martes, 25 de junio de 2019

El invisible (r)

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«Cosas que ocurren cuando los museos cierran sus puertas».
Collage de Barry Kite.
Hace mucho que no sabemos nada del invisible. Pero los muertos no mueren. Ni hay ningún motivo para pensar que el invisible esté muerto. Y tú, ¿de qué lado estás? Cualquiera de estas noches cruzaremos el río Grande.
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lunes, 24 de junio de 2019

Soneto para el fu/ego

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Isabel Rawsthorne: Moving bodies (editado).
(Noche de San Juan)
Sostengo de palabras y de fuego 
una hoguera venial: es solo un juego,
mas va mi vida en ello, si es que luego
lo puedo soportar. Hay un trasiego
de nombres y de ritmos. No me entrego
a la primera. Busco el punto ciego
desde el que no se ve la luz del ego
que todo lo mixtura en su talego.
Hay cosas si curiosas también duras,
pues dan cuenta sin fin de las maduras
penas que nos producen quemaduras
para las que no hay bálsamo ninguno.
Vivir es esto: darle el oportuno
punto final al poema, claro o bruno.

Las brasas

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Noche de San Juan: Paso del fuego en San Pedro Manrique (Soria). Foto: JM Cadenas.
Tras cada pisotón sobre la alfombra candente, el pasador veía alzarse un pandemonio de burlones diablillos que apenas brillaban un segundo en el aire y se perdían hacia el fin de la noche. Al terminar, mientras empezaba a sentir en los pies un escozor repentino y creciente, recordó las palabras que le había dicho su abuelo al jovenzuelo aquel que preguntaba por el milagro anual de San Pedro Manrique, al tiempo que aportaba algunas conjeturas: que si la potencia de la presión, los ejercicios respiratorios, la calidad del combustible, que si patatín, que si patatán... «Explicaciones —había dicho el anciano— se dan muchas. Pero pasarlas... sólo nosotros».
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domingo, 23 de junio de 2019

Cantaora en Residencia


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(Visiones y audiciones en voz alta). Fue un privilegio asistir en la noche de San Juan al concierto que la cantaora Mayte Martín ofreció en el jardín de la Residencia de Estudiantes, como cierre de la Suma Flamenca de Madrid. Bajo el leve movimiento de los jóvenes chopos y entre el amortiguado grito rojo de las adelfas, y frente a un público numeroso y entregado, la cantaora dedicó su hermoso homenaje a García Lorca, “en su lugar”, interpretando cuatro de las más conocidas canciones ligadas a su nombre («Los cuatro muleros», «Las morillas de Jaén»... ), con arreglos y tesituras que hacían de ellas estrenos absolutos. Y un prodigio de saber, arte y delicadeza. Fue después desgranando sus “mementos”, un selecto repertorio de soleares, seguiriyas, tientos, fandangos, bulerías, hasta desembocar en géneros no por menos capitales dentro del canon flamenco más carentes de gracia y donaire: una hermosa milonga o la colombiana con que rindió homenaje a Valderrama. La claridad interminable de la voz de la artista catalana, con los maestros José Tomás y Alejandro Hurtado a la guitarra, llenó de belleza un espacio único y dejó en la noche más corta del año un aroma penetrante de arte, hondura y verdad. Lo dicho: un privilegio.

Viaje astral

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Jacob Peter Gowy: La caída de Ícaro, 1636-1638. Museo del Prado, Madrid.
Entre el deseo y el desastre, hijos ambos de la misma estrella, transcurre nuestra vida. Aunque cabe otra opción: que nuestra vida transcurra entre el desastre y el deseo, ambos hijos de la estrella misma. ¿Podemos elegir?
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sábado, 22 de junio de 2019

El estío (diálogo interior)

Picasso: La serenata, Mougins, 1965.
«De todos los nombres y expresiones que convoca la estación que acaba de iniciarse —me dice el interlocutor, sin casi darse por aludido ni dejarse encasillar en una vida escasamente imaginaria— ninguno refleja, a mi entender, con más claridad su verdadera condición que el rotundo apóstrofe que suelo oírle a alguien muy cercano: “¡La virgen, qué bochorno!”». Y, una vez puestas en su sitio las dobles comillas teatrales, qué otra cosa puedo hacer más que asentir. Asentir y curarme en salud, entre la realidad y la ficción, tierras ambas muy duras y complejas: «¡Que dios nos pille confesados... y a ser posible cerquita de una sombra», le respondo mientras lo veo irse. Y cierro comillas.
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viernes, 21 de junio de 2019

Cabezabuque

Marcel Gromaire: La Guerre, 1925. Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris.
El sargento primero Ramón, más conocido por la tropa como Cabezabuque, se pasó toda mi mili tratando de pillarme en un renuncio, especialmente en el trance de fumar algún porro, o algo más fuerte, y a ser posible en la oficina de la escuadrilla de instrucción, a la que yo como cabo furriel tenía acceso libre. Y es verdad que alguna vez no nos cazó, a mí comilitón el Charro y a mí, por muy poco. Lo más risible fue el día en que entró de golpe en la oficina y se puso a hurgar en los cajones de la mesa del brigada Marín, nuestro jefe inmediato. Había allí una pequeña caja con menudencias y basurillas varias, tornillos, arandelas, algún resto de cable..., y en medio de toda aquella barahúnda un buen trozo de masilla cristalera. Era digno de verse el gesto de sabueso de película con el que Cabezabuque olisqueaba aquello y la sibilina intención con la que nos miraba enarcando los ojos más de lo que ya de por sí le obligaba a hacerlo su menguado arco superciliar, que acabó convertido en poco más que el trazo de un dibujo animado cuando me lanzó una ojeada desafiante como diciendo: «A mí no me la das, periodista» —así se empeñaba en llamarme—, «que te tengo calao...» No sé cómo pudimos contener la risa, supongo que disimulando o fingiendo estar enfrascados en ultimar la lista de los servicios cuartelarios del fin de semana. Tampoco recuerdo cuál fue el desenlace de la escena. Me parece que desde entonces, además de por el nombre alusivo a su poderosa testuz, al sargento primero Ramón comenzamos a llamarlo Chusquero Masilla, aunque estoy casi seguro de que él nunca llegó a enterarse. Como sé que tampoco leerá estas líneas, aunque el mundo da a veces vueltas tan extrañas que nada es por completo descartable.
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