domingo, 2 de agosto de 2020

Sostiene Vargas Llosa




(Al filo de los días). Curioso a la par que interesante y hasta impertinente el artículo dominical de Mario Vargas Llosa. Qué razón tiene en su reivindicación del papel guiador y cancerbero de la gran crítica en el terreno literario, sin duda una de las más lamentables pérdidas impulsada por la banalización difundida por las redes sociales y su incesante reiteración de parabienes (u odios) recíprocos, pulsiones por completo ajenas al sosiego, atención e imparcialidad que requiere la tarea de opinar críticamente, además, claro está, de saber de lo que se habla. Es tal vez una de las más lamentables confusiones que, en buena medida, ha sido fomentada por la facilidad de los medios líquidos y el vaciado permanente de información sin formación. Vargas lo glosa con buenos ejemplos y cita nombres imprescindibles. Sin embargo, se diría que hacia el final de su artículo se le va un poco el oremus y termina nada menos que culpando al teatro y a la poesía de ser géneros «más plegables a la adaptación al medio, al conformismo y la resignación», mientras que la novela sería el último reducto de la lucidez. Curiosa opinión. Parece como si el Nobel peruano-español hubiera aprovechado las últimas líneas de su Piedra de toque para vengarse, taimada y tardíamente, de las reticencias de Borges frente a la “gran novela”, sobre la que no logró arrancarle, pese a su insistencia, un explícito reconocimiento. No hay que descartar, con todo, que la luz de agosto —a veces una espuerta de cal viva— vuelva más relevantes estas cosas.

Cobá y las ruinas del tiempo



«Los viejos dioses perdidos en el bosque» 
Ilustración ©️ Javier Serrano, 2020.

El camino de Cancún a Cobá no es para andado, aunque todo en esta vida viene a ser según y cómo, y algunos se han ido hasta Comala, que está más allá del más allá, para ver si encontraban a un pariente. Aquella vez estábamos de vacaciones en el Caribe mexicano y seducidos por las muchas bellezas de la península del Yucatán, cuando alguien nos habló de la antigua ciudad maya de Cobá, emplazada a sólo un par de horas en auto de nuestro hotel en Cancún. No lo pensamos mucho y, junto con otra pareja de turistas españoles, decidimos contratar un taxi para que nos llevara hasta las puertas del yacimiento.

El viaje transcurrió por carreteras principales y atajos laberínticos, y fue pródigo en palabras y complicidades. A menudo no es difícil encontrarle al mexicano la vena sentimental de la «madre patria», aunque incluso bajo esa fascinación, a poco que se presente la oportunidad, no dejen de recordarle a uno que, como dijo alguien, «aquello allá será lo mejor del mundo, pero las muestras que acá nos remiten son bien chingadas». Pero no hubo caso. Zacarías se portó de maravilla y fue un perfecto anfitrión.
Y de Cobá, ¿que decir? No voy a convertir mi relato en una guía de viaje, de modo que lo dejaré todo cifrado en poco más que el nombre y una visión. El primero ya está dicho, si bien convendría precisar que las ruinas de lo que fuera una importante urbe maya se encuentran en el estado de Quintana Roo. Hacia la segunda nos llevó el sendero de poco más de dos kilómetros que recorrimos desde la entrada del yacimiento hasta los diversos puntos donde se alzan los principales restos monumentales: sendos templos piramidales, numerosas estelas, altares y la estructura bien visible del Juego de Pelota.
Eran años en los que aún era posible ascender por las irregulares escaleras de las ruinas, y así lo hicimos en el caso de la llamada Pirámide de la Iglesia, una especie de mastaba de fuerte pendiente por la que trepamos hasta alcanzar la plataforma superior. Desde ella se imponía la extendida visión de las restos emergentes de diferentes construcciones de la antigua ciudad completamente devorados por la selva. He recordado a menudo esa interminable planicie verde punteada de puntos grisáceos, en especial durante los años, hasta diciembre de 2012, en que tanto se habló de la profecía maya del fin del mundo. Aquella superstición arrancaba de una estela encontrada en estas ruinas y, aunque es evidente que no se ha cumplido, tal vez haya algo que se nos escapa en los cómputos del tiempo. Y más cuando corren días en los que no es fácil estar seguro de casi nada, ni siquiera de en qué dirección se mueve la corriente general de la vida y, mucho menos, en qué sentido giran las manecillas del reloj.
(Las Caminatas, XIV)


sábado, 1 de agosto de 2020

Trikiklos (27)

Cecilia era

—y su voz sigue siendo—

una luz cierta.


