viernes, 8 de enero de 2021

Autopsias Milllás


(En voz alta).
La habitual y rica pulsión hipocondríaca de Juan José Millás nos vuelve a brindar el cuerpo del delito ya con la autopsia hecha. El punto de partida de hoy es una frase incisiva de Benjamin, una de esas agudas percepciones del más literario de los filósofos y, por así decirlo, el más filosófico —Kafka inclusive— de los escritores, al que siempre hay que volver incluso sin haber ido. Siempre está en nuestros juegos. Hondo y chispeante como —chiste fácil— un buen cava. Lo más curioso de la columna de Millás de hoy, tan precisa y sugerente (esa cuadratura del círculo) como la mayoría de las suyas, es el balbuceo errátil de la penúltima frase, fruto probable de un cambio de intenciones traducido en errata, pero reo feliz también de un sobrevenido ejemplo —preciso, sugerente— de lo que en el artículo se disecciona con la maestría de bisturí que el viejo renegado de La Prospe nos suele regalar: «... modo que me a mí me...» (muy sutil dado).

Me complace sobremanera y de manera cierta que el artículo culmine con un homenaje al académico y filólogo Gregorio Salvador, recientemente fallecido. Desde aquí le envío a su hija Aurora, ocasional compañera de juegos editoriales, un cálido recuerdo. Y, si fuera posible, también un beso para Ofelia. El poder de los nombres.

jueves, 7 de enero de 2021

Filomena

(Al filo de los días). ¿Cuáles serán los motivos que llevan a elegir los nombres que designan algunos fenómenos meteorológicos como ciclones, huracanes, tormentas tropicales y ahora también las borrascas mediterráneas? Ya sabemos que se van poniendo por orden alfabético, pero no sé si hay alguna razón o vínculo no meramente azaroso para que sean unos u otros los nombres elegidos. Me ha sorprendido de forma especial este Filomena con que se ha nombrado la borrasca de mucho frío y abundante nieve que ya está mostrando su extenso vuelo blanco entre nosotros.

Mucho antes de conocer el famoso verso de San Juan de la Cruz («El aspirar del aire, / el canto de la dulce filomena, / el soto y su donaire / en la noche serena, / con llama que consume y no da pena»), ya había oído el nombre en la aldea gallega de los veranos de mi infancia, donde vivían al menos dos o tres mujeres que se llamaban así. Y, de forma especial, alguna muy cercana a mi abuela y con la suficiente importancia familiar como para ser referencia de un clan, de modo que los hijos, nietos y otros parientes próximos pasaban a ser conocidos como «os da [los de] Filomena»; no sé si también (creo que no) directamente como filomenos, como sí ocurría con otros apellidos que eran adjetivados sin contemplaciones: “os Marañas”, “os Perniles”, “os Calzafouces”...
Tras ese precedente —ni qué decir tiene que imprime carácter—, los posteriores encuentros con Filomena, en alguna novela pastoril o en la mitología clásica (la palabra tienen un claro origen griego: Φιλουμένη: «la amante del canto»), enseguida quedaron oscurecidos por el en parte extraño verso del fraile de Yepes. No tardé en saber que esa ‘filomena’ con caja baja de nombre común y calificada de “dulce” era una forma de llamar al ruiseñor, si bien con reminiscencias y sentidos que han dado pie a muy sugerentes indagaciones (como esta de la gran especialista Luce López-Baralt, a la que debemos uno de los más originales estudios sobre el Cántico, de poderosa influencia en la recepción que el poema tuvo en toda una escuela poética de la que el orensano J. A. Valente es la principal referencia).
El caso es que, bajo estos efectos y con estas sugerencias, tras cruzar ayer en rápido viaje de retorno el paisaje que hoy es ya una postal navideña a destiempo, me fui a la cama con el sobresalto de los graves sucesos trumpistas en primer plano, pero con Filomena probablemente trabajando en ocultas estancias neuronales, de modo que el extraño sueño, casi pesadilla, del Lobishome Paduano que me ha tenido entretenido toda la noche —y que tal vez referiré en otro momento— casi seguro que ha venido provocado por alguna extraña deriva de esta borrasca Filomena que tantas resonancias deja a su paso. Aunque, ahora que lo pienso, puede que el Lobishome, en sus aspectos más torpemente crueles, tenga también mucho que ver con Trump. Nada es descartable.

