domingo, 23 de septiembre de 2018

Biografía (k)

Ludwig Kirchner: Marcella, 1910. Brücken Museum, Berlín
(Gracias a SPM, por la pista).
Esta mañana, al vestirme, descubrí que hasta mis calcetines tienen nombre: ARTENGO, nada menos. ¡No sé dónde vamos a llegar!
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sábado, 22 de septiembre de 2018

Fracaso

J. L. Ojea: Cabeza del Moro (torre del polvorín),
en Talavera de la Reina.
¿El mayor fracaso de mi vida? No sé, tendría que aflojarme la camisa para contestar. Pero creo que fue, sí, sin duda, el día aquel en que me escalucharon.
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(Canicas, 2)

viernes, 21 de septiembre de 2018

Hablarle a Borges (8)


La imagen puede contener: una persona, de traje
Borges en Palermo (Sicilia), 1984. Foto de Ferdinando Scianna/Magnum.

(Hablarle a Borges, 31). Dicen que Borges dijo o escribió: «El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto». 
La imagen puede contener: una o varias personas e interior
El escritor en el cuarto de los juegos. Foto: Sara Facio.
Y, sin olvidarme de Milton ni del Dante, tampoco de Rimbaud o Dostoyevski, se me ocurre anotar: «Son máquinas imaginarias sin duda hiperbólicas. Tal vez, sagaz maestro, porque su objetivo sea magnificar la vida, tanto por el lado de la virtud como desde el foco de la maldad. Están hechos a la medida de la ambición humana».

(Hablarle a Borges, 32). Dicen que Borges dijo o escribió: «Mi postulado es que toda literatura es autobiográfica». 
Y al leerlo me surge, casi espontáneo, un “comentario al respeto”: «Obviamente, Borges. ¿De qué otra cosa podría, en puridad, escribir la conciencia sino de sí misma? Cuestión más peliaguada sería plantear, sin ánimo tautológico pero reflexivo, si todas las sedicentes literaturas son literatura, o hay que hacer una marca de agua para distinguir

Hablarle a Borges, 33). Es bien sabido que Borges escribió: «Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph. Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor».
Y al volver a leerlo como si fuera la primera vez, me digo:‪ «Es difícil describirlo mejor. De hecho, es imposible describirlo. He aquí el Aleph en su prístino Omega».‬
La imagen puede contener: una persona
Borges fotografiado con “el Espasa” al fondo. Él, lector confeso y admirado de la Británica, al imaginar el paraíso en forma de biblioteca, seguro que a alguna estancia celestial la supuso con orden y espesor enciclopédico. En cierto modo, toda su obra está pergeñada (signifique lo que signifique esta palabra) en clave enciclopédica, no ciclópea pero sí hermosamente cíclica. Con un sonido de lluvia, clic, clic, al fondo.


Viñeta

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Roy Lichtenstein: «In the Car», también conocido como «Driving», 1963.
Scottish National Gallery of Modern Art, Edimburgo.

Me estoy acordando ahora de la simpar Betty Boop, que nos enseñó que la vida como dibujo animado tampoco es fácil, aunque tiene sus ventajas y hay que aprender a sacarle partido. Es lo que hago: ñam, ñam, ñaca, ñaca.

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jueves, 20 de septiembre de 2018

Bula

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Francis Bacon: Study after Velázquez's Portrait of Pope Innocent X, 1953.
Des Moines Art Center, Des Moines, Iowa (EE UU)
En cierta ocasión me encontré subiendo una escalera que sólo tenía dos peldaños. «Vaya, hoy he tenido suerte», me dije. «Seguro que si sigo por ahí, al otro lado veré al Papa». No es que estuviera en mi cabeza la intención de desear encontrarme con tan alta dignidad. Pero quería estar seguro de que, si emprendía aquel camino, no me vería amenazado por una plaga de insectos. Y es sabido que para salir bien parado de esas molestas circunstancias no hay nada mejor que una bula. Papal, a ser posible.
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miércoles, 19 de septiembre de 2018

