viernes, 24 de mayo de 2019

Almiar

Claude Monet: Meules, 1891. Colección privada*.

Cuando por fin encontró la aguja se dio cuenta de que había perdido el hilo.
*Su propietario pagó recientemente (mayo 2019) por la pintura algo más de 110 millones de dólares, el precio más alto pagado por una obra del pintor.

jueves, 23 de mayo de 2019

Reclusos

Xul Solar: Pareja, 1923. Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA).
—Y vos ¿qué?
—¿Yo? ¿Que qué de qué?
—¿Que por qué estás acá, vos?
—Ah, por una cosa que me dije con mi chorba.
— ¿Tu novia? ¿Qué cosa?
—Sí, cuando volví del fregao. Llevaba la muy loca dos meses sin verme.
—¿Y te dijo qué?
—No te mentiría si no te dijera que no te he echado de menos.
—¿Eso te dijo? ¡Qué fuerte!
—¡No, no! Fui yo quien se lo dijo.
—¿Tú? Pues entonces quizás es poca pena...
—¿Y eso?
—Que te la dan con queso.
—Mameluco te veo.
—Más bien majadero.
—¡De cuerpo entero!
—¡Ya te digo!
—¡No jodás!
Y así siguen. Hay momentos, te lo juro, en que resulta muy difícil saber quién habla.

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miércoles, 22 de mayo de 2019

Aerolito

Pieter Brueghel el Viejo (atribuido): Paisaje con la caída de Ícaro, 1554-1555.
Museo Real de Bellas Artes, Bruselas.
Sobre su cabeza, y también dentro de ella, fijándolo en un punto de la historia, dándole consistencia narrativa, era digno de verse aquel cintillo de colores o zepelín con una leyenda legible desde perspectivas diversas: «Por algo lleva el RIPio la sigla de la muerte».
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martes, 21 de mayo de 2019

Ellos (o Losotros)

La imagen puede contener: exterior
 Benjamín Palencia: La luz encendida, 1948.
Volví de nuevo a la carbonera y aún no se habían ido. Ya no me daban miedo, pero empezaba a ser difícil explicar su presencia permanente, de un día para otro, de sueño en sueño, como si para ellos mis días fueran sólo una pausa en sus vidas de humo.
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lunes, 20 de mayo de 2019

Fulgor mortal

La imagen puede contener: árbol, planta, cielo, exterior y naturaleza
Foto AJR, 2019.
La luz de lo que ocurre, la piel de cada día,
está llena de arrugas que son sólo ocurrencias,
laberintos de sol, reminiscencias
de una vieja armonía.
Por eso, los caminos de la melancolía,
los dulces finisterres que encienden el ocaso,
dejan sobre las sombras del fracaso
un poso de alegría.
Fulgor mortal, fluencia clamorosa
de nuestros cuerpos juntos
que el tiempo ha de beberse.
Tu piel, mi piel y una canción hermosa,
la clara melodía
que nos ocurre a veces.

Viejas lecturas

La imagen puede contener: texto
En el Metro de Madrid, línea 4.
(Al paso). Hace unas semanas, viajando en metro camino del cine Paz para asistir al preestreno de Conociendo a Astrid, un delicado retrato de la juventud de la creadora de Pippi Calzaslargas (recomendable sin reparos), me topé en el vagón con esta nómina lectora evocada por el maestro Savater. Parece mismamente el catálogo del primitivo Círculo de Lectores, un club del libro cuya revista y novedades desde muy pequeño vi en mi casa de Talavera por mediación de alguno de mis hermanos. Nombres y títulos que no se borran. Aunque el acercamiento a estas primeras formas de “bibliomanía” no fueran garantía de arraigo del vicio de leer, hay que subrayar en lo que valen lo mucho que favorecieron las posibilidades de acceso popular al mundo de los libros en una España semianalfabeta y más bien refractaria a la letra impresa. 

Casi al mismo tiempo, o un poco después (muy a finales de los 60), vendría la explosión del libro de bolsillo, con el lanzamiento de la Biblioteca Salvat de Libros RTV (a cinco duros el ejemplar) y el Libro de Bolsillo de Alianza, entre muchas otras. Fue entonces cuando puede decirse con propiedad que la lectura pudo entrar a formar parte de los hábitos sociales, y el libro dejó su papel de objeto elitista y algo huraño para instalarse en vida cotidiana. 

Lo extraño es que, más de medio siglo después, los hábitos lectores sigan siendo algo ajeno a una parte importante y principalmente masculina de la población. Y que un porcentaje monstruosamente significativo de personas declaren que no leen un solo libro al año. Por ahí sí que nos aproximamos al fin del mundo..., al menos tal como lo hemos conocido.

El Cenizo

La imagen puede contener: una persona, de pie
 Ignacio Zuloaga: El anacoreta, 1907. Museo de Orsay, París.
Al cumplir los sesenta, se dejó crecer la barba y las ralas guedejas, vistiose de oscuro y dio en andar por esquinas y encrucijadas soltando su bíblica admonición: «¡Venga, bandarras! Estad preparados, alerta y vigilantes porque no sabéis el día ni la hora». No tardaron en llamarle El Cenizo. Ni parecía desagradarle.
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