domingo, 16 de febrero de 2020

El tío Camuñas

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Baldomero Romero Ressendi: Encapuchado, hacia 1950.
Dicen del tío Camuñas que está mu’ triste, pues ya no asusta a naides. ¡Vaya marrón! En estos carnavales s’ha dao’ al trinque. «¡Na’ mejor contra el paro que un colocón!», piensa mientras se cala la boina negra y el pañuelico a rayas. Y en un pispás se ha plantao’ en la taberna del Olegario y se ha unido a la murga del Carrasclás. Estas criaturitas son como niños: una vez cada año se dejan ver y, al llegar la ceniza, cambian el paso y en la Semana Santa van del revés. Benditos sean por siempre los bellos ritos que sacan de sus quicios puertas blindás. Que vivir son dos días y de ellos sólo unas poquiellas horas son carnaval.
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sábado, 15 de febrero de 2020

Cuerda de presos

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José Gutiérrez Solana: Máscaras con burro, Las Máscaras de Carnaval o Las Máscaras del soplillo, hacia 1932. 
Colección Banco de Santander, Madrid.

En aquel patético duelo, parecido al de Ok Corral, se enfrentaban los típicos tópicos contra una pandilla de refranes rufianes. De modo que, a poco que uno se fijara, podía distinguirse con claridad a la que pintan calva enzarzada con la corneada por la gusa y al que puso la pica en Flandes luchando contra el que no daba un palo al agua. Andaba también por allí la Bernarda y su consabido frente al pregonero con sus tres cuartos, y no muy lejos podía verse al mentiroso adelantado por el cojo, mientras el del paño de lágrimas y el que ponía a caer de un burro discutían con el que empinaba el codo en presencia del que asó la manteca... Y así sucesivamente. Cualquiera diría que también ellos se preparaban para el Carnaval.
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viernes, 14 de febrero de 2020

Entroido

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Disfraz de Peliqueiro de Laza. Museo del Traje, Madrid.
Por mor de una contractura cervical que apenas le permitía mover el cuello, mi colega del alma Xan Poleirán, “amigo das nenas”, bajo el peso macizo de su máscara, sintió cómo su Carnaval se convertía en la antesala misma del infierno. Aun así, no dejó que el sufrimiento lo bocabajeara y se dispuso a fustigar a cuantas zarangüainas, espetones, chupacabras, mascaritas y fadas corrupias le salieran al paso. «El que avisa —me susurró con voz apenas audible tras la mueca inmóvil—..., avisador».
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jueves, 13 de febrero de 2020

En son de Paz (1)

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Octavio Paz fotografiado por Ricardo Salazar.
(En son de Paz, 1). »La poesía es como el amor, mientras que la prosa es como el trabajo», dijo en una entrevista televisiva Octavio Paz. 
Bien visto, maestro. Pero hay que ver cuánto trabajo da a veces la primera, y el heroico y esforzado amor con hay que sobrellevar a menudo los trabajos —más bien alimentarios— de la segunda.


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Paz y un libro abierto.
(En son de Paz, 2). »... Los poemas que amamos son mecanismos de significaciones sucesivas —una arquitectura que sin cesar se deshace y se rehace, un organismo en perpetua rotación», escribió Octavio Paz, quien no en vano tituló Los signos en rotación una de sus obras, precisamente un ensayo sobre la poesía que añadió como capítulo final a su imprescindible El arco y la lira. Es lo que se llama una «idea fuerte», o quizás más propiamente una «idea fuerza».


La imagen puede contener: Jose Rivero Serrano
Paz entre los círculos concéntricos del tiempo y el espacio.
Foto tomada de Zenda. Desconozco su autor.
(En son de Paz, 3). Octavio Paz afirmó que algunos grandes poetas viven entre nosotros «gracias a un puñado de sílabas». Y «en este instante —pudo haber añadido él mismo— alguien las deletrea».
La imagen puede contener: una persona
Paz retratado con aire surrealista, incluso con cierto vago parecido a André Bretón.
Foto: AGN, Enrique Díaz.
(En son de Paz, 4). 
«Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan: 
todo su entendimiento es su garganta», 
cantó Octavio Paz en uno de sus poemas inmediatos. Y al repetirlo uno siente, con una alegría claroscura, acorde con este tiempo resbaladizo, que también tiene licencia para cantar.
La imagen puede contener: una persona, primer plano
Retrato de Octavio Paz.
Cortesía del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), México.
(En son de Paz, 5). »Vivir bien exige morir bien. Tenemos que aprender a mirar de frente a la muerte», escribió Octavio Paz en su discurso de aceptación del Nobel. Un propósito lúcido que, como se ve y a veces de forma muy agresiva e incluso obscena, se confunde con la crueldad e inhumanidad extremas de ciertos fanatismos.




La voluntad

No hay ninguna descripción de la foto disponible.
Alberto Giacometti: «Hombre que camina I» (“Homme qui marche I”), 1960.
 Fondation Giacometti, París.
© Alberto Giacometti Estate / VEGAP.
«Querer es poder quererlo todo sin por ello verse obligado a querer poder quererlo», pensaba para sí el paseante ya de vuelta a casa.
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miércoles, 12 de febrero de 2020

Miserables

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James Ensor: La muerte y las máscaras, 1897.
Museo de Arte Moderno y de Arte Contemporáneo de Lieja (Bélgica).
Vio la palabra sobrepuesta a una foto de la plana mayor de un cuarteto de mentes populares, ellos vestidos de enterradores, ella de rojo vampiro, y sintió de pronto cierta incomodidad, como si la palabra tuviera cierto vuelo hiperbólico. Pero después fue indagando, escuchó voces y vio gestos de lo vertido ante el mero reclamo de un derecho a la dignidad y le iba creciendo, a la vez que la ira, la impotencia de no encontrar en la su lengua tan rica una palabra para dar exacta cuenta de aquello. O acaso sí. ¿Qué tal vileza?
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 La guardia pretoriana del PP.
 Foto 
Marta Fernández (Europa Press)

martes, 11 de febrero de 2020

La dispersión

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Cristóbal de Villalpando: El diluvio, 1689. Catedral de Puebla (México).
Parecía llegado el momento aquel anunciado por viejas profecías y anticipado en sueños en que sobre la faz del mundo se iba extendiendo un velo de confusión y truculencia de tal gramaje, que las posibilidades de comprensión mutua y aun de intelección directa de los fenómenos se estaba viendo mermada a velocidad tan alta que amenazaba con quedar reducida a cero. «Tal vez —dimos en pensar algunos— debamos olvidarnos definitivamente de cualquier arreglo para Babel e ir viendo el modo y manera de construir un nuevo Arca». En cualquier caso, lo innegable era que había comenzado la dispersión de sentidos en todos sus extremos y ya no parecía posible confiar en nada que pudiera ser conquistado por un lenguaje racional.
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