Se lo había advertido en numerosas ocasiones. Pero no conseguí que me creyera. Por eso ahora no me extrañan sus ojos, estupefactos. Ni el rictus de su pico, doloroso. Ni, menos aún, el revuelo, desesperado, con que trata de zafarse de las garras del águila traicionera que acaba de sobrevolar el nido y lo ha arrebatado en menos que se tarda en pensarlo. Mientras lo veo alejarse para siempre, por el fondo del valle vuelve a cruzar la gran diosa de acero, veloz, brillante, como ajena a todo. Ya nunca más le rezaremos juntos.
Cosacos zapórogos escribiendo una carta al Sultán Mehmed IV de Turquía (también conocido como Cosacos de Zaporozhia), 1880-1891. Museo Ruso, San Petersburgo.
(Lecturas en voz alta, ). Suscribo una por una las razones para amar la radio que Elvira Lindo desgrana en este artículo. No es ya sólo que haya sido, sea y presumiblemente seguirá siendo el medio de comunicacion que prefiero y, como ella subraya, el «más íntimo» de todos. También es el que con mayor asiduidad me ha acompañado, hasta el punto de que ha estado presente en todos los momentos informativamente «importantes» de los que tengo memoria, desde la muerte de Juan XXIII y el asesinato de Kennedy hasta esta misma «crisis catalana» interminable, pasando por sucesos como las inundaciones y algunas otras desgracias de los años sesenta, la llegada del hombre a la Luna (primera vez en que la televisión le disputó la primacía), el atentado de Carrero, la muerte de Franco, la legalización del PCE, el 23-F, el primer triunfo electoral del PSOE, tantos secuestros y atentados de ETA (y muy en especial la cobarde ejecución de Miguel Ángel Blanco), la tragedia del 11-M, en torno al que se produjo uno de los mayores servicios que las ondas han prestado a la democracia, y, en fin, todos y cada uno de los momentos significativos de lo que antes se llamaba la «rabiosa actualidad» (hasta que descubrimos que la actualidad es siempre rabiosa). Sin insistir demasiado, porque ocuparía capítulo aparte, en la crónica deportiva: los partidos de tenis de Santana en Australia o Wimbledon, los combates de boxeo entre Carrasco y Velázquez o los de José Legrá y de Urtain, los avances de las etapas del Tour cuyo desarollo leería al día siguiente en el periódico (Asmás veces que Marca), o las crónicas de Antonio de Rojo desde San Mamés en el Carrusel Deportivo de los domingos (ya hablé aquí de ellas). Y todo eso dejando para un apartado de mayor intimidad y minucioso recuento tantos programas, series, voces, músicas, humor y tertulias como he seguido, con mayor o menor atención, a menudo como compañía de fondo en mis actividades laborales. Y, por último pero en absoluto lo menos importante, como el principal antídoto frente a la soledad.
El artículo de Lindo, además, cita por extenso un poema de Carver que desconocía (o he olvidado: a estas alturas ya es difícil estar completamente seguro de nada que tenga que ver con la memoria), y que desde hoy se convierte en una razón más para agradecerle a la radio tanta cercanía.
Ondas de la radio: son las de un mar que se mueve por el aire y siempre alcanza nuestra orilla.
(Músicas en voz alta, 🎼👨👩👧👧14). La por completo inabarcable actividad cultural madrileña ofrece posibilidades para todos los gustos y de cuando en cuando nos toma por sorpresa. Así nos ocurrió el pasado jueves (2 noviembre) a quienes asistimos, en la Casa Regional Mesa de Burgos en Madrid, a un concierto de música renacentista española con piezas conocidas —y no tanto— del gran repertorio polifónico hispano, que cuenta con nombres tan destacados como Juan del Enzina, Morales, Guerrero o Victoria, entre otros muchos. El concierto fue en realidad una selecta ilustración de la muy documentada y amena conferencia sobre el gran músico burgalés del siglo XVI Antonio de Cabezón, pronunciada por el historiador Daniel Galán y seguida con gran atención por un numeroso público.
No es casualidad que la coral, bajo la dirección del maestro Roberto de Neila, lleve el nombre del compositor nacido en Castrillo Mota de Judíos, pequeña localidad que hasta hace poco portaba un topónimo equívoco. Sonaron con armonía y notable entusiasmo canciones como el Verbum caro factum est, pieza anónima del cancionero de Uppsala; Hoy comamos y bebamos, la muy conocida celebración precuaresmal de Juan del Enzina, o el delicado Ave María del padre Victoria.
Fue algo más de una hora de buena divulgación y sensibilidad interpretativa, en la tarde ya casi por fin otoñal de Madrid. Para muestra, el vídeo de arriba, que he pescado en la cuenta de YouTube de Antonio Clemente Colino (gracias).