|
William Blake: The Ancient of Days setting a Compass to the Earth (“El anciano de los días mide la Tierra con un compás"), frontispicio de la copia K de Europe a Prophecy, 1821. |
He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por los algoritmos y las sinópticas sinapsis de ChatGtP, hambrientos de bites y desnudos de píxeles, arrastrándose por las redes sociales en busca de pinchazos de Cristal que ponerse en los ojos, hipsters póstumos con cabeza de ángel ardiente interconectados vía wifi a la antigua dinamo de la luna, y rebuscando en los escombros de las viejas ideas y entre las toneladas de digital basura la pepita dorada con la que poder pulir la piedra de hachís y la bola de opio o el cuenco de metanfetamina, en los áticos de los altos edificios iluminados con
maquinarias de agua fría, flotando sobre las cimas de las urbes, en medio de conciertos de música lisérgica que acaba desnudando sus mentes al pie del cielo bajo, mientras los ángeles de Majoma cruzan las plazas blandiendo sus alfanjes y se tambalean sobre asfaltos iluminados y en las universidades, con radiantes ojos imperturbables, alucinan las criaturas más obtusas del territorio y el espectro de la luz de Blake vuelve a brillar entre los maestros de la guerra interminable y a la zaga de los viejos sabios que fueron expulsados de las academias por locos y por publicar odas obscenas burlándose del rostro de la muerte, seres esbirros que se acurrucucaron en ropa interior y sin afeitar en antros putrefactos después de haber quemado su dinero en timbas virtuales y mientras veían las gotas de Mercurio y de Terror deslizándose a través de los muros, y sujetos agentes o pacientes o simplemente autómatas que fueron arrastrados por sus barbas púbicas cuando regresaban de Laredo con un cinturón de explosivos —tal vez sólo fuegos artificiales— hacia Nueva York, los mismos que comieron hongos alucinógenos en los desiertos de Sonora o bebieron trementina en Paradise Alley, o sometieron sus torsos y sus brazos a las llamas de un tatuaje purgatorio noche tras noche, con sueños, con drogas, con pesadillas que despiertan sus fantasmas más dóciles entre alcohol y verga y bailes sin fin…
(LUN, 486 ~ «Terra sigillata, recordando a Allen Gingsberg»)