Ángel Ballesteros, un amigo

Resultado de imagen de Ballesteros Gallardo




Y el ángel vino y removió las aguas 

«La ciudad estaba en trance de perder su alma cuando el ángel vino a remover las aguas del pasado esplendor». Con una frase así, de sabor bíblico, podría resumirse el papel que el historiador y poeta Ángel Ballesteros Gallardo ha venido desempeñando desde hace más de cuatro décadas paraTalavera de la Reina, la urbe que, sin ser su cuna, ha recibido la mayoría de sus desvelos como investigador y divulgadorY también una permanente actividad —creativa, docente, comunicadora— de signo cultural.

En mi primera memoria de su persona, que se remonta al año mismo de su llegada a Talavera (sería hacia 1975), lafigura de Ángel se me aparece vinculada a la de mi viejoamigo el erudito y entusiasta Almiro Robledo, un «agente comercial» —así rezaba la placa en el portal de su oficina, al final de la calle del Sol— que por aquel entonces se ocupaba,en La Voz de Talavera, de relatar las anécdotas y leyendas de las calles talabricenses, además de hacernos más de una vez de guía por una ciudad que acaso sólo existía —pero de qué modo— en su imaginación. Los recuerdo juntos porque, si bien raras veces estuve con los dos, Ángel no tardó en ser para mí la persona con la que con más provecho se podía hablar de la historia de Talavera. Al papel que hasta entonces había desempeñado don Almiro, Ángel sumaba las ventajas de una mayor cercanía de edad, su formación académica, el rigor de los nuevos enfoques y, sobre todo, el interés compartido por la poesía, que fue sin duda el imán que nos reunió, junto a otros amigos de entonces, en diversos proyectos, eventos y actividades, que a veces cuajaron, a menudo no, pero fueron ocasión de que fraguara una amistad que todavía dura.

Pienso ahora si, junto a las parecidas preocupaciones, la causa de esa vinculación inicial entre don Almiro y Ángel no estribaría en un detalle acaso menor, pero que con el paso de tiempo ha ganado en relevancia y peso plástico, hasta imponerse como «imagen de marca», por así decir, del sabio local: ambos dos vestían con garbo la capa española (Ángel me parece  que aún la porta en los meses crudos). En la mente del jovenzuelo que yo era entonces un rasgo así no tardaría en adquirir ribetes míticos. Y con toda razón. Si don Almiro me había contagiado su entusiasmo y había despertado mi imaginación hasta lograr que las piedras hablaran, Ángel, con su charla apasionada y erudita, sus lecturas, los evocadores artículos que pronto comenzó a publicar en el periódico —«Retales sueltos para un museo» se tituló una de sus series más leídas— y, sobre todo, la cercanía de su trato, se convirtió en un amigo, un colega sabio, además de algo pintoresco y muy original, con el que siempre era fácil y gratificante la conversación. 

Poco después yo dejé Talavera, aunque seguí muy de cerca toda la larga marcha que Ángel emprendió a favor del rescate y como se dice ahora— la puesta en valor de aspectos históricos, monumentales, artísticos, tradicionales de una ciudad que siempre ha tenido como grave defecto el escaso aprecio de lo propio, e incluso un manifiesto desinterés por algunos hitos importantes de su historia y su cultura. Una ciudad siempre  en peligro de perder su alma. 

Sería muy larga la enumeración de asuntos talaveranos en los que el trabajo de Ángel ha contribuido a rescatar del olvido, o recuperar del abandono, tradiciones y obras, patrimonio material o inmaterial. Un legado que, gracias a empeños como el suyo, hoy tiene una presencia bien distinta en la realidad talabricense. Ejemplo señero es, sin duda, el de las fiestas de las Mondas. Si, entre otras fuentes y precedentes,  un famoso texto de Julio Caro Baroja había divulgado su importancia, es indudable que fue el infatigable batallar de un grupo de personas, con Ángel como principal impulsor, lo que acabó propiciando su recuperación, hasta lograr el eco internacional que tienen hoy los festejos talaveranos de después de la semana santa.

