domingo, 14 de agosto de 2022

Stranger Things, cuarta temporada

(En voz alta). Pues ya está. En o cinco o seis sesiones de larga madrugada acalorada me he “papeado” la cuarta temporada de Stranger Things, con sus nueve episodios de duración creciente hasta el muy inflado capítulo final. ¿Que qué hace un casi setentón, al que se le suponen algunos otros más “altos” y “serios” intereses, perdiendo de ese modo el tiempo? La misma pregunta me hacía cada vez que volvía al tarro de la miel. Y aunque en más de una ocasión —hay momentos aburridos y hasta del todo disparatados en esta, por otro lado, inteligente y espectacular vuelta de tuerca a la inefable fórmula de pandillas+misterio+últmas preguntas+ nostalgia+exuberancia tecnológica—, me decía a mí mismo que ahí lo dejaba, lo cierto es que la experiencia ha sido estimulante. A veces (pocas) con la ayuda de la tecla >> del mando a distancia. Había visto fragmentos picoteados de la primera temporada, y algún episodio o secuencia de las otras tres. Pero se me disparó la curiosidad cuando alguno —y, sobre todo, alguna— de las más espabiladas alumnas de Sagrario se la recomendaron vivamente, de modo que me pareció un buen modo de sintonizar con ese mundo cada vez más hermético y —al menos para mí— del todo incomprensible que es el de los nacidos ya bien entrado el siglo XXI (que se dice pronto). No digo que la revelación haya sido de las de caerse del caballo (eso, en parte, pudo ocurrirme con Euphoria, una de las narraciones más oscuras que recuerdo haber visto/leído), pero sí me ha resultado útil, creo, para sacar algunas conclusiones, aparte de unas horas de placer sensual de espectador, una razón que, tal como está el patio, por sí sola juzgo suficiente.

A mi entender el mayor mérito de esta espectacular temporada es el buen pulso narrativo con que se cuentan las cuatro o cinco subtramas que confluyen en la historia de la lucha de un grupo de adolescentes enfrentados a la maldición que pesa sobre el pueblo en el que viven y de cuyos orígenes y alcance nos vamos enterando de manera algo premiosa y con reiteraciones cuyo único peso en la historia es suministrar altas dosis de fascinación visual a un público amamantado, al menos desde Dragones y mazmorras, en los juegos de rol y los combates de la Nintendo. Retóricas de época que sin duda son el punto nostálgico de partida de sus creadores y que seguramente ya tienen un carácter de casi mitos fundacionales para la última generación. De ese modo, el arco de interés del público objetivo (el target) se estira desde los treinta y muchísimos o cuarenta y pocos hasta los casi quince, sin descartar excepciones como la del que suscribe o la de mi amigo Nostra, que aunque ya bien sobrepasasada la octava década de su vida aún se interesa por estos lances (o eso dice).

Una banda sonora muy bien elegida (ver vídeo), el reflejo de sucesos históricos como telón de fondo (el Watergate, por singular ejemplo), la perceptible lectura en clave de terror presente de algunos desastres y los más o menos conscientes homenajes a autores y géneros (desde Stephen King a Twin Peaks’) son rasgos destacados de una obra que, no concluida aún al parecer, y si bien ya en peligro de rozar (rizar) la autoparodia, se enfrenta al no pequeño dilema de cómo tener un digno remate. Se verá. O no. Pero esa es también la gracia del asunto.



RELATOS CRUZADOS

George Morland: Two Pigs in Straw (Barn with Pigs), s. f.
Nottingham City Museums and Galleries (Nottingham Castle).

El veraneante acalorado, sosias de sí mismo, había pensado escribir un relato que llevaba por título: «España, un país de guarros», aserto que no sabía bien con qué imágenes elocuentes ilustrar de tantas como se le ocurrían. Pero hete aquí que (o heteaquíque), como entre las virtualidades del algoritmo y el ritmo de las partículas subatómicas de no localización es evidente que todo está conectado y hasta en relación muy íntima, fue pronunciar, tal vez pensar sólo, la palabra “guarro” cuando en la pantalla de su celular se iluminó la alarma de su email diciéndole que tenía un nuevo mensaje de Maximiliano Jabugo, su ocasional proveedor de algunas delicias que ya el nombre sugiere. Esta casa de alta gastronomía ibérica, paradójicamente basada sobre todo en las partes bajas de buenos ejemplares de la especie Sus escrofa domestica, se caracteriza por sus originales campañas de publicidad, muy cuidadas tanto en el fondo como en la forma. Al veraneante no le duelen prendas en reconocer que más de una vez he empleado algunas de sus sugerencias para resolver algún compromiso. Pero jura que esta es la primera vez —no sabe si será la última— en que no ha podido resistirse a dar completa la última misiva llegada a su correo electrónico y que, advierte, ofrece sin omitir siquiera ni los títulos de crédito. Disculpen, hipotéticos lectores, queridas lectrices, la pausa publicitaria. O mejor disfruten de ella: al fin y al cabo hubo un tiempo en la televisión —cuando aún existía la televisión— en que la parte más vistosa y creativa era la de los anuncios. Y dice el veraneante que la misiva reza literalmente así:

