domingo, 22 de enero de 2023

LA EVAPORACIÓN (5)

Picasso: Niño con paloma, 1901. National Gallery, Londres.

Pudiéramos estar esperando cualquier otra cosa. Aún no nos ha llegado con total claridad el sentido final de algunas promesas ni la moraleja verdadera del cuento. Pudiéramos estar esperando, por ejemplo, un milagro de nieve, o la facilidad extendida de las caricias que no se improvisan, y con ellas el claro comprender de estos flecos mentales que suelen tejerse en impresiones más o menos neuróticas, turbias sin duda pero poco consistentes, salvo para enredarnos en ellas como algas dejadas por la marea baja y que nos salen al paso con pasmosa facilidad, aunque ya hemos aprendido si no a zafarnos sí a ignorarlas y apenas tienen incidencia en el empuje sostenido entre intermitencias con que abrimos cada día las puertas de nuestra marchitable sensibilidad, siempre dispuestos a verle a las palabras inevitables los prefijos y a morder la raíz tan sabrosa de verdad hasta alcanzar el sabor del origen, lo que acaso hubo antes del primer balbuceo, esa escena inaugural que vive en el fondo de nuestra conciencia y de la que todo lo demás acaso sólo sea como el desenvolvimiento de la cuerda que cubre la peonza o el reguero de hormigas tan minuciosamente observado por primera vez y con tanto entusiasmo, que aquella misma noche visitamos en sueños los corredores subterráneos y la vida social organizada en jerarquías tan bien estructuradas que todo parecía, en verdad, fruto del diseño inteligente de una mente superior, quizás nuestra propia manera de concebirnos, seres provistos del don de la claridad y la constancia, ajenos a los enredados laberintos de humo y cristal dibujados por estas emanaciones sulfurosas y sus tóxicas nubes, un verdadero cielo raso que amenaza con hundirse de un momento a otro sobre nuestras cabezas cuando ya no tenga marcha atrás el iniciado proceso de la evaporación y la única forma de saber si aún nos resta alguna posibilidad sea la de dejar marchar al ave y aguardar su regreso con la rama de olivo o el polvo del cometa capaz acaso de hacer germinar en las cuencas lacustres otro milagro de la primavera, mira tú…

(LUN, 493~ «Picasso azul»)

sábado, 21 de enero de 2023

A LOLA LÓALA YA: LA OLA LOLA

Cubierta de revista Cine Mundo, Núm 27, 1952.
Sociedad General Española de Librería.

Los jóvenes airados de entonces a la Lola le perdonábamos la vida cada dos por tres. Que cómo me la maravillaría yo para no ver el pelo de la dehesa asomando junto al rancio traje de lunares o no te digo nada de la bata de cola que la folclórica, en feliz desliz complementario, tuvo que aclarar que era la que (no “lo que”, loco loca) pedía que le metieran en la caja. Y aquel gracejo racial y architópico que parecía hacerle el juego y hasta servirle de coartada al dictadorzuelo de la voz de pito —aunque, como aclaró ella, “a mí Franco no me dio nada, solamente una pitillera que resultó ser de plata falsa”—, en tanto en cuanto ofrecía cobertura festiva a un estado de cosas ominosas y incluso a la realidad secuestrada de cada día. De modo que a ver quién era el “progre” que se atrevía a reconocer que allí había otra condición bien distinta a la aparente y que, como en otras tantas cosas de entonces, parecía necesario hacer las aclaraciones pertinentes para sortear el ofuscado prurito que consiste en “tirar al niño con el agua del baño”. Todo se fue encauzando hacia otra normalidad cuando alguien tan poco sospechoso de complacencias vanas —salvo en alguna dirección— como Sixto Cámara le prestó atención admirada o, ya definitivamente, cuando José Miguel Ullán, que le hizo el “tatuaje” necesario a toda una facción de la cultura popular española para que pudiera ser degustada sin prejuicios ni rubor falsario, se declaró rendido admirador de “su arte inmenso”. Hoy hubiera cumplido Lola Flores sus primeros 100 años (95 según su cómputo amañado), y resulta casi incomprensible pensar que ya han transcurrido casi tres décadas de su muerte. Pero lo que ella fue y lo que pudo significar tal vez estén más vivos que nunca, y convertido su arte, tan intenso como creíblemente sobreactuado, en una especie de poderosa leyenda camino de encarnarse, niña de fuego y madre fervorosa, en mito inmortal.

(LUN, 494)

viernes, 20 de enero de 2023

SOYLENT GREEN


Charlton Heston y Edward G. Robinson en una escena de
Soylent Green: cuando el destino nos alcance (1973), filme de Richard Fleischer.
Y así seguimos por los corredores que van de un día a otro como lianas que unieran el vaivén de las mañanas igual que olas del mar. Y entre fervores y súbitos ataques de la sombra, que a veces nos socava traicionera, buscamos en los claros la quimera de darle recorrido a lo que nombra lo que no tiene nombre, dentro y fuera. Latidos de la sangre entre las flores que, a pesar del invierno y las tempranas acechanzas del mal, son los amores que más nos hacen gracia, a su manera, mientras se acercan las nubes lejanas.
(LUN, 495 ~ «Sonetos enmascarados, pero poco», con trampantojo incluido)

jueves, 19 de enero de 2023

RESONANCIAS

 

Marianne von Werefkin: Luz de luna, 1909 o 1910. Tomado de Wikimedia Commons.

