(Al filo de los días). Ayer por la tarde paseando por la playa de Los Narejos, con un sol que no llegaba a borrar las huellas de las bajas temperaturas, tuve un encuentro en la postrera fase con un extraterrestre. Iba hacia él, pero se zafaba con sus zancudos pasos de cigüeñuela, con una muestra evidente de que le molestaba mi interés. Cleo, que suele acompañarme en estas correrías (de hecho, la única que corre es ella), parecía no verlo. Es bien sabido que la visión de nuestros hermanos animales —no digamos nada de los felinos gatos atigrados— difiere por completo de la nuestra. Como también difieren, aunque quizás no tanto, otras expectativas. Pude finalmente olvidarme de extraños visitantes y durante un buen rato caminado me entregué a la pura contemplación. Los atardeceres en el entorno de la laguna salada tienen una calidad sensorial que, si no está más allá de las palabras, es seguro que más acá tampoco. Que el año nos sea favorable. Gracias por estar ahí.
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