sábado, 11 de abril de 2020

El Ángel Exterminador

La imagen puede contener: una persona, mesa e interior
Al final de El ángel exterminador (1962), la película de Luis Buñuel,
un rebaño de pacíficas ovejas acude al lugar del encierro.
Al terminar de romper la hora, según es su costumbre desde hace al menos ciento quince años, don Luis Buñuel ha dejado su tambor colgado en una nube y regresa al Limbo de los Ateos Gracias a Dios para seguir entreteniendo su eternidad con lo que más le gusta desde siempre: imaginar bromas algo crueles, incluso claramente atroces, para someter a sus amigos y conocidos a situaciones extremas y medir así el grado de tolerancia de la humana naturaleza bajo presión y hostigamiento. En los últimos días, el genial surrealista no hace otra cosa que darle vueltas a una vieja idea y distrae sus horas sin tiempo imaginando qué pasaría si, en vez de un grupo de parejas de la alta sociedad, fuera la humanidad entera la que se viera afectada por el extraño enigma del ángel exterminador, de modo tal que todas las gentes del universo mundo quedaran confinadas en sus propias casas durante un tiempo indeterminado. El ojo saltón del cineasta baturro refulge con fuerza en su nicho celeste mientras valora, con una sonrisa ferozmente angelical, las posibles consecuencias de semejante barrabasada. E incluso está pensando en que esa historia, película, fantasmagoría o, quién sabe, crónica veraz de los días de la peste bien podría titularse «El obsceno encanto del coronavirus». Y su espíritu de implacable artista incombustible vuelve a suspirar por enésima vez.
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viernes, 10 de abril de 2020

El Viernes

Humberto Rivas: Montmajour, 1993. Fotografía, gelatina de plata sobre papel.
Cuando el velo del templo se rasgó, allí ya sólo quedaba el silencio. El silencio. El silencio. El silencio. El silencio. El silencio. El silencio...
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jueves, 9 de abril de 2020

En son de Paz (3)

La imagen puede contener: una persona, primer plano
La mirada de Octavio Paz hacia la realidad, tan irreal, del mundo.
Foto del Archivo del autor.
(En son de Paz, 11) »La carne no es triste: es irreal», escribió Paz en un lúcido ensayo sobre Cernuda, en el que, de paso, contesta a Mallarmé, al famoso verso en que el exigente poeta francés se lamentaba de sufrir un invencible tedio corporal y de haber leído todos los libros. Y tiene, me parece, razón Paz: hay algo en el fondo sensible y hasta sensual de nuestra experiencia que no parece de este mundo. Especialmente, en días como estos. Tiempo extraño, cuyo transcurso confinado vuelve irreal la luz que se refleja en el corredor sin fondo de nuestras conciencias, libres como pájaros que sueñan el vuelo y tal vez el mundo.


La imagen puede contener: Mariano Antolín Rato, sentada e interior
 Paz con el espacio y el tiempo a sus espaldas. Foto de autor no identificado,
publicada en la galería recogida por El Heraldo al dar cuenta de
una exposición sobre Paz y la censura de sus obras en España,
celebrada en Alcalá de Henares a finales de 2015.

(En son de Paz, 12). »El artista verdadero es el que dice “no” incluso cuando dice “sí”», escribió Octavio Paz casi al final del «Aviso» puesto como introducción de «Los privilegios de la vista, II», el tomo 7 de sus «Obras completas. Edición del autor», publicadas por Círculo de Lectores entre 1993 y 1997. Dándole vueltas a la frase, como a una margarita ante la que no fuéramos capaces de arrancar ni una hoja, doy en pensar que ese sea acaso el sino y el destino, no sólo del artista verdadero, sino del ser humano con conciencia que se sabe mortal. Hace dos días (31 de marzo 2020) Paz hubiera cumplido 106 años (la misma edad que mi padre, que era algunos meses más joven). El próximo día 19 de abril se cumplirán 22 años de su muerte. El tiempo es un calendario o una rayuela o una rejilla por cuyas avariciosas rendijas sólo alcanzamos a ver —y si acaso— un poco de luz.
La imagen puede contener: una o varias personas
Octavio Paz con sonriente mirada ensimismada.
Foto de autor no localizado, virada al negro.
(En son de Paz, 13). »Prisionero en la fortaleza que inventan los reflejos lunares de la uña del dedo meñique de una niña, un rey agoniza desde hace un millón de segundos. El microscopio de la fantasía descubre criaturas distintas a las de la ciencia pero no menos reales; aunque esas visiones son nuestras, también son de un tercero: alguien las mira (¿se mira?) a través de nuestra mirada», escribe Octavio Paz en el fragmento 20 de «El mono gramático», en el que describe, o más bien glosa, un misterioso cuadro de Richard Dadd, «The fairy-feller’s masterstroke», obra que alguna vez ya ha comparecido en este muro. En el confinamiento, estas minuciosidades cobran un valor inusitado: nos muestran que hay una realidad dentro de la realidad de la que apenas somos conscientes más que cuando miramos como si nos miraran. Y, una vez advertido, salimos pronto de ahí («¡escapa, escapa!», nos grita alguien, ¿quién?) para evitar el despeñadero de la locura y otros vértigos de pura destrucción. No está nada mal para una tarde de jueves santo.

