viernes, 17 de abril de 2020

La Batalla

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Caballo de Troya, grabado alemán de 1875.
«Cuando cualquier virus entra en el cuerpo, se activan dos líneas de defensa del sistema inmune. La primera es innata, la tenemos desde que nacemos y consiste principalmente en macrófagos, células devoradoras que se lanzan a ciegas contra cualquier invasor, lo engullen y lo descuartizan. A la vez se activa la segunda línea de defensa, la adaptativa, que es específica para cada patógeno. En este cuerpo de élite están los anticuerpos, proteínas que han recibido un retrato robot del virus: un fragmento de la secuencia de su genoma llamada antígeno. Cuando encuentran ese fragmento, que puede ser una de las proteínas que recubren al virus, se unen a ella y evitan así que la partícula viral contagie a otra célula e inician el proceso para destruirla», eso decía —y literalmente: gracias Nuño Domínguez— la crónica desde el verdadero campo de batalla: nuestros cuerpos. Ya sabíamos que teníamos dentro la guerra de Troya, pero tal vez nunca antes habíamos sido conscientes de hasta qué punto. Fieles a la memoria de nuestra especie y guiados por la fuerza de nuestros sueños, confiemos en que el combate cese pronto y Eneas, con su hijo de la mano y su anciano padre sobre los hombros, pueda emprender el camino hacia los montes.
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jueves, 16 de abril de 2020

Noticias de Ducasse



(En voz alta). Verdaderamente singulares, incluso mágicas, son las noticias que de cuando en cuando me llegan del Universo LautréamontEsta recensión de poseedores (o poseídos) de (por) los ejemplares de la primera edición de Les Chants de Maldoror tiene, además de las inconfundibles emanaciones del alma bibliófila, cierto sentido de lista de conjurados o nómina de principales invitados a una fiesta que, en estos tiempos de la peste, también cobra un sentido especial. Como concluye el minucioso recuento, «dans bien des cas on ne discernera plus vraiment qui, du livre ou de son propriétaire, est véritablement le possédé». Algo que tal vez pueda decirse de todo buen libro, pero que en este caso tiene algo de aviso que se cumple. Que no en vano el propio Conde, al iniciar su canto, pide al lector una cautela extrema para que (y cito de memoria y traduciendo) estas páginas llenas de veneno no disuelvan su alma como el agua el azúcar. Avisados estamos.

Adiós a Luis Sepúlveda


Luís Sepúlveda, en una foto de El Comercio.
Ha fallecido el escritor chileno Luis Sepúlveda, tras semanas de lucha contra el implacable CoVid-19 y pese al esfuerzo de todo un equipo de valientes, tal como recoge esta información de El Comercio. Que la tierra le sea leve. Gracias por las gaviotas de alma felina y los viejos lectores enamoradizos.

El Gorrilla

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Fotografía de Lee Jeffries, de la serie "Los sin techo".
Al Gorrilla, que tuvo una actuación estelar en la novela aquella del otrora Joven Marías, lo volví a ver sin venir a cuento en uno de esos estados larvarios que provoca el confinamiento de los días de la peste. Iba en mi coche a recoger un pedido al Hipercor del Campo de las Naciones, cuando a la altura de la Clínica de la Universidad de Navarra, en su amplio aparcamiento exterior, lo vi haciéndome aspavientos para que dirigiera el vehículo hacia un lugar determinado. Era tanto su poder de convicción gestual que aminoré la marcha hasta frenar y me dispuse a seguir sus instrucciones. La plaza asignada, entre dos grandes coches negros, no era ni amplia ni cómoda, así que me quedé dudando en medio del carril central, intentado valorar las opciones en lo que parecía un parquin en verdad hasta los topes. Luego seguí avanzado lentamente una decena de metros en busca de otro hueco más amplio. Dubitativo, eché una mirada al espejo retrovisor y entonces lo vi. El Gorrilla venía hacia mí, con su habitual cojera, que remediaba con una especie de extraña cachaba, sonriente y desdentado, muy zalamero de gestos y sin duda orgulloso de lucir en su solapa una insignia en la que alcancé a leer: «Estacionamientos LA PARCA». Como el que tiene una súbita revelación o se recupera de un lapso momentáneo, caí en la cuenta de mi error: yo iba a OTRO sitio. No se me había perdido nada allí. Tras maniobrar con brusquedad y eficacia, logré sortear las interminables filas de coches y, en un abrir y cerrar de ojos, enfilé la salida casi derrapando. Por el espejo aún alcancé a ver al Gorrilla levantando los brazos y blandiendo en uno de ellos, a modo de bastón o garrote, un objeto en el que quise reconocer la curvada, amenazadora y tópica forma inconfundible de una guadaña.
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miércoles, 15 de abril de 2020

