Gozne de agosto:
en medio del silencio
la luz chirría.
Era verano
y Simon y Garfunkel,
sus sounds of silence,
estremecían
una vena sensible
de nuestras almas:
tal vez un salto
hacia nuevas fronteras
de un cristianismo
de fondo: leche
en la que casi todos
amamantados
fuimos: incluso
algunas de estas piezas
las musitábamos
en las iglesias,
entre acordes monótonos
de una guitarra.
Era verano:
la vida parecía
interminable.