Y la poesía. Otro amigo común, que siempre estará vinculado a los años en que mantuve un trato más continuo con Ángel,es José Luis Reneo. Fue otro «corazón caliente» para todo lo que tuviera que ver con el arte y la cultura. José Luis, prematuramente desaparecido, nos vinculó a ambos, junto con el escritor Raúl Carbonell, en la aventura de «Tesela», una tan voluntariosa como efímera colección de «carpetas de poesía para bibliófilos», diseñadas con tanta originalidad como curtido barroquismo, con un airoso dibujo de Gregorio Prieto como santo y seña. Creo que sólo se llegaron a publicar cuatro números. Recuerdo los dos «consejos de redacción»que tuvimos en el domicilio de José Luis, en la plaza que preside la estatua del Padre Juan de Mariana, para decidir la publicación de las siguientes entregas. Y tampoco he olvidado —lo que son las cosas— que no logré convencer a mis compañeros de las bondades de un libro de Juan Malpartida.  Y que acepté que como número cuatro de la colección se publicara un conjunto de poemas de un entonces para mí desconocido Hilario Barrero (¿les suena?), que apadrinaba  Ángel. No sé si viví aquello como una “derrota” editorialEn todo caso, no debió de ser traumático porque lo recuerdo concariño. Y desde entonces, aunque nuestro contacto directo sea muy reciente, no le he perdido la pista a Hilario. De ese hilo, si bien se mira, nace este ovillo.


Anterior a esta aventura de cariz poético hubo otra u otras. La principal fue, sin duda, la primera salida  —y única en el formato revista— de La Troje, germen del grupo cuya historia ya se ha contado varias veces. Fueron aquellos los años de un trato más intenso con Ángel. Recuerdo que muchos fines de semana, o en periodos de vacaciones, en la trastienda de Ismael Sánchez, otro gran amigo de la época, se organizaban animadas tertulias donde la presencia de Ángel —¡y la del profesor Ballesteros!— era habitual. Y también en La Voz de Talavera, en la que todos escribíamos, en torno al industrioso y casi heroico profesional del periodismo que fue Eladio Martínez., con el que Ángel entabló una asidua colaboración que incluso se plasmó en algún libro. 

Casi sin querer, la memoria desata lazos que parecían perdidos en la urdimbre del tiempo. Aún habría muchas cosas que contar. Pero esto se alarga demasiado. Así que volveré, para terminar, al principio. 

Mucho tiempo después, en mitad de la avenida de Toledo o en la glorieta del Laurel de los Jardines del Prado, tal vez en pleno invierno de la Ciudad de la Niebla, dos amigos se encuentran, se miran sonrientes, uno de ellos se retira la pipa de la boca y, señalando el habitual fajo de libros y papeles que lo acompaña, dice: «¿Has visto qué buenos son los poemas de Fulanito?» Y, de modo inmediato y alegre, el otro amigo siente que el ángel está otra vez a punto de remover las aguas.Alfredo J. Ramos

El machote

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Roberto Botta: Grito IV.
Sin dejar de dirigir de cuando en cuando la mirada hacia la pantalla donde comparecía, agrietado, brutal, mascariento, el hombre del nombre azaroso, el espectador abrió el libro que tenía sobre la mesa y aquello ya fue una danza interminable de fantoches en la que se enlazaban «el abarrotero, el empeñista, el chulo del braguetazo (...), el doctor sin reválida, el periodista hampón, el rico mal afamado», y un esperpéntico cortejo que desfilaba en dirección al patio aquel presidido por las figuras de las que dice la leyenda que «seis reyes y un santo salieron de este canto y quedó para otro tanto». Y tanto.
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