lunes, 27 de abril de 2020

Supersonido 8D


(En voz alta y ¡con cascos!). Jaime Altozano no deja de proporcionarnos sorpresas y alegrías. Iba en busca de esa grabación multinstantánea (!) del Tubular bells de Mike “Campoviejo” Oldfield que, al parecer, tanto está dando que hablar, cuando me encontré con esta pedagógica y fascinante explicación del «Sonido en 8 dimensiones» (una grabación de octubre de 2018). No me resisto a compartirla. Y no dejo de pensar en qué resultados no se podrían obtener con esta fantástica tecnología en el terreno de, por ejemplo, la lectura (y, por tanto, la creación) de un poema. Por cosas como estas —entre otras— es por la que menudo a uno no le importaría haber nacido millenial, aunque fuera en la categoría «perroflauta». Que ustedes lo disfruten. Eso sí, es imprescindible contar con unos buenos auriculares o cascos (estos últimos, no necesariamente de cerveza, jaja, aunque todo ayuda). Y después, si eso, ya me cuentan.

«Esperando a los bárbaros»



(En voz alta). Por motivos que pueden ser fácilmente imaginables, este conocido poema de Cavafis me lleva rondando varios días y hoy, buscando el texto para remitírselo a algunos amigos, he dado con esta extraordinaria lectura de José María Pou, en un acto de la Fundación Juan March. La versión es de José María Irigoyen y está muy bien escandida, con un fraseo que tiene toda la elegancia y flexibilidad que asociamos a la voz del gran poeta alejandrino. No desmerecen, sin embargo, las versiones de José María Álvarez (que fue la que algunos aprendimos  de memoria) ni la más reciente de Juan Manuel Macías, que tiende a privilegiar un lenguaje más enraizado en recursos filológicos, más cercano en suma a la lengua “real”. En todo caso: qué bien nos viene la sensibilidad e inteligencia de uno de los poetas a los que más debemos el sentido “moderno” del poema, tal vez como una forma de nuevo clasicismo.

El tonel

La imagen puede contener: una o varias personas
Jean-Léon Gérôme: Diógenes, 1860. Walters Art Museum, Baltimore, Maryland (Estados Unidos)
Al regresar a casa, arruinado y con la noche hecha piltrafas, comprendió el jugador que tenía bien instalada en su naturaleza una razón de ser productora de monstruos. E intuyó entonces que se iba a pasar la existencia entera tratando de domarlos. Ahora, algunas semanas después, había comenzado a soñar con volver a salir del túnel que tenía por casa, tal vez por vida. Pero no encontraba la manera de salir. Ni de despertar.
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domingo, 26 de abril de 2020

Bicho malo...

Un enfermo de coronavirus, atendido en la UCI del Hospital Clínico de Valencia, el pasado 16.
Hospital Clínico de Valencia. Foto: Mónica Torres/El País.
(En voz alta). Con su habitual habilidad narrativa pero también con cierto “nuevo desorden”, Manuel Jabois escribe esta crónica impresionista hecha con retazos de historias diversas, seleccionadas con el olfato de un gran periodista, y dispuestas de modo que consiguen refrescarnos la memoria, en horas como estas en las que a menudo va siendo difícil saber en qué día vivimos. Cómo se agradece —y ahora más que nunca— el buen periodismo. 

El aciago mago vago

La imagen puede contener: una persona, de pie
Amedeo Modigliani: El hombre sentado apoyado en un bastón, 1918.
Col. Particular.
Él creía que no iba a poder salir de su asombro. En realidad de lo que no podía librarse era de su sombrero.
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sábado, 25 de abril de 2020

Monóculo de abril



(Al filo de los días). Cuando llega el 25 de abril siempre me acuerdo de los monóculos que, al parecer, recibió en su domicilio el teniente general Gutiérrez Mellado (¿o era Díez Alegría?), con evidentes sugerencias de que fuera valiente e imitara al general Spínola. O al menos eso se dijo. Aunque sería un bulo. Caprichos de la memoria. En todo caso, está claro que el 25 de Abril por estos lares fue sobre todo la envidia de lo que no pudo ser. Además de la alegría por el bien cercano, vista desde detrás de una celosía. Visité Lisboa unos meses después de aquello y era como desembarcar en otro mundo. Ay, Lisboa, maravillosa ciudad blanca, multicolor y antigua, por qué te querremos tanto...

Las carteleras

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Arte callejero: grafitis y señuelos del pop art en torno al cartel de la película The Kid (1921),
de Charles Chaplin.
En aquel tiempo nuestras diversiones eran muy sencillas. Consistían, por ejemplo, en capturar murciélagos que se habían despistado y allí, en el cuenco de piedra de la fuente, frente a las acacias de la plazoleta, obligarles a fumarse un cigarro sin pausa, hasta que se hinchaban, se hinchaban... Y omito lo que los más crueles de la panda podían hacer después. Pero no saquen conclusiones precipitadas porque, en el fondo, éramos muy ingenuos. Fíjense que a menudo la mayor diversión de la tarde consistía en ir paseando pausadamente hasta la plaza a ver las carteleras de los cines del pueblo, justo al lado de la tienda del zapatero artesano, no por nada llamado Mazuecos. La algazara era doble si ese día ponían una de Charlot o del Gordo y el Flaco, nuestros héroes. Mirar las carteleras con suma atención y comentar entre risas los detalles era ya un poco como ir al cine. Además, si la película era de Drácula o de vampiros, nos servía también de expiación. Estamos ¿vivos? de milagro.
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Vitrinas para las carteleras de cine.
Plaza del Reloj, Talavera de la Reina.
Foto tomada del blog de Méndez-Cabeza