El agua en invierno duerme sola.
Agua sola en el invierno duerme.
En invierno sola duerme el agua.
Invierno duerme en el agua sola.
Duerme agua sola en el invierno.
Sola en invierno el agua duerme.
(LUN, 496 ~ «Amo idioma/dados»)

miércoles, 18 de enero de 2023

ENTRE ÁNGELES

Ilustración © Javier Serrano
En aquel tiempo, todos teníamos un ángel. Si eras limpio de corazón y de sentidos despiertos, fácilmente podías ver su sombra en la cabecera de tu cama. Ayudaba mucho que la cama fuera de metal niquelado y que la luz penetrase en tu cuarto a través de un gran ventanal. También resultaba sencillo sorprender el bulto de tu ángel andando a tu lado, o un poco por detrás, camino del colegio en los días de niebla. Con frecuencia te dabas cuenta de que el ángel te estaba mirando al entornar una puerta o al pasar delante del escaparate de la tienda de lámparas. Uno de sus milagros más comunes, a la vez que la mayor prueba de su existencia, era el baile de motas de polvo al trasluz que el ángel ejecutaba para ti en los lugares más insospechados y en momentos que parecían robados al sueño y que, por eso mismo, contemplábamos con ojos bien abiertos. El ángel, nuestro ángel de la guarda, era el primer amigo imaginario. Y como ocurre con todos los amigos, no siempre nos llevábamos bien con él. A veces nos agobiaba su presencia en situaciones que exigían total intimidad. También temíamos que en el fondo fuese sólo un espía. O, aún peor, un chivato capaz de vendernos a las primeras de cambio revelando a los demás cosas que eran secretas incluso para nosotros. Con el paso de los años, esa sospecha podía volverse insoportable y con frecuencia llegaba el momento en el que el ángel se convertía en un grave problema. Entonces intentábamos deshacernos de él pintando cruces rojas en las encrucijadas, dejando vasos de agua en la mesilla de noche, o inventándole nombres descabellados que escribíamos en grandes carteles por toda la ciudad. Perplejo, alicaído, tal vez abochornado, el ángel no tardaba en dejarse vencer por las continuas burlas y poco a poco se iba desfigurando hasta borrarse por completo de nuestro horizonte. Si tenías suerte, una mujer de luz le tomaba el relevo y la vida seguía su camino sin nostalgia de ángeles. Pero no podíamos estar del todo seguros de que el secreto que el ángel conocía hubiera desaparecido con él. O que no se lo hubiese comunicado en sueños a la mujer de luz, de modo que lo que hasta ese momento creíamos ternura o incluso amor, en realidad fuese sólo la flor de la misericordia. En aquel tiempo, todos teníamos un corazón limpio y la alegría era una planta que brotaba en cualquier lado.
(LUN, 497, «Los figurantes de Javier Serrano», 2ª ed)

martes, 17 de enero de 2023

METÁFORAS DEL RÍO

«Pienso en el Ganges…, el peso de su significado», leía. Y en su cabeza, “junto al humo sobrado de la noche”, se iban abriendo paso, camino del corazón, palabras trenzadas como ramos de flores silvestres que dejaban su perfume y sus “intentos de fuga”, tal vez con ese gesto que muestra que “ir detrás del amor que ya no corresponde” es como intentar “subirse a un tren que nadie conduce”. El curso de estas aguas nos atrapa y nos incita a “hallar la luz donde la sombra acaba”, acaso porque “así es el Ganges, servidor de la vida y de la muerte” y “es la tristeza un nenúfar que flota en el río y no se ahoga”. Y al contemplarlo “puede el sueño llegar más allá de lo visible” y despertar en el centro consciente de la vida, allí donde tiene “la muerte el peso de su significado”. «Flores en el Ganges»: quien las miró las cuenta.

(LUN, 498 ~ «Otras voces, 2», para Pilar Aranda, en la complicidad del Humo).

lunes, 16 de enero de 2023

EL BOL DEL FÚTBOL

Antonio Berni: El equipo de fútbol o Campeones de barrio, 1954. Colección particular.

El fútBOL es una paráBOLa, una pasión diaBÓLica, un arreBOL venido directamente del televisor a tus mejillas, a veces —según veo— el peligro continuo de sufrir una emBOLia, también un asunto de BOLudos, BOLingas o meramente BOLos, si bien en ocasiones puede convertirse en un tréBOL de cuatro hojas, el óBOLo que te salva del tedio del final de la tarde, quizás un BOLso lleno de sorpresas, de BOLetos de tómBOLa que vocea y reparte la suerte en días feriados, dictando con ello, tal vez, una momentánea y urgente dizque aBOLición de malas vibras, aunque el diáBOLo a menudo se tuerce y en su bamBOLeo cae en lo sembrado y crea gran BOLlicio, todo por la exaltación planetaria de una BOLa, sin descartar el minucioso emBOLado que supone, con su BOLsa sonante, su siembra a BOLeo de intereses ceBOLlinos, o incluso su metaBOLismo colérico frente al que no logra imponerse la pasión de un gran símBOLo, por más que en ocasiones se manifieste con un toque medio BOLchevique, aunque más a menudo semeja un BOLero con vocación de tango, sin descartar alguna forma imprevisible de que te den BOLeta, o te pase por encima un BÓLido de sensaciones vidriosas, casi una variante bastarda del encaje de BOLillos, en algo que siempre siempre siempre es una hipérBOLe: la paráBOLa (ya se dijo) de la BOLita que no cesa de rodar, ese hipnotismo o pura fascinación de lo que va y vuelve.

(LUN, 499)