miércoles, 30 de octubre de 2024

O`Rivas; la lengua del afecto

La palestra
O’RIVAS, LA LENGUA DEL AFECTO
Mucho me ha alegrado la concesión del Premio Nacional de las Letras Españolas a Manuel Rivas, un autor al que sigo —y si es posible en gallego— desde sus primeros pasos, cuando compartíamos aula en los estudios de periodismo de la Complu e intercambiábamos comentarios y risas al fondo de las clases de Carmen Llorca sobre Historia Moderna y Contemporánea, una asignatura que fue más bien un monográfico sobre Napoleón y su vida amorosa.
Son varios y de géneros diversos los libros de Rivas que tengo en muy alta estima, pero quizás el que más cercano me resulta es As voces baixas, esa novela de cariz autobiográfico, acaso menor en su muy extensa y reconocida obra, pero a mí entender decisiva por las claves que contiene. Una narración definitiva en el logro de un lenguaje que parece salir directamente de la propia manera de ser o de lo que uno acaba siendo. Y que en mi experiencia es, sobre todo, la lengua del afecto y la ternura.
Sin menoscabar —todo lo contrario— su maestría narrativa, creo que el verdadero punto fuerte de la escritura de O’Rivas es su ‘élan’ poético, ese modo peculiar y melodioso de encauzar la voz hasta convertirla en una especie de varita de zahorí en manos de un verdadero “mestre das augas” capaz de localizar las venas más hondas de las corrientes subterráneas de la lengua y hacerlas aflorar como caudal potente y limpio.

Es un autor de la estirpe de John Berger o Seamus Heaney, también de Patrick Kavanagh o John M. Synge, por no salir del arco más o menos céltico. Pero igualmente, quizás por el lado de la familiaridad con la memoria de los muertos, puede atisbarse un punto de conexión con Juan Rulfo (si eso es posible); y en ciertos recorridos de potente imaginación y recreación de mundos hay asimismo cercanías a Ítalo Calvino o a Antonio Tabucchi, en este caso a través de la común admiración por Pessoa.
Y sin dejar de mencionar, como es justo y necesario hacerlo, su esencial arraigo en la tradición gallega —él ha contado como conoció y aprendió los versos de Rosalía de boca de su madre— y por esa banda hay que ponerlo en la estela de autores como Castelao, en cuanto a lo crítico-humorístico, o como Cunqueiro, en la vía de lo real maravilloso. Y todo ello asumiendo —también él lo ha recordado— la impronta de los primeros maestros y el ejemplo “motorizado” de una profesora como Luz Pozo Garza, la escritora de Ribadeo que tenía por nombre un poema en tres voces (y que con tanto dolor vio brillar “el sol de medianoche”).
Bien conocidos son, por otro lado, sus planteamientos de claro sentido crítico que, sin perder nunca la exigencia estética, a veces podrían definirse como propios de la gran literatura europea comprometida (engagé) e incluso con ocasionales dejes vazquezmontalbanos (recuerdo verlo sonriendo enfrascado en la lectura de Coplas a la muerte de mi tía Daniela).
Muy notable es también la obra periodística de Manuel Rivas, como demuestran varios centenares de artículos y reportajes que se caracterizan por llevar a la práctica, con un tono muy personal, y siempre con vuelo poético, algunas de las directrices más potables del nuevo periodismo (aquellas lecturas del librito de Tom Wolfe). Y a ello se une su destacado papel de creador y animador de nuevos medios, actividad que bien puede ejemplificarse en las diversas vidas de la revista Luzes.
No esconderé que alguna distancia he sentido a veces con ciertos subrayados nacionalistas del escritor por comentarios que, Twitter de por medio, me han parecido desenfocados. Pero muy por encima de esas posibles discrepancias, está la admiración y mi aprecio por su enraizado ecologismo de muy primera hora, con su militancia en Greenpeace desde los tiempos, o incluso antes, en que Xavier Pastor nos contaba, en Ecología y Vida, problemas como el de la contaminación de los mares. El liderazgo de Manolo Rivas en el movimiento «Nunca máis» nacido a raíz del desastre del Prestige en las aguas de su ciudad natal coruñesa es ya una página imprescindible de la historia reciente de Galicia. Y un motivo de reconocimiento del peso del escritor como referente de conciencia civil y resistencia ante los excesos o los olvidos del poder.
Son muchas las razones para admirar a Rivas e incluso para envidiarle. Ahora bien, entre los motivos para esto último pocos son tan pertinentes como la ocasión aquella, pocos meses después de la muerte de Cunqueiro, en que el inolvidable Juan Cueto manifestó, de forma pública y por escrito, que los quesos que antes solía llevarle como regalo al genio de Mondoñedo, cuando viajaba de Asturias a Galicia, tendrían desde aquel momento un nuevo destinatario: Manolo Rivas. Siempre he sentido que fue ese el más envidiable, desinteresado, original y hasta poético, aparte de exquisito, reconocimiento que se haya hecho de la valía de un autor en estas tierras tan dadas por lo común a la pelea y el cainismo.

Parabéns, compañeiro, e que sigamos danzando na aperta verdadeira das linguas.


 

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