(O EL LENTO CRECIMIENTO DE LA PRIMAVERA)
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Ilustración: Javier Serrano |
Quizás porque no hacían más que proyectarse a través de nuestros ojos, y parecían capaces de aprovechar hasta el más pequeño resquicio de nuestros sueños, las nubes de la gran ciudad habían recuperado sus viejas formas vagamente corporales y no sólo transitaban sobre nuestras cabezas, como de costumbre, sino que se mezclaban con las muchedumbres solitarias y a menudo se dejaban ver como grandes ídolos en los rincones más concurridos. —Esto no es lo que parece —dice Jack.
—Sí —responde Lytton—, no lo es.
—El lento crecimiento de la Primavera nos ha vuelto a superar.
—Ya no es posible estar preparados.
—Pudimos haber creado antes el Golem.
—Es el Golem quien nos pudo haber creado antes.
—¿Sin las palabras necesarias?
—Las palabras ya no sirven.
—No tenemos otra cosa.
—¿Y qué hacemos con la claridad?
—Puedes defecarla.
—Sigues masticando agujas de hielo.
—No espero que puedas entenderme.
—Tus voces se cuelan en mis sueños.
—Y tú eres la peor de mis quimeras.
—Tendríamos que rezar juntos.
—Hacer cualquier cosa juntos.
—Lo siento, olvidé tu nombre.
—Me llamo Jack. ¿Tú eres Lytton?
—Lo siento, olvidé mi nombre.
—Nos ha convocado él.
—Solo veo este paisaje.
—La casa del pararrayos helado.
—No soy capaz de salir de mi cerebro.
—Ya están a punto de llegar.
—Bah, seguro que es otra falsa alarma.
—Chisss, ¿no lo oyes?
—Hay demasiado ruido.
—El zumbido de fondo.
—Parece como si alguien se hubiera dejado la luz encendida.
—El zumbido de fondo.
—Chissss, chissss…
—Calla, calla…
Hay una crónica que aún puede consultarse en el Templo en la que se cuenta cómo el Golem se echó a andar y pasó el resto de sus días, que aún son estos, buscando a alguien que lo desenchufara.
(LUN, 426 ~ «Los figurantes de Javier Serrano», XI)