El Crítico

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Cercando al enemigo.
«A menudo se emplean las palabras con cierta propensión a la hipérbole o incluso a la histeria —dice el Crítico—. Sin embargo, hay otras veces en las que, no por ser ajustados en su exactitud y reiterativos en el uso, ciertas expresiones alcanzan a dar cuenta de lo que se desea decir. Parece como si esos términos no llegaran a cubrir nunca la extensión de lo que el emisor pretende abarcar». Tragó saliva el Crítico y, sin percatarse de mi juego de ojos demandantes de atención, continuó: «Es más, es en experiencias así cuando uno siente que hay una especie de falla entre el pensamiento y el lenguaje, por más que tengamos claro que uno y otro son más bien una y la misma cosa». Iba a argüirle al Crítico algún reparo respecto a esa identificación de dos estancias interrelacionadas, sí, aunque bien distintas, pero sin darme opción a consumir un turno en lo que él llama, muy pomposo y por completo hipócrita, «el ordenado sucederse de las voces» —menudo es el Crítico cuando se trata de asegurar la coherencia interna del discurso—, me puso por completo de su lado al oírle concluir: «Es lo que pasa ahora con la palabra “héroe”, que se nos queda corta, muy corta, para decir lo que en verdad queremos». Qué razón tiene el Crítico. Aunque entender su parla resulte a menudo más enrevesado que descifrar el recibo de la luz.
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martes, 14 de abril de 2020

Los Mantras

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La cama del sueño dentro del sueño. Foto de autoría no localizada.
En el sueño, que se prolongó más allá del primer despertar, la cosa consistía en transitar un camino de retorno a lo habitual mediante un raro entrenamiento basado en memorizar y repetir fragmentos de oraciones, frases y cantinelas consideradas idóneas para hacer que la normalidad se fuera imponiendo de forma paulatina y a través de una adecuada aclimatación. Acabo de contárselo a mi psicoanalista imaginario y, como él, pese a todo, se toma muy en serio su oficio, ha sido muy preciso en su valoración. «Eso —me ha dicho— es un un ejercicio de alquimia verbal en toda regla. Aunque tiene también algo de truco oficial para sacarse de la manga un mecanismo poco costoso de recuperación del principio de realidad». Me ha preguntado después si podía ponerle algún ejemplo del tipo de expresiones empleadas. Le he dicho que sí, por supuesto, pero al ir a recitárselas he caído en la cuenta de que eran todas improperios, blasfemias, exabruptos soeces e incluso alguna marranada, de modo que he procurado mantenerme en silencio, como no podía ser de otra manera. Y él, como fantasma dócil que es, lo ha dado por bueno. Luego he vuelto a dormirme.
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lunes, 13 de abril de 2020

Adagia andante (5)


El poema es una partitura. Se toca con los nervios.
¿De qué sirve un poema? Tal vez tan sólo sea un medio entre dos fines. O un trozo de tierra tatuada antes de dormir (como dijo Molina). ¿Y un impulso concreto para nombrar también lo que no existe?

No hay nada más ajeno al sentimiento que el sentimentalismo, esa suerte de magia corrompida o simulacro vacuo.
¿Y qué decir de la imaginación? No es pura fantasía. Es el arte supremo de tender puentes. Una ingeniería de altos vuelos.
La creencia, toda creencia, es siempre una ficción. Y no hay mayor ficción que la de tener una creencia. Esto no es un mero juego de palabras.
Tampoco era ilusoria la vieja extrañeza de Ducasse cuando consideró hermoso el encuentro, sobre una mesa de disección, entre una máquina de coser y un paraguas. Ducasse no conocía la máquina de escribir. En realidad, él cosía sus textos. Y los ponía a secar sobre pieles curtidas. Los Cantos de su alter ego, el Conde de Lautréamont, alter ego a su vez del inolvidable Maldoror, son las últimas pieles de bisontes colgadas en el interior de los templos en ruinas que retrataron los pintores románticos.
¿Y qué decir de los primeros principios? ¿Qué de los finales postreros? Tal vez los primeros postreros acabaron siendo lo mismo que los principios finales. (Y esto si que es un juego de palabras).
Escribir poesía es rezar. El poema conoce por sí solo el camino de luz al infinito.