***
Esta madrugada del 2 de agosto se cumplen 44 años de la muerte en accidente de circulación de Cecilia, una cantante muy especial a la que su temprana desaparición, unida a su inolvidable arte, transformó en un mito. El vídeo muestra uno de sus recitales. La Wikipedia relata así su trágico final: «El 2 de agosto de 1976, sobre las 5:40 horas de la madrugada, Cecilia falleció en un accidente de tráfico en la carretera C-620 (hoy renombrada como N-525), en el casco urbano de Colinas de Trasmonte, población del partido judicial de Benavente (Zamora). Regresaba tras un concierto celebrado esa misma noche en la Sala Nova Olimpia de Vigo (Pontevedra), y su automóvil, un Seat 124 LS matrícula M-2342-AX, se estrelló con la parte posterior de un carro tirado por bueyes , que circulaba sin luces, en un tramo de carretera que discurría por vía urbana pero en el que no había alumbrado público. También se apuntó como causa un cierto exceso de velocidad, pues estaba citada para unas grabaciones en Madrid a las 10 de la mañana y habían salido de Vigo sobre las 3 de la madrugada. En el momento del accidente iba dormida en el coche y murió de forma instantánea. La acompañaban sus tres músicos, dos de los cuales se salvaron con diversas heridas (como también el matrimonio de labradores que conducía el carro), pero desgraciadamente "Cegasa" (el batería), Carlos de la Iglesia, también murió en el acto. Por entonces se encontraba en el momento más glorioso de su carrera musical. Su fallecimiento dejó desolado a todo el país, pues la cantante poseía un carisma insólito y una popularidad sobresaliente. Tenía 27 años. Está enterrada en el Cementerio de La Almudena».

jueves, 30 de julio de 2020

En la muerte del diestro Raúl Sánchez

Raúl Sánchez, en plena faena.

 (Al filo de los días). Me entero, por un muro de FB de Talavera de la Reina, de la muerte del torero Raúl Sánchez, talaverano nacido en San Román de los Montes en 1940. Hace mucho que no sigo el mundo de los toros, de hecho nunca he sido aficionado, salvo de aquella manera algo deportiva (futbolera, más bien) de estar al tanto de los escalafones y los recuentos que tuve en mis años jóvenes, o por la devoción guardada a “héroes” de mi infancia como Antonio Ordóñez, Curro Romero, Antoñete o, muy en especial, Gabriel de la Casa, entre algunos otros nombres que aún me provocan cierta ilusión de haber llegado alguna vez a comprender, o al menos a sospechar, las muy hondas vibraciones de un arte que hoy me resulta inasumible.

A Raúl Sánchez lo vi torear una vez en La Caprichosa (así se llama el coso de Talavera, célebre porque en él «el torito Bailaor a José le dio la muerte») y varias tardes más por televisión. Alguna vez incluso lo pude saludar en la sobremesa de algún restaurante local, en compañía de mi suegro, que era gran aficionado y lo tenía en muy alta estima. Al contemplar hoy esta foto, que no sé si corresponde —pero podría— a una de sus grandes faenas en Madrid, he ido en busca de las palabras que en su día le dedicó Joaquín Vidal, gran maestro de la crónica taurina, heredero valioso de un género hermosísimo, y escritor a cuya capacidad metafórica y gracia sintáctica le debo mis postreros disfrutes taurinos. Y muy probablemente la escasa comprensión —si es que alguna tengo— de esa música, callada o vocinglera (que de todo hay), que los entendidos dicen que se escucha en el revoleo de los lienzos y, más aún, en la distancia que va de los ojos del diestro al bulto de la fiera, o viceversa. Que el toreo, por definición y estética, es arte de ida y vuelta, no sólo al ruedo; también —y muy particularmente— como sentimiento trágico del vivir.
En la crónica de Vidal hay un retrato elocuente de las características del diestro talaverano y de su peculiar honradez. Una página muy hermosa. Descanse en paz el gran torero. Supongo que su busto en el paseo de la Virgen de los Jardines del Prado talaverano estará rodeado de flores. Sumo con gran respeto y admiración las mías.

miércoles, 29 de julio de 2020

Trikiklos (25)

 



No sólo es música:
el tiempo canta.

Trikiklos (24)


Aquel verano,
en el jukebox* del barrio
el Let it be.
Sonaba como
algo nuevo y distinto:
otra emoción.
Cierta sorpresa,
la letra traducida
(«no es para tanto»).
En inglés, magia
—Let it be, Let it be...—
inacabable.
Y el trabalenguas
del Whisper words of wisdom
y Let it be.

*jukebox, gramola o pianola, más conocida como “máquina de discos”; recuerdo especialmente una que hubo en unos billares rodeada de flippers, futbolines y mesas de billar.