»»
«DEL TERRENO. Cuando era niño, mi abuelo me mandaba a la bodega con un duro, un par de veces a la semana, para que el bodeguero me rellenara una garrafa con "vino del terreno".
Ese "vino del terreno" era con el que acompañaban las comidas, que entonces llamaban almuerzos, mis tíos y mis abuelos en las reuniones familiares que se daban en verano en el pueblo.
En ocasiones comíamos, o almorzábamos, unos tomates que recuerdo riquísimos, que eran "Tomates del terreno".
Otras veces, había lechugas de hojas largas, que mi tío decía de "oreja de burro", que eran, como habrá adivinado, "Lechugas del terreno".
En esa época, en la que ni había globalización, ni se la esperaba, casi todo lo que comíamos era "del terreno".
Las naranjas eran de Valencia y Valencia era tierra de Naranjas.
Las alcachofas y los espárragos eran de Tudela y Tudela era conocida por ambas cosas.
Murcia no era Murcia, era la huerta murciana.
España entera era un conjunto de terrenos, cada uno produciendo lo suyo, y regalando a sus habitantes cientos de "manjares del terreno".
Cuando hablo con alguien y me dice que los tomates no le saben a los tomates de su niñez, o que las naranjas tienen otro sabor, o que ya no hay lechugas como las de antes, veo claro que lo que se ha perdido es ese añadido "del terreno" que antes tenían las cosas.
No todo, pero sí en gran medida.
La globalización nos trae Tomates de Holanda, Naranjas de Marruecos, Lechugas "Iceberg", que no se parecen a la oreja de un burro por ningún lado, y que son originarias de California.
Vaya, que comerse "algo del terreno" hoy, es harto complicado en este país, que sinceramente, y tiro de orgullo patrio: estoy convencido que es "el país más rico del mundo", en cuanto a gastronomía se refiere, y estoy dispuesto a discutirlo con cualquier amante del sushi que me lo niegue.
Ocurre que, como en la obra de Asterix y Obelix, todavía quedamos algunos pequeños reductos que nos negamos a ser conquistados por esa globalización.
Productores de cosas nuestras, del terreno, que se hacían y se siguen haciendo hoy, tal y como se hacían entonces.
En nuestro caso, nos enfrentamos a esa globalización, con la producción artesanal de nuestros jamones.
Que sí, que ya se qué ahora es más moderno comer sushi, o comprar Jamón de Parma. Que serán productos extraordinarios, no lo dudo. Pero yo, qué quiere que le diga, soy un enamorado de las "cosas del terreno".
Y eso es lo que hacemos en Maximiliano Jabugo, producir jamones para los enamorados de "las cosas del terreno", de lo nuestro, de los sabores de antes que no queremos que se pierdan.
Una de las cosas que más me satisface de nuestro trabajo es cuando algún cliente nos dice: estos jamones me saben a los jamones de toda la vida.
Claro, respondo yo, no pueden saber distinto, porque son jamones hechos como se hicieron toda la vida.
Si quiere disfrutar de nuestros "jamones del terreno" con el sabor de toda la vida, puede hacerlo entrando en nuestra tienda online:
Disfrute del verano en el país más rico del mundo.
Maximiliano Portes / Maestro Jamonero.
P.D.: Un abrazo a todos los productores locales que contra viento y marea, siguen produciendo productos nuestros, del terreno, con el amor y pasión de antaño, para que sigamos siendo el país más rico del mundo.
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Y hasta aquí llegó la marea.
(LUN, 656 ~ «De la vida misma»)

sábado, 13 de agosto de 2022

Aristófanes según Els Joglars

Un momento de la represenación de Que salga Aristófanes.
Foto Guillermo Carrión /AGM  

