Por mero azar de ventura, aunque de lejos guiado por las buenas vibraciones de mi amigo Darabuc (su blog, aunque ahora inactivo, es un pozo sin fondo de pistas valiosas), he dado con este hallazgo en verdad novedoso, aunque al parecer lleva ya un par de años dando vueltas por las nubes. Y es, además, una actualización de un invento surgido en las entrañas de Oulipo, el vigoroso laboratorio de escritura potencial cuya energía parece aún lejos de agotarse. De hecho, muchos de sus procedimientos, en permanente renovación, se siguen mostrando particularmente idóneos para, como sugiere la sigla que cifra el nombre de este ingenio, librar a las almas sensibles de las prisiones letales que engendra el tedio.
Se trata, tachín, tachín, de nada más y nada menos que de La Increíble Máquina Aforística (LIMA), un artilugio que parece sacado de aquellos inventos del TBO que tanto nos gustaban de niños. O de los más recientes pero también ya muy veteranos forgendros. Aunque, a diferencia de unos y otros, esta máquina funciona de verdad, en el mundo real real, no sólo en el real imaginario, como podrán comprobar con el simple gesto de clicar sobre la última palabra de este texto (¡no huyan aún!) y seguir luego luego, como diría Cervantes, las instrucciones que verán en el lugar al que tan simple gesto, si todo funciona, ha de llevarles.
He aquí una hermosa y muy útil herencia de la vieja sabiduría patafísica y de las corrientes que entienden la escritura ante todo como un juego, y en consecuencia sostienen que el azar puede ser uno de los más valiosos aliados del arte. Al fin y al cabo, ¿qué es la creatividad sino un paciente y continuo olfateo del mundo y sus espacios interiores para descubrir el curso de los vientos favorables?
La fabulosa LIMA tiene detrás una historia muy intensa y más letra de la que aquí y ahora sería pertinente deletrear. Ya lo advertirán por ustedes mismos a poco que le presten una pizca de su valioso tiempo. Y más, mucho más, si se entretienen con las interesantes explicaciones de su hacedor, el escritor e ingeniero informático Ginés S. Cutillas. Y, sobre todo, si se lanzan con entusiasmo a darle a la manivela y prestan atención despierta a los resultados.
Por mi parte, confieso que, si fuera twittero o mero partidario del nuevo gay trinar, este descubrimiento me habría puesto al borde del suicidio. E incluso un paso más allá: con los pies en el aire. De modo que algo valioso puedo agradecerle ya a mi proverbial y algo viejuna (lo reconozco) renuencia a transitar ciertas redes sociales. Al menos hasta ahora.
Lo cierto es que, lejos de esas pesadumbres, y decidido a seguir empleando la mirada infantil, que acaso sea la única capaz de hacernos soportar lo insoportable del interminable ciclo navideño, quiero pensar que LIMA es el regalo cibernáutico que ese gordinflón perseverante que es Papá Noel me ha dejado junto al árbol. Milagro y gordo, ya digo, lindante con la pura maravilla, máxime si se tiene en cuenta que este año en la Posada no hay árbol que valga.
Y como tal dádiva de Navidad, quiero compartirla con todos los amigos y visitantes de este albergue, a quienes deseo (empezando por usted, amigo o amiga, que quizás está leyendo esto ya con un poco de impaciencia...) unas muy felices fiestas. Y que 2015, además de próspero, sea el año en el que, impulsados por la alegre marea de las frases que tienen en su principio su final y en el final su principio, por fin podamos salir al espacio exterior y gritar: «¡A mí la Lima!»
(AJR: 4, 9; Palíndromos ilustrados, XXXIX)