La Saeta


La imagen puede contener: una o varias personas y exterior
Mujer caminando por el bosque nocturno con lámpara.
Foto: ©️  Kirill Ryzhov.
Soñé que a mi espalda había vuelto “el pequeño carcaj” que una vez tuve y, como andaba por una zona apestosa e infestada de todo tipo de criaturas malignas, no tenía más remedio que cargar una y otra vez mi arco y disparar sin pausa en cualquier dirección. Era tanta la fatiga y tan seguidos los sobresaltos, que me desperté varias veces en diferentes parajes, como el que rueda de sueño en sueño, de pesadilla en pesadilla, metido en un interminable túnel del terror. O quizás confinado a bordo del mismo tren donde el poeta vio la sombra y la figura de la mujer con una alcuza en la mano. Por fin pude llegar a una especie de ensenada junto a un gran lago y sobre el que una enorme cascada, como la que contemplé en el parque croata de Plitvice, vertía sin cesar un agua densa y pastosa cuyas gruesas gotas se iban convirtiendo en una lluvia de píxeles semejante a la que puede verse en el comienzo de Matrix, la película. Me había quedado sin flechas pero tampoco parecía haber más enemigos, así que por fin pude descansar en un sueño sin nada, blanco y candeal como el alma de un niño. Acabo de despertarme y ha sido muy grande mi sorpresa al advertir que tengo clavada, justamente bajo la tetilla izquierda, una diminuta saeta dorada junto a una aún más diminuta mancha que tiene todo la pinta de ser una gota seca de sangre🩸.
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miércoles, 8 de abril de 2020

La vida

Sebastião Salgado: “Se dijo que yo hacía estética de la miseria. ¡Y una mierda! Fotografío mi mundo”
Sebastião Salgado fotografiado por Gorka Lejarcegui / El País

Todo ocurrió entre un abrir y un cerrar de ojos.
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martes, 7 de abril de 2020

Resistentes

Un hombre mayor sostiene un 'smartphone'.
Anciano con un smartphone Alex Macro/Getty Images.
(En voz alta). Es sin duda la más lamentable tragedia dentro de la tragedia: la muerte en soledad de muchos miembros de una generación de compatriotas que vivió su infancia en medio del horror y las carencias y a los que el destino cruel reservaba una última batalla atroz. Este artículo del siempre atento y sensible David Trueba les rinde un homenaje cuya continuidad, junto con la gratitud, será la primera tarea que debamos cumplir tan pronto como sea posible. Y al lado del recuerdo a los fallecidos, la inmensa admiración, cariño y ternura que nos merecen tantos ancianos y ancianas que están soportando en soledad y en circunstancias sólo asumibles por verdaderos héroes estos días duros de la peste. No hay palabras para expresar la admiración, gratitud y orgullo que su ejemplo nos producen. La suya es una de las lecciones más importantes de nuestra vida. Y no la vamos a olvidar nunca.

El blanco día

La imagen puede contener: cielo, nubes, árbol, exterior, agua y naturaleza
Amanecer en blanco y negro. Foto libre de derechos tomada de Shutterstock.
No estaba seguro de que fuera real. Pero tampoco tenía ningún motivo para dudar de su presencia. De hecho, se encontraba justamente en ese filo de la conciencia en que el mundo parece a punto de evaporarse, pero algo muy vivo en ella sabe que hay que regresar. El sueño es un ensayo de la muerte. Y el día blanco llegará cualquier día.
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Si digo que no guardaba recuerdo alguno de esta “improvisación”... no es del todo cierto. Esta “levedad” está archivada. Pero cómo cambia el sentido cuando cambia el contexto. La verdad de Machado —sus palabras plagiadas— permanece. Aunque tal vez podría hablar de “intertextualidad”, ese tecnicismo para denominar lo que de siempre ha sido un diálogo con la tradición. Lo curioso es que ayer y hoy me he estado acordando del poema Muerte de Abel Martin”, uno de mis preferidos de Don Antonio, y tal vez el que más me emocione. De hecho el título de la NUL de hoy, escrita anoche y publicada horas antes de recuperar este recuerdo, viene de ahí. Y eso ya no sé muy bien cómo explicármelo. Simplemente, ocurre.


(Homenaje, al borde del plagio)
«Mis ojos en el espejo
son ojos ciegos que miran
los ojos con que los veo»,
dijo Machado por boca
de Abel Martín. Y miraba
las letras de las palabras

reflejadas en los ojos
de un soñador. De repente,
se apagó la luz y todo

vino a ser la melodía
del Gran Cero. Allí la muerte
quiso hacer que sonreía...

Y no sabía.
(Levedades)