias duras por otros medios. Cada vez hay páginas más claras y sorprendentes en el gran libro de la vida y la consciencia.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Metáforas ducassianas

(En voz alta). En una crónica radiada de la tragedia, el locutor, al describir lo que veía, hizo mención de una máquina de coser y un paraguas, tal vez el “encuentro fortuito” ducassiano más famoso de la literatura contemporánea (o ‘permanente’, se podría decir, a la vista de lo que el tiempo hace con nosotros). Y quien lo oyó escribía en su diario: «Extraña, incluso incómoda, y hasta pesarosa, fue la sensación que me invadió esa otra tarde cuando oí en una crónica (ir)radiada desde la Zona Cero de la catástrofe que en un rincón podían verse juntos una máquina de coser y un paraguas». Y luego siguen las reflexiones a que da lugar esa “experiencia”. La extraña sospecha de que hay confabulaciones entre las palabras y las cosas que están más allá de lo que somos capaces, no ya de entender, incluso de sentir… Y la constatación (he aquí el enlace) de que Internet quizás aún no lo sepa todo pero estamos en ello. Cosa de todos. ¿Casa común? Pasen y sean.


miércoles, 30 de octubre de 2024

O`Rivas; la lengua del afecto

La palestra
O’RIVAS, LA LENGUA DEL AFECTO
Mucho me ha alegrado la concesión del Premio Nacional de las Letras Españolas a Manuel Rivas, un autor al que sigo —y si es posible en gallego— desde sus primeros pasos, cuando compartíamos aula en los estudios de periodismo de la Complu e intercambiábamos comentarios y risas al fondo de las clases de Carmen Llorca sobre Historia Moderna y Contemporánea, una asignatura que fue más bien un monográfico sobre Napoleón y su vida amorosa.
Son varios y de géneros diversos los libros de Rivas que tengo en muy alta estima, pero quizás el que más cercano me resulta es As voces baixas, esa novela de cariz autobiográfico, acaso menor en su muy extensa y reconocida obra, pero a mí entender decisiva por las claves que contiene. Una narración definitiva en el logro de un lenguaje que parece salir directamente de la propia manera de ser o de lo que uno acaba siendo. Y que en mi experiencia es, sobre todo, la lengua del afecto y la ternura.
Sin menoscabar —todo lo contrario— su maestría narrativa, creo que el verdadero punto fuerte de la escritura de O’Rivas es su ‘élan’ poético, ese modo peculiar y melodioso de encauzar la voz hasta convertirla en una especie de varita de zahorí en manos de un verdadero “mestre das augas” capaz de localizar las venas más hondas de las corrientes subterráneas de la lengua y hacerlas aflorar como caudal potente y limpio.

Es un autor de la estirpe de John Berger o Seamus Heaney, también de Patrick Kavanagh o John M. Synge, por no salir del arco más o menos céltico. Pero igualmente, quizás por el lado de la familiaridad con la memoria de los muertos, puede atisbarse un punto de conexión con Juan Rulfo (si eso es posible); y en ciertos recorridos de potente imaginación y recreación de mundos hay asimismo cercanías a Ítalo Calvino o a Antonio Tabucchi, en este caso a través de la común admiración por Pessoa.
Y sin dejar de mencionar, como es justo y necesario hacerlo, su esencial arraigo en la tradición gallega —él ha contado como conoció y aprendió los versos de Rosalía de boca de su madre— y por esa banda hay que ponerlo en la estela de autores como Castelao, en cuanto a lo crítico-humorístico, o como Cunqueiro, en la vía de lo real maravilloso. Y todo ello asumiendo —también él lo ha recordado— la impronta de los primeros maestros y el ejemplo “motorizado” de una profesora como Luz Pozo Garza, la escritora de Ribadeo que tenía por nombre un poema en tres voces (y que con tanto dolor vio brillar “el sol de medianoche”).
Bien conocidos son, por otro lado, sus planteamientos de claro sentido crítico que, sin perder nunca la exigencia estética, a veces podrían definirse como propios de la gran literatura europea comprometida (engagé) e incluso con ocasionales dejes vazquezmontalbanos (recuerdo verlo sonriendo enfrascado en la lectura de Coplas a la muerte de mi tía Daniela).
Muy notable es también la obra periodística de Manuel Rivas, como demuestran varios centenares de artículos y reportajes que se caracterizan por llevar a la práctica, con un tono muy personal, y siempre con vuelo poético, algunas de las directrices más potables del nuevo periodismo (aquellas lecturas del librito de Tom Wolfe). Y a ello se une su destacado papel de creador y animador de nuevos medios, actividad que bien puede ejemplificarse en las diversas vidas de la revista Luzes.
No esconderé que alguna distancia he sentido a veces con ciertos subrayados nacionalistas del escritor por comentarios que, Twitter de por medio, me han parecido desenfocados. Pero muy por encima de esas posibles discrepancias, está la admiración y mi aprecio por su enraizado ecologismo de muy primera hora, con su militancia en Greenpeace desde los tiempos, o incluso antes, en que Xavier Pastor nos contaba, en Ecología y Vida, problemas como el de la contaminación de los mares. El liderazgo de Manolo Rivas en el movimiento «Nunca máis» nacido a raíz del desastre del Prestige en las aguas de su ciudad natal coruñesa es ya una página imprescindible de la historia reciente de Galicia. Y un motivo de reconocimiento del peso del escritor como referente de conciencia civil y resistencia ante los excesos o los olvidos del poder.
Son muchas las razones para admirar a Rivas e incluso para envidiarle. Ahora bien, entre los motivos para esto último pocos son tan pertinentes como la ocasión aquella, pocos meses después de la muerte de Cunqueiro, en que el inolvidable Juan Cueto manifestó, de forma pública y por escrito, que los quesos que antes solía llevarle como regalo al genio de Mondoñedo, cuando viajaba de Asturias a Galicia, tendrían desde aquel momento un nuevo destinatario: Manolo Rivas. Siempre he sentido que fue ese el más envidiable, desinteresado, original y hasta poético, aparte de exquisito, reconocimiento que se haya hecho de la valía de un autor en estas tierras tan dadas por lo común a la pelea y el cainismo.

Parabéns, compañeiro, e que sigamos danzando na aperta verdadeira das linguas.