(Al hilo de los días). Más allá del valor social y cultural de un reconocimiento como el que la Unesco, en su algo retórica pero fundamental tarea, acaba de brindar a la tradición cerámica de Talavera de la Reina (y del Puente del Arzobispo, sin olvidar las contribuciones mexicanas de Puebla y Tlaxcala), la noticia de su consideración como patrimonio (inmaterial) de la humanidad me hace feliz como a un niño porque, de un modo muy gozoso, es la confirmación del carácter íntimamente humano y compartido de viejas sensaciones que iluminaron nuestra infancia (de estas cosas sólo puede hablarse en plural: por eso son tan grandes).
Y entre ellas, en muy privilegiado lugar están la danza del torno y el milagro del barro, de los que se habla en la entrada de la Posada que comparto. El vídeo que aparece al final —no se lo pierdan: es lo mejor— es de una gran belleza y muestra con mayor precisión que cualquier otra cosa el porqué de una fascinación. Y a renglón seguido, surge el recuerdo de personas muy queridas o admiradas que hubieran merecido disfrutar de una fecha así y que sin duda hoy estarán un poco más alegres o iluminadas allá donde se encuentren.
Son muchas, pero a la cabeza y en representación de todas ellas en mi memoria está presente José Luis Reneo, sin duda la persona a la que con mayor cariño, devoción y entusiasmo oí y vi valorar y defender esta artesanía y al que, como es bien sabido, tanto debe el Museo Ruiz de Luna de Talavera, ese precioso cofre de un gran patrimonio talabricense que ahora es ya de todos.