(Aquí va mi palma de domingo de Ramos. No es una broma, pero naturalmente no puede dejar de ser una broma. Et in Arcadia EGO.)
Hoy, Domingo de Ramos, el iPhone me pide permiso para actualizar su sistema operativo. Una vez hecho, para adiestrar a Siri, el asistente de voz —un equivalente, en términos móviles, de aquel HAL 9000 «que nos precedió a todos»—, se me pide que emplee una frase cuasi palindrómica:
OYE, SIRI, SOY YO.
En realidad, la construcción especular —y disculpen si aquí me pongo serio— es impecablemente perfecta y, en cierto modo, recuerda el sistema ideográfico que emplean los alienígenas de la película "Arrival": el intercambio o tráfico de sentido debe hacerse a través de estructuras cuya fijación quede asegurada, y a salvo en lo posible del efecto corrosivo de la subjetividad, mediante la duplicación de doble eje, principio básico de toda vida celular y base asímismo de la permanencia de la materia, que en el fondo último de su composición —en su cifra energética— siempre permanece igual a sí misma.
Este principio básico de supersimetría SIRI (sus programadores) lo cumple mediante una sencilla transferencia de significado implícita en la correcta decodificación de su mensaje. Y es que, en efecto, cuando a SIRI hemos de decirle SOY YO —y no YO SOY, que sería un espejo directo— es porque el sentido final de nuestro mensaje no es otro que pedirle que nos suplante de la forma más eficaz y útil posible. En suma, lo que le estamos diciendo es:
OYE, SIRI, SÉ YO.
O sea: un palíndromo perfecto.
Como lo es también este otro, hallado por el maestro Filloy y que seguro que SIRI no desconoce (es más: diría que lo iba murmurando para sí mientras, con ademanes de felina mimosa, regresaba a su limbo cuántico):
ES RAMOS AL ASOMARSE.
Así que, cuando se tropiecen con una de estas criaturas capicúas, además de sonreír, si les peta, o incluso de asentir (¡AJA!), si les convence, no dejen de echar una mirada al interior de su mente: ahí está todo. O casi. Y después salgan al mundo.
«Pueri hebraeorum portantes ramos olivarum...»