Miguel Poveda entre sonetos arde
por los cuatro costados del flamenco:
hondura, luz, compás, pasión. Y el cuenco
de una voz prodigiosa (que dios guarde).
Una voz donde brillan las heridas
y se incendia la lluvia de la tarde,
mientras amor y muerte, sin alarde,
dirimen sus batallas, tan queridas.
Sonetos y poemas que se quiebran
y van al aire con sus versos sueltos,
como muchachas por la playa, libres.
Palabras sin cadenas que celebran,
en la voz de Poveda, los absueltos
delitos del querer… (¡Para que vibres!)
Miguel Poveda durante su recital en el Compac Gran Vía de Madrid, el 14 de enero de 2016. Allí estuvimos.
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(Recupero de los comentarios mi crónica del recital, para facilitar su lectura a los interesados.)
Aprovecharé tu interés, querido amigo, para extenderme un poco, siquiera a vuelapluma, sobre lo visto y oído el pasado jueves 14 de enero en el añejo y algo destartalado pero aún habitable Teatro Compaq Gran Vía, antiguo cine y sede de estrenos muy notables.
El espectáculo, de unas dos horas y media de duración, sin intermedios –aunque sí con dos "interludios" protagonizados por la guitarra de Chicuelo, el piano magistral de Joan Albert Amargós y el buen hacer palmero y percusor del resto del elenco–, tuvo tres partes bien definidas. La primera se centró en el repertorio del último disco y justifica el título homónimo de la convocatoria: Sonetos y poemas para la libertad. La inició Poveda con su ya bien conocida versión del soneto «Para la libertad», de Miguel Hernández, rompiendo muy bien la voz en los versos más hondos. Siguieron después, entre otros, sonetos de Quevedo, con los oxímoros de su «Hielo abrasador»; Borges y el homenaje al padre, a la memoria y a la ficción del tiempo (con esa prodigiosa estrofa que el parte meteorológico del momento hacía, además de verdadera, literal: «Bruscamente la tarde se ha aclarado / porque ya cae la lluvia minuciosa. / Cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado...»); Neruda («Amor mío, si muero y tú no mueres…»), el más claro de los sonetos del amor oscuro de Lorca («…llena pues de palabras mi locura / o déjame vivir en mi serena / noche del alma para siempre a oscuras»), otros de Alberti, de Ángel González, de Sabina… y uno de Aute (variante, no muy lograda, del “violante” de Lope), y que dio pie para la presencia en el escenario de Pedro Guerra, autor de las músicas de los sonetos, en cuya selección también participó Luis García Montero.
Esta parte se cerró no con un soneto, sino con «No volveré a ser joven», de Gil de Biedma, prodigioso para mí, como sabes, una pieza mayor del repertorio de Poveda, aunque puede que no fuera esta vez la ocasión en que más partido le sacara.
El tercio de los sonetos, aunque admirable en más de un momento, no diría yo que es el terreno en la que más brilla la capacidad de Poveda para decir con la hondura y soltura que él sabe. La estructura de la estrofa se presta bien al fraseo encadenado y al efecto de los juegos verbales y las paradojas. Pero quizás es un esqueleto verbal que puede llegar a tener cierta adustez para el cante y que a veces se enquista en la lejanía de las rimas o, más aún, en los giros y quebradas de los encabalgamientos, a los que no siempre parece posible sacarles un partido bien acompasado. Sería un tema para hablarlo con más calma.