viernes, 14 de agosto de 2020

Trikiklos (34)

 


Gozne de agosto:
en medio del silencio
la luz chirría.
Era verano
y Simon y Garfunkel,
sus sounds of silence,
estremecían
una vena sensible
de nuestras almas:
tal vez un salto
hacia nuevas fronteras
de un cristianismo
de fondo: leche
en la que casi todos
amamantados
fuimos: incluso
algunas de estas piezas
las musitábamos
en las iglesias,
entre acordes monótonos
de una guitarra.
Era verano:
la vida parecía
interminable.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Trikiklos (33)

 

Trini López en 2002. Foto: Cheryl Díaz Meyer/AP.

Su nombre ya
no dice nada a nadie
alrededor.
Pero aún se enciende
una lejana luz
al leer la nota:*
«A los 83,
ha muerto Trini López».
Descanse en paz.
(*Fue en el muro
de Miguel Cobo Rosa.
Quede constancia).


martes, 11 de agosto de 2020

Rosalía a lo Lynch

 

(En voz alta). El arte de Rosalía, envolvente, seductor, pleno. En este caso, con James Blake. Y con unas imágenes que bien podrían haber sido filmadas por David Lynch. «Fuego camina conmigo». Con Rosalía, siempre.

lunes, 10 de agosto de 2020

Trikiklos (32)


«Porque no mundo
mengóu a verdade» y
todo se olvida,
ahora me acuerdo
de los sonidos dulces
de una cantiga.
Regresa un nombre:
Xosé Quintas-Canella
e compañeiros:
el tiempo arrastra
—ondas del mar de Laxe—
hilos de sueños.
Y la dulzura
prendida de una lengua
de lluvia y música.
Como agua clara
del cielo de la boca
recién brotada.
Vuelve el recuerdo:
la noche del verano
gira en su centro.


domingo, 9 de agosto de 2020

King Chiripa

Dibujo: Juan Colambato/ElPaís

(Al filo de los días). Este artículo del historiador Álvarez Junco sobre el rey Juan Carlos I de España, actual Emérito Trasladado a NoSeSabeDónde, me parece una exposición sencilla, precisa y ecuánime de lo realmente ocurrido durante el reinado del penúltimo de los borbones españoles, incluido el esperpéntico, triste y quién sabe si delictivo final. Juan Carlos I bien podría pasar a la historia, además de como el Rey Campechano y Bribón (sobrenombres con los que él mismo se ha dejado asociar), como el Monarca de la Chiripa: a la vista de cómo va rematándose la historia y examinadas las declaraciones propias que el personaje ha hecho sobre casi cualquier cosa, se impone la sospecha de que todo lo mejor de su reinado ha sido un afortunado “encaje de bolillos” en el que, junto la destreza de una gran número de personas en puestos clave (incluida a veces, sobre todo tras el 23F, su propia presencia) y merced a la paciencia o indiferencia general del común, ha tenido un peso muy destacado ese raro factor que es el azar favorable al que otros llaman suerte. Quizás la herencia de Franco, además del embolado de una dictadura criminal hasta casi el último estertor de su principal baluarte, fuera aquella proverbial baraka que al parecer rodeaba al pequeño general y cruel dictador, desde sus tiempos norteafricanos, y que también pareció proteger, quién sabe si por afinidades arábigopecuniarias, al que alguien, no precisamente con dotes de profeta, bautizó como El Breve. Probablemente aún veremos sobre este asunto cosas que van a resultarnos, si no indescriptibles, sí difíciles de narrar. Y no faltarán —me temo— vueltas de tuerca incluso inverosímiles, hasta que llegue el día, más próximo que lejano, de decidir qué se hace con los restos de un reinado e incluso con los de su protagonista. Habrá que ver.

viernes, 7 de agosto de 2020

Trikiklos (31)

 


Vuelve a cantarme
su canción preferida
HAL 9000.
Y entre sus notas
oigo voces de niños
aún no nacidos.
También el grito
desde su abismo insomne
de Franknetstein.
Ah, el alma humana,
cuántas reencarnaciones
y un cuerpo solo.

A propósito del 2001 de Kubrick y las apasionadas polémicas que aún suscita.

Caballos en la arena

«Sueños de arena» ©️ by Javier Serrano, 2020.

En uno de los dos o tres veranos más o menos jipis de mi juventud me fui con mi novia de entonces en autoestop a Ibiza. Hacer dedo era una forma habitual de viajar, y lo que hicimos fue salir una tarde (ya bien tarde) de la calle Zurita de Madrid, mochilas y sacos de dormir a la espalda, y tras coger el metro, enfilamos la carretera de Valencia rumbo a la costa.
Recuerdo que la primera noche dormimos en los pórticos de las escuelas de Motilla del Palancar, por recomendación de alguien. Y al día siguiente, a eso de las tres de la tarde, estábamos en el puerto de El Saler para tomar, hacia la medianoche, el barco de la compañía Transmediterránea que en unas ocho horas nos llevaría a nuestro destino. Hicimos la travesía en las muy económicas sillas-toldillas y, con los cuerpos molidos pero animados por el amor a la aventura, al amor mismo y en pos de las promesas ibicencas, llegamos a la entonces mítica isla muy de mañana.
Teníamos el contacto de unos conocidos, pero por motivos que no recuerdo bien no logramos dar con ellos y, tras pasar el día vagabundeando por la ciudad alta y las callejuelas cercanas al castillo, decidimos quedarnos a dormir en la playa, cerca de la instalaciones de un lujoso hotel cuya piscina y duchas utilizaríamos, sin grandes contratiempos y con gran frescura, a la mañana siguiente para nuestras abluciones.
Aquel fue un verano de cierto atrevimiento, incluso de locuras, aunque casi siempre bajo control, y durante él ocurrieron sucesos que ahora ni yo mismo me creería, de modo que será mejor pasarlos por alto y dejarlo todo fijado en una imagen: la del amanecer dentro de un saco de dormir doble junto al mar, con la cara cubierta de arena, los ojos borrosos, y el asombro compartido de ver galopando por la playa, hacia la salida del sol, dos magníficos caballos con sus respectivos jinetes, tal vez también una pareja, que al alejarse levantaban al paso de las olas un vuelo de espuma, mientras sus siluetas, altas, ágiles, fantásticas, se recortaban con gran nitidez sobre la bruma del fondo. Pocas veces he tenido un despertar más impactante..., seguido de un no menos poderoso sobresalto: por la bien visible trayectoria de las huellas de los animales, no tardamos en advertir que sus patas habían pasado a menos de un metro de nuestras cabezas y que el amanecer podría haber sido un tanto, digamos, traumático.
¡Cabecitas locas! Debía de correr el año de gracia de 1976 o 1977. Nunca he podido precisar de qué playa se trataba. Probable es que fuera la de Figueretas o D’en Bossa. Aunque la lógica del relato apunte claramente hacia Es Cavallets.
(Las Caminatas, XV - 2ª edición)