Cristóbal de Villalpando: El diluvio, 1689. Catedral de Puebla (México). |
Parecía llegado el momento aquel anunciado por viejas profecías y anticipado en sueños en que sobre la faz del mundo se iba extendiendo un velo de confusión y truculencia de tal gramaje, que las posibilidades de comprensión mutua y aun de intelección directa de los fenómenos se estaba viendo mermada a velocidad tan alta que amenazaba con quedar reducida a cero. «Tal vez —dimos en pensar algunos— debamos olvidarnos definitivamente de cualquier arreglo para Babel e ir viendo el modo y manera de construir un nuevo Arca». En cualquier caso, lo innegable era que había comenzado la dispersión de sentidos en todos sus extremos y ya no parecía posible confiar en nada que pudiera ser conquistado por un lenguaje racional.
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