(En voz alta). Entrar a formar parte, aunque sea como personaje secundario y como de pasada, del universo que Ángel Mosterín pone en pie en sus escritos, con tan rigurosa como lúcida y poliamorosa eficacia, es algo así como haber logrado un taburete en El Paraíso, famosa casa donde se dan cita deslumbrantes bellezas, lumbreras varias y gente de la más amable e inteligente condición, sin excluir algún bandarra que finalmente también se hace querer. En fin, un lujo.
Como ya dije, es como si aún fuera posible y real asistir a la tertulia del inolvidable Savoy de José Luis Alvite y que, además, allí pudieras llegar a pegar la hebra con gentes como Julio Camba, Juan Perucho, Juan Cueto o el mismísimo Cunqueiro al que el polígrafo asturiano le llevaba los quesos cuando cruzaba el Eo hacia occidente. Y junto a ellos, tantos amigos nuevos y buenos, e incluso la posibilidad de hacer travesías como esa en la que hace poco tuve el placer de encontrar el alma afín de Miguel Cobo Rosa, entre otras grandes estrellas de este firmamento algo irreal, amén de artistas del buen gusto y la palabra franca.
En fin, una verdadera suerte. Que comparto.