sábado, 18 de septiembre de 2021

Larga via a Gulliver

 


(Resonancias). Muy probablemente (y, puestos a imaginar, sin duda alguna) Gulliver fue el gran héroe literario de mi infancia. Del mismo modo que Gastón Santos y su caballo Rayo de Plata lo fueron en el cine. Aunque lo curioso es que al personaje de Jonathan Swift lo descubrí también en la gran pantalla, si bien creo que fue poco antes de que cayera en mis manos el libro, puede que precedido de una adaptación en tebeo. Habría que revisar las gavetas de la memoria y algunos estantes altos y llenos de polvo de mi biblioteca. En todo caso, el poderoso (y, ojo, tan racional) ejercicio imaginativo de esta novela, su capacidad para analizar el mundo desde perspectivas contrapuestas, verdaderamente supuso un salto gigantesco, pero consecuente y hasta lógico, desde el mundo de los cuentos y la fantasía a la realidad del cuento del mundo y el reino de la imaginación. Larga vida a Lemuel Gulliver.

Adiós a Mario Camus

(Al filo de los días). Adiós a Mario Camus. Le debemos horas de placer cinematográfico y una (al menos) de las obras maestras indiscutibles del cine español: Los santos inocentes. Gracias a mi amigo Rubén Duro, y con ocasión de un homenaje al naturalista Aurelio Pérez (tío de Rubén), que fue el criador y adiestrador de la famosa Milana Bonita, la grajilla que se posaba en el hombro del Azarías, pude en una ocasión mantener una grata conversación con él y comprobar, en la distancia corta, su austero pero firme sentido del humor y su gran humanidad. Buen viaje, maestro. Volveremos una y otra vez a las imágenes tan cargadas de arte y verdad.

RESIDUOS NUCLEARES

Cartel de David Quiggle.

Al transeúnte de la noche le gustaría poder saber a qué puede deberse el hecho de que esta mañana, al despertar, sin nada en apariencia que lo explique —¿tal vez una ráfaga de música imprecisa?—, le asaltó una pregunta: ¿pero quién coño mató a Laura Palmer?

(LUN, 984)

viernes, 17 de septiembre de 2021

SI ERRA NO LO NARRÉIS


Rosa Bonheur: Cabeza de un burro (s. XIX).


Sentía los ojos inquietos del Enano escrutando el movimiento de su dedo sobre la pantalla y en la frente casi le golpeaba el espeso vaho brotado de sus belfos, mientras lo imaginaba dándole vueltas sin parar a aquella frase capicúa que tanto podía ser una amenaza como una mera constatación. Errar y andar errado. Narrar y ser narrado. Nadan y narran, narran y nadan. Aquello parecía una noria. Y ya se sabe: donde hay noria siempre cabe la posibilidad de que se aloje un súcubo. Pues, como acuñó Carbajo (quede bien claro el (c) y hasta si fuere necesario la (R) marca registrada): Onagro rabilargo logra libar órgano. Pese a todo, tras una respiración honda, pudo recuperar sus fuerzas y sobreponerse a sus temores y, avanzando con decisión por el teclado, estaba decidido a llegar hasta el final. ¿Lo conseguiría? Sólo necesitaba un punto de fuga. Y algo de suerte.
(LUN, 985, “nanódromos y más”).

jueves, 16 de septiembre de 2021

EL ESCARPÍN

 EL ESCARPÍN (O MATERIA SUSTRAÍDA AL CONTRABANDO)

Sophie Loizeau: Ange aux escarpins turquoise, s.f., s.l.

«¡Déjate de gaitas!», le oigo rezongar, lo hace a menudo. «Todos esos registros que llamas literarios, o hasta poéticos, no son más que convenciones de patio de vecinos, y como tales, de mil etéreas formas, que no voy a sacar ahora de la alforja, pudieran ser tachados; o, siendo más condescendiente, sometidos a una votación a mano alzada y que la tiranía del número volviendo por su fueros pudiera así poner en evidencia su naturaleza». No dejó de mirarme ni un momento de hito en hito mientras hablaba. Y me pareció que estaba incluso dispuesta a escucharme argüir razones a la contra. Pero en ese instante dieron las 12 en el Reloj y tuve que abandonar el baile. Supe luego que, amante como era del folklore y algo previsible, me había dejado un escarpín de contrabando. Aquí lo tengo. No sé bien qué hacer con él. Ni mal.

(LUN, 986)

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Adiós al poeta Martínez Sarrión

Antonio Martínez Sarrión fotografiado por Claudio Álvarez.

(Al filo de los días).
Ha fallecido el poeta Antonio Martínez Sarrión, tal vez el más “moderno” (hay epítetos triunfantes) de los Novísimos y el único mesetario de entre ellos, en una antología fraguada en la otrora fulgente Barcelona y al socaire de mares venecianos. Lo conocí y traté fugazmente, con ocasión de vidriosos y más bien tristes certámenes literarios, y lo leí con gran atención, atraído sobre todo por su facilidad para convertir el poema en algo muy parecido a una secuencia cinematográfica o una ráfaga de jazz, querencias ambas muy presentes, y no sólo de manera formal, en su poesía. Me interesaron mucho y disfruté con sus memorias, en especial con Una juventud (1996), en la que, entre otras gentes y experiencias notables, comparecía de refilón mi querido amigo y vecino (puerta con puerta) el diplomático Sergio Pérez-Espejo, coetáneo suyo y también recientemente fallecido. Aquellas páginas fueron objeto de minuciosos comentarios, chanzas y hallazgos algo más que curiosos. Ahora se me aparecen casi como escenas de otra vida. Tengo pendiente la lectura de su obra última, de la que me han llegado las mejores referencias. Será mi homenaje a un hombre que, junto con la revista Barcarola, contribuyó a que el nombre de Albacete (superada la ominosa rima y los nefastos rastros de los cazapremios ) apareciera bien rotulado en el mapa de la poesía española. Descanse en paz.

EL MENSAJERO

Julio Castellanos: Retrato de hombre, 1925.
Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.

Había olvidado su nombre —acaso Segismundo—, aunque su presencia seguía viva en cada uno de los movimientos de resistencia que me veía obligado a realizar al fondo de la cueva para soñarla palacio y volverla habitable, o al menos libre de la sordidez devastadora y su hueste acostumbrada. Sabía que algunas de sus palabras, al pasar a mi boca, estaban germinando al borde de la putrefacción, pese a lo cual, separados los mohos más obscenos, aún me servían para alimentarme y lograban provocarme sueños felices. Muy felices. Por eso he de considerar como un signo muy dadivoso del destino que hoy haya regresado intacto con el nombre verdadero que esconde sin escindirlo su nombre irrepetible: Siggurbes el Rojo.

(LUN, 987)