lunes, 15 de abril de 2019

Bajo el sol de Festos

Disco de Festos.
(Este yo que ya es tuyo)
Para poner la mano sobre el fuego
preciso (es) que tus ojos estén cerca.
El vicio de mirar(te) es mi más terca
costumbre, ( y ) mi más preciado juego.
Nunca puedo dejarte para luego
sin pensar (o) extrañarte. Tu luz cerca
mi cuerpo en surcos, (que) arden si se acerca
de los tuyos la llama a mi sol ciego.
Sólo seré real mientras me quieras,
si me miras será verdad (ya) el mundo,
mi nombre (es) nadie y ese que tú sabes.
Quedan atrás los fuertes, las fronteras,
lo que está ya de más y lo profundo:
(tú) eres la puerta y (yo) te doy mis llaves.

Los sastres

La imagen puede contener: una persona, sentada
Giovanni Battista Moroni: El sastre, 1565-1570. National Gallery, Londres.
—Hay hilos que no se acaban nunca —dice el maestro del corte.
—Ni nunca llegan a construir de verdad algo que arrope —responde el aprendiz maduro.
—Ah, el arrope, con ese dulzor un poco repulsivo. 
—Sí, jefe, pero también la necesidad de vivir bien resguardados en la intemperie.
—¿Intemperie, dices? Pues creo que le tira la sisa.
—Ah, no lo sabía...
Y seguían laborando, entre la tela que cortar y el jaboncillo del marcaje. Tal vez crean que no morirán nunca.
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domingo, 14 de abril de 2019

Adiós a Paca Aguirre

La poeta Francisca Aguirre. Foto Efe.
Tan alicantina como madrileña, poeta de cuerpo entero, madre de poetas (por partida doble, en un caso combinado con su papel de esposa), humilde y a la vez prodigiosa, sencilla y con la complejidad de lo mucho vivido. Ha fallecido Francisca Aguirre. Recuerdo, como si ya formaran parte de otra vida, algún paseo con amigos en torno a Cultura Hispánica, las cañas en Aurrerá, los equívocos sin importancia. Mi homenaje será hacer lo que no he hecho hasta ahora (tal vez por otro equívoco): leerla a fondo. Descanse en paz.

La mujer más vieja del mundo

Jeanne Calment
 Jeanne Calment., retratada por Pascal Parrot (Getty Images).
(Lecturas en voz alta). Desde que un día oí su historia y su voz en la radio, Jeanne Calment, «la mujer más vieja del mundo», como entonces la calificaron, es mi heroína. No tanto por su supuesto récord añoso como por el desparpajo con el que se comportaba ante la prensa. «Siempre que llaman a la puerta pienso que será la muerte, aunque parece que se ha olvidado de mí», venía a decir. También era muy admirable que hubiera conocido y tratado a Van Gogh, del que opinaba que «era más feo que un piojo». Y, en fin, me tenía subyugado el humor zumbón con el que lo observaba todo desde su edad centenaria. 

Ahora parece que, en lo tocante a su fecha de nacimiento y su identidad, podría haber hecho trampas, según revela este interesante reportaje. En cualquier caso, eso no va a disminuir mi admiración ni mi entusiasmo por su historia. 

Con los años uno aprende que los aspectos más maravillosos de la vida, si se excluye la vida misma y tal vez la consciencia, son más bien fruto de la imaginación.
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Lavandeiras

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Carlos Maside: Lavandeiras, h. 1955. Col. Legado de C.M.
De niño, en los veranos pasados en Galicia, aún alcancé a vivir la experiencia de acompañar a mi madre a lavar al arroyo del Pereiro, al pie mismo del lugar donde la sierra casi envolvía las casas más apartadas del pueblo. Allí solían coincidir muchas veces, al amparo templado de “o raio de mediodía”, varias comadres con sus tinas de zinc y sus lavaderos de madera. Aunque a menudo eran unas anchas lascas graníticas las que servían de soporte para frotar sobre ellas la ropa. Mientras se hacía la colada y las prendas se secaban al sol sobre la hierba, los niños nos adentrábamos un poco en el monte. Nos gustaba escuchar, bajo los gruesos cables del tendido eléctrico que venía desde el cercano embalse del Sil, el chisporroteo de "los duendes de la luz", a los que imaginábamos feos y terribles, por algo en las grandes columnas metálicas que los sujetaban se avisaba de que existía peligro de muerte. Con más frecuencia seguíamos el cauce del riachuelo y lo cruzábamos de un lado a otro procurando no mojarnos los pies, no siempre con éxito. También íbamos a aquel recodo en el que una vez vimos pudrirse la carroña de un enorme lobo que días antes había estado colgado a la entrada de la única tienda del pueblo, tras ser cazado por hombres del lugar. Aunque debían de haber pasado al menos un par de años desde aquello, el olor seguía siendo nauseabundo. O eso creíamos. Y pese a saber que existían razones claras para tenerles respeto a los caminos de la sierra, más de una vez nos adentramos monte arriba y, mitad en broma, mitad explorando sensaciones verdaderas, jugábamos a que nos habíamos perdido. Quizá fuera solo para experimentar la alegría de volver al corro de las madres, que ya estaban recogiendo las sábanas y los bártulos, y al poco, con las tinas de ropa limpia sobre la cabeza, nos apremiaban para emprender la vuelta a casa. Las tardes del verano tenían entonces una duración casi infinita y, por el camino, aún nos daría tiempo a ver hundirse lentamente el sol entre las formas redondeadas de Cabeza da Meda y a sorprender algún hilillo de luz resbalando por las hojas de un castaño.
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sábado, 13 de abril de 2019

Requiem a 450 voces

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(Ecos). En la noche del Viernes 12 de Dolores, seis coros (unas 450 voces) interpretando en el Auditorio Nacional de Madrid la misa de Requiem de Mozart. En algunos momentos, parecía que el edificio podía elevarse en el aire. Tal vez lo hizo. Una ocasión memorable. (Gracias, Daniel).

Apariciones

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Ceesepe: Escena de bar., h . 1980.
«A Filoteo, compañero de ritos y secuelas allá por los años de La Vid —me cuenta, acodado a mi lado en la barra del Elígeme—, no lo había olvidado, pero hacía mucho tiempo que nadie me hablaba de él». Tomó un sorbo escueto de su cerveza y continuó: «Su súbita aparición esta tarde, de mano de un amigo artista, ha sido una auténtica epifanía en plena cuaresma». Esbozó una especie de sonrisa que no pasó de mueca. «Y lo cierto es que no podría haber mejor encuadre para su figura y lo que su rastro suponen aún en mi vida que estos dos tiempos litúrgicos, esa medida del año y las querencias del espíritu que, llueva o escampe, suba o baje la música, nunca nos abandonará». Su mirada buscaba mi complicidad. No sé si la obtuvo. Después, levantando la copa y la voz dijo en tono grave: Confiteor Deo omnipotenti... La clientela se volvió, sorprendida un instante por su insólito énfasis. Pero enseguida cesó el asombro y cada cual volvió a lo suyo.
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