sábado, 25 de enero de 2020

Billisqueira

La imagen puede contener: una persona, sonriendo
Francisco de Goya: Las viejas o El tiempo, 1810-1812.
Palais des Beaux-Arts, Lille.
Lo más adecuado es que la última máscara de la temporada lleve el nombre de aquella figura o personaje o acaso sólo resonancia que a ella le provocaba una mezcla de risa y enojo, puede que incluso el inicio de un verdadero enfado, casi siempre resuelto en aspavientos:
—¿E cómo podes ser tan mala persoa pra chamar a túa mai cuise nome de felo? ¡Dios me valia! ¡Tolo, mais que tolo!
Y había entonces en sus ojos, tan expresivos y teatrales, la misma luz generosa que aún veo en el espejo. Se acabó el Carnaval.
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In illo tempore (mutatis mutandis)

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Codex Manesse, f. 64r. Hacia 1305-1313. Página de Herr Dietmar von Ast. 
Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
Mis tiempos de buhonero fueron breves pero intensos. Duraron sólo doce o trece días y tuvieron como principal escenario la plaza del Fontán, en Vetusta. Allí vi también por vez primera al Ciego de Lugones declamando sus viñetas sobre el crimen de Peñaranda. Y a Aurielín el Mañuecu, que venía a ser como el cherife de todo aquello y siempre andaba haciendo bromas carballonas. Pero de lo que más me acuerdo es del día aquel en que se me rompió, en la fuente del mercado de abastos, la botella taponada y de aquella mi huida, absurda pero movida por el miedo a la segura bronca, por calles desconocidas hasta las afueras de la urbe. La escandalera. Fue ese además el día del encuentro, allí en Santa María, en las faldas del Naranco, con el famoso Cuélebre y su lengua de fuego, un monstruo que desde entonces mismo —y esa es la intensidad a la que me refería antes— no ha dejado de aparecérseme en sueños y disparates, si bien desde hace años sólo lo hace ya en forma de dibujo animado y de trazo desmadejado algo risible. Como se ve, nadie está libre de la degradación.
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viernes, 24 de enero de 2020

Los andurriales

La imagen puede contener: exterior
Calle de Álvarez Gato, en el centro de Madrid. Foto de @anam_marcos
El papel que me encontré por aquellos andurriales decía así: «... acabada la noche, y con una firme e inveterada devoción de fondo por el don del esperpento, espejo eterno de todas las deformaciones y taras hispánicas, nos fuimos al Callejón del Gato en busca de lo que ya ni queda de don Ramón y ni su nombre ampara a estas alturas de las murmuraciones. Y con todo y con eso, sin lamentarnos no más de lo necesario, tampoco menos, pero con plena aquiescencia a cuanto la certeza de iterar nos depare, el martes enterraremos la sordina y todo volverá a ser ruido y furia».
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Iuvenes dum sumus

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Codex Manesse, f. 71v. Hacia 1305-1313. Página de Herr Kristan von Hamle.
Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
Eran días alegres aunque no siempre fueran luminosos y teníamos por delante tanto tiempo que lo demás importaba poco, nada en realidad. En realidad, ignorábamos las terribles certezas y cuando llegábamos al ubi sunt veíamos más la elegancia retórica de la pregunta que su grave contenido. Por eso lo más curioso ahora, en las raras ocasiones en que volvemos a entonar el himno, es que somos conscientes de que en la práctica todo ha ocurrido casi sin darnos cuenta. Estamos vivos de milagro.
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jueves, 23 de enero de 2020

Carpe risum

La imagen puede contener: una persona
Codex Manesse, f. 255r. Hacia 1305-1313. Página de Von Trostberg.
Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.

¿Qué sería de nosotros sin los episodios chuscos de la historia? A estas alturas, con lo graves que son y lo en serio que van los azares (incluidas sus raras concordias), aún tiene más valor el instinto bizarro que nos lleva a buscarle el famoso trespiés al felino, venga o no a cuento, y una gota de miel al vinagre de esponja en la cruz. Al fin y al cabo, y si bien se le mira el visaje al fiambre que espera, no podemos hacer otra cosa más útil —no, no, no podemos— que ensayar una huida de gestos calmados ante el último ataque de asombro. Estamos —¡todavía!— vivos de milagro.
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miércoles, 22 de enero de 2020

Hic sunt ossa

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Codex Manesse, f. 423v. Hacia 1305-1313. Página de Der Kanzler.
Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
Amábamos tanto la música, que era frecuente que cada uno llevara consigo una libretita para apuntar las letras de las canciones que solíamos cantar en las interminables filas escolares o en las caminatas de los días de campo, y tal vez por eso, aquí en el cementerio, aún recordamos las viejas costumbres, e incluso hay noches de niebla en las que salimos de nuestro reposo en la sombra y, después de entonar alguna vieja danza (macabra, por supuesto), nos ponemos a jugar al mus. Sólo hizo falta morirse para comprobar que nuestro destino estaba escrito en una canción.
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martes, 21 de enero de 2020

Tintinnabulum

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Codex Manesse, f. 75v. Hacia 1305-1313. Página de Herr Heinrich von der Mure.
Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
«Como era el más joven de la comunidad, aquel curso me correspondió la función de campanero. Fueron tiempos difíciles. Había que levantarse media hora antes que nadie y recorrer los gélidos pasillos del coloso de granito yendo camareta por camareta, celda por celda, puerta por puerta, haciendo sonar un gran esquilón, como de rebaño, y comprobando mediante los diálogos oportunos que todos los hermanos, profesos o no, y sus reverencias quedaban alertados y despiertos para que pudieran acudir puntualmente a los primeros oficios y cada uno al suyo. Fue precisamente en una de esas horas antes del alba cuando descubrí el cuerpo sin vida del hermano ecónomo, en muy extrañas circunstancias, aunque no sé si, como se dijo después, con la lengua ennegrecida. El caso es que no había pasado ni medio día cuando ya estaba allí, como llamado por un ángel, el muy renombrado fray Guillermo... De Baskerville, claro. Que a Ockam aún no habíamos llegado en las clases de historia de la filosofïa impartidas por nuestro profesor, el muy leído padre Unguis, y en consecuencia no estábamos en condiciones de aplicar sus métodos deductivos y mucho menos los principios de la famosa navaja. A decir verdad, ahora que ha pasado tanto tiempo y seguramente no quede vivo ya nadie a quien le importe, puedo confesar que fui yo mismo el que...» Lamentablemente, aquí se interrumpe el manuscrito, justo junto a una gran mancha carmín que ocupa casi media página y que, mientras la observo, me trae a la memoria algún verso escolar.
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