(En voz alta)
. Fue divertida y por momentos vibrante la función de Els Joglars Que salga Aristófanes en el Festival de Teatro y Música de San Javier, una de las citas imprescindibles del verano en el Mar Menor. El tan admirable como incombustible grupo que ahora capitanea Ramon Fontserè pone en escena una obra indudablemente salida de su peculiar laboratorio: proyectos ideados en torno a una situación (un rito: en este caso las actividades propias de un centro psiquiátrico), con un tema principal de fondo (las mil y una incongruencias de lo políticamente correcto y aledaños), el recurso a una referencia ilustrada (Aristófanes, con su sentido inaugural de la comedia y la revolución de la risa) y la magistral exhibición de recursos mímicos y actorales, junto con el excelente trabajo en equipo, rasgos todos ellos adquiridos y aquilatados a lo largo de 60 (LX) años de trayectoria, lo que convierte a la compañía fundada por Albert Boadella en un referente excepcional del teatro europeo. La obra, sin suscitarme el entusiasmo con que he asistido a casi todos los espectáculos del grupo, sí tiene diversos momentos en lo que se percibía la felicidad de los espectadores, que se entregan de muy buena gana a un repertorio de situaciones divertidas —acaso un tanto repetitivas o en exceso previsibles y carentes, en lo dramático, de un mayor desarrollo argumental— y premiaron con una ovación sostenida no sólo el trabajo presente sino, y muy especialmente (intuyo), una trayectoria artística en verdad inolvidable.

ARGUMENTOS ESTELARES

Captura de Perseidas sobre el castillo de Atienza, en agosto de 2021.
Foto de ©️ Alfonso  Espinosa y Juliàn García. Tomada de El Mundo.


 ARGUMENTOS ESTELARES DE HACIA LA MITAD DE AGOSTO

Las per se idas
Igual que lágrimas
Siembran el cielo
De fugas tristes
(Todas lo son)
Y esos sus ojos
De Luna Grande
Cruzan la Noche
Como venablos
(Dioses en guerra)
Sobre el tablero
Del mundo en llamas
Es la conciencia
(Mira hacia dentro)
La que te dice
La que te hace
La que lo crea
(Materia y mente)
(La prosa. El metro.
El cuento. El poema).
(LUN, 657)

viernes, 12 de agosto de 2022

Adiós a Sempé

(En voz alta). Adiós a un grande de la ilustración y el humor: el dibujante Sempé, creador de la imagen de El pequeño Nicolás e historietista de amplio espectro, siempre con esa mezcla amable pero no inane, y finalmente inconfundible, de levedad y melancolía, como señala esta amplia necrológica en Le Monde. Descanse en paz. 



EL CANTO HILADO (11)


Las pequeñas virtudes, según el testimonio de Enoch Soames, engendran pequeños paraísos y el espíritu de los jardines. El alfabeto alado, surgido de la complicidad entre Palas y Héctor, permite imaginar y describir con todo detalle, además de a Grecia en el aire, herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense vistos desde la Atenas actual. Pero probablemente no sean lecturas apropiadas para Un hombre soltero ni tampoco para quien ose decir, sin ironía alguna, “Me llamo Vila-Matas, como todo el mundo”. Monte a través, cuando Zuleijá abre los ojos la Noche de fuego se transforma en un auténtico Patch Word o la Historia de un sombrero. Y eso fue lo que pasó cuando el Bandido por fin supo que Lo que no es tuyo no es tuyo.

(LUN, 658~«Desde el Acantilado/ebook», 108-122)

jueves, 11 de agosto de 2022

LA RUTA NADA NATURAL


Le pregunté a mi ayudante Virgilio por el panel informativo que en plena ruta del Mar Menor señala el desvío a «Los Infiernos». Virgilio, que cabalga conmigo desde hace al menos media vida, me dijo que por allí se evitaba dar un rodeo para llegar a las poblaciones más importantes de la zona y donde nos esperaba una feligresía numerosa y expectante, aunque la senda era más agreste y tendríamos que andarnos con cuidado porque sus laderas estaban infestadas de pobres criaturas execrables. «Todo encaja», pensé. Y al tiempo que, tras ajustarme bien la teja, arreaba mi mula en dirección a aquel camino, comprobé una vez más que llevaba en la alforja todos los instrumentos de mi oficio: la cruz, la estola, los óleos, el acetre...
(LUN, 659 ~ «Micródromos de la Posada», 2ª ed)