martes, 5 de enero de 2021

Signos felinos

(Al filo de los días). Mientras entretenía una espera tratando de descifrar la recién creada «rejilla china», la primera del año en formato hoja completa, India, la gata de la casa, se ha acercado con gran curiosidad al cuaderno y ha estado un buen rato fascinada no sé si por los signos, por el bulto negro del rotulador o, más probablemente, por algo que es invisible a nuestros ojos y del todo transparente a los suyos. En el fondo de todo felino atigrado debe de vivir el alma de un Pángur Ban, el gato aplicado de los viejos códices monacales. Trataré de salir de dudas.

lunes, 4 de enero de 2021

Amor de mar

 


(Para Sagrario,
esta canción XLI
en su cumpleaños LXIV)
Me he acercado hasta el mar de las palabras
por ver si entre los signos del naufragio
aparecía por fin la que te nombra
más allá de los nombres y los gestos
que anuncian tu presencia: la alegría,
con su cuerpo de ola intermitente,
y los ojos en par de la ternura
abiertos en un sueño compartido.
He ido orilla adelante levantando
la piel del agua con el filo rojo
del sol poniente, pero solo he visto
un renglón de silencio y barro crudo.
No hay palabras capaces de volver
sobre el rastro abolido de la arena
donde has sembrado, amor, la flor más leve:
la rosa azul que deletrea el mar.

domingo, 3 de enero de 2021

Encuentros en la postrera frase...

(Al filo de los días). Ayer por la tarde paseando por la playa de Los Narejos, con un sol que no llegaba a borrar las huellas de las bajas temperaturas, tuve un encuentro en la postrera fase con un extraterrestre. Iba hacia él, pero se zafaba con sus zancudos pasos de cigüeñuela, con una muestra evidente de que le molestaba mi interés. Cleo, que suele acompañarme en estas correrías (de hecho, la única que corre es ella), parecía no verlo. Es bien sabido que la visión de nuestros hermanos animales —no digamos nada de los felinos gatos atigrados— difiere por completo de la nuestra. Como también difieren, aunque quizás no tanto, otras expectativas. Pude finalmente olvidarme de extraños visitantes y durante un buen rato caminado me entregué a la pura contemplación. Los atardeceres en el entorno de la laguna salada tienen una calidad sensorial que, si no está más allá de las palabras, es seguro que más acá tampoco. Que el año nos sea favorable. Gracias por estar ahí.


 https://www.facebook.com/alfredoj.ramos.9843/videos/1054361998415520/


jueves, 31 de diciembre de 2020

Para escapar de 2020



 9 ´boludeces` y 1 lágrima para salir de 2020 de una buena vez...


«No me toques el bolo». He aquí un punto ancestral de partida que lo es también de eterno retorno de lo mismo.
¿Qué tienen en común, en principio, una ocurrencia episódica con una exclamación blasfema?
«Me cago en to’ lo que se menea», dijo Parménides.
No hace falta ser Heráclito para saber que no puedes bañarte dos veces en el río de tu infancia. Ya, ni una.
¿Cuál fue la última luz que viste, amigo?
Como mucho te queda de vida una eternidad.
El placer sexual, dijo Freud, no hay otra cosa. Y lo esnifaba.
La belleza es básicamente una estrecha concordancia entre contrarios: la experiencia instantánea de sentir que nada sobra, que no falta nada.
No arremolinen aforismos sin mascarillas.
Y que corra el aire.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Erratas o falos


(En voz alta). Se diría la “inocentada” del día, pero sólo era una errata. Y no tardó en corregirse. Pude no obstante hacer un pantallazo de la página nada más leerla y aquí queda la muestra para la hipotética antología general de erratas, errores, deslices y otros trabucamientos. Dejo a la perspicacia y curiosidad del lector el hallazgo del fallo y quedo a la espera de sugerencias para hacerse cargo de las características de un instrumento capaz de tales afecciones. Cosas veredes.