Como quien no quiere la cosa, pronto hará casi veinte años que, a través de un amigo que ya no está, me llegaron en forma de emilios (un neologismo que no parece haber hecho fortuna) estas dos misssivass que ahora encuentro en YouTube repicadas en diferentes versiones (la segunda, en realidad, es una entrevista, pero no es cuestión de echar a perder la oportunidad del título de la entrada por una nimiedad de géneros). Como supongo que aún habrá quienes no las conozcan, especialmente entre las nuevas generaciones que, en oleadas cada vez más nutridas, acuden a esta Posada en busca de solaz (lo que no quiere decir que de verdad lo encuentren, ja ja), aquí las dejo como figurillas de un belén virtual. O, mejor aún, como parte importante de la banda sonoro-humorística de la que me gusta rodearme en estos días tan señalados. Que ustedes las rían bien.
viernes, 27 de diciembre de 2013
lunes, 23 de diciembre de 2013
Dádiva Navidad
Como don de la Navidad y colgada de la percha del sencillo palíndromo del título, dejo proyectándose en la pequeña sala de cine de la Posada (aunque es probable que deban verlo en YouTube) el bien conocido Cuento de Navidad de Auggie Wren, de Paul Auster, filmado por Wayne Wang, y al que la voz de Tom Waits, insistiendo casi con desgarro en que «somos inocentes cuando soñamos», le da un subrayado que hace que la historia sea estremecedora. Es la secuencia final de Smoke, esa película sobre el arte (y la paciencia) de mirar, muy recomendable para estos días y que ha merecido en la red análisis tan bien informados como éste (en él puede verse, doblada, la escena del minucioso relato que el fotógrafo Auggie Wren —inolvidable Harvey Keitel— le hace al escritor Paul Benjamin —un muy creíble William Hurt—, quien utilizará la historia para cumplir su compromiso de colaboración navideña con un periódico). Preparando la entrada, descubro también que la editorial Seix Barral ha reeditado (anteriormente apareció en Lumen) el cuento en un volumen con coloristas dibujos de la ilustradora argentina Isol. Si aún tienen pendiente algún regalo, tal vez sin querer hayan encontrado aquí una buena idea. Una (otra) dádiva. Feliz Navidad.
[AJR, 2:13; Palíndromos ilustrados, XXXIV]
sábado, 21 de diciembre de 2013
Alfonso, el peliculero
Uno de los personajes más populares de la televisión en los años sesenta y setenta (de otro milenio hablo) fue, sin duda, el crítico de cine Alfonso Sánchez. Su nombre hoy ya no parece decir nada a casi nadie, pero estoy convencido de que en mi generación y en las inmediatamente anteriores y posteriores somos muchos (con la segura excepción del ministro Montoro) los que le debemos un especial aprecio del cine como algo más que un mero entretenimiento. La naturalidad y gracia con la que Alfonso Sánchez presentaba las películas, y la sabiduría de sus comentarios en los diferentes programas en los que se ocupaba de la sección de cine, fueron, en aquellos años de formación, una alerta valiosa sobre la naturaleza artística del séptimo arte. Incluso me atrevería a decir que fue él el primero que a muchos nos enseñó a ver aspectos que ni siquiera sospechábamos que pudieran entrar en juego en lo que hasta entonces era, más que nada, una fascinación a la que nos entregábamos siempre que era posible, en especial los domingos por la tarde y en sesión continua.
La voz de Alfonso Sánchez, con su inolvidable registro nasal de trompetilla, algo gangosa y algunas veces a punto de desbaratarse en los atascos de la tartamudez o entre los ataques de tos (siempre sospeché que eran rasgos que el personaje exageraba a propósito), forma parte de la banda sonora de esos años, no sólo por las muchas veces que la oímos en la pequeña pantalla, sino también porque se convirtió en fuente de inspiración de humoristas y caricatos: no había artista cómico que no incluyera entre sus habilidades la imitación de «Alfonso, el peliculero». Incluso en las veladas de colegio o en las fiestas de fin de curso era habitual el numerito, muchas veces acompañado por la parodia de los relatos faunísticos de Félix Rodríguez de la Fuente, otra voz tan peculiar como inolvidable.
Esta mañana sin saber por qué, quizás debido a las contradictorias mareas emocionales propias del infinito ciclo navideño, me he despertado con una gran añoranza de esa voz. Y me he puesto a buscarla por la red. Fruto de esa pesquisa es este excelente documental (más bien un autorretrato del personaje) que José Luis Garci realizó en 1980, un año antes de la muerte del gran crítico de cine.
jueves, 19 de diciembre de 2013
A los cuatro vientos
Sobre la chimenea de La Posada puede verse estos días una especie de heraldo enfaldellinado que pregona a los cuatro vientos sus buenos augurios.
Al viento del Norte,
la salud que importa.
Al viento del Este,
el don de la luz.
Fuerza, al melancólico
viento del Oeste.
Y días alegres
al viento del Sur.
Feliz Navidad
martes, 17 de diciembre de 2013
Sí, (parece que a veces) se puede
Desde que me llegó el primero de sus correos, suelo prestar atención a las iniciativas de change.org, uno de los ejemplos más claros del poder de las redes sociales. El vídeo resume algunos de los logros de estas iniciativas de solidaridad que, a diferencia de tantos otros mensajes que se encadenan en la red sin ton ni son, están poniendo de relieve una alianza entre tecnología, responsabilidad e imaginación digna de crédito y apoyo. Tal vez esté en ellas el embrión de una nueva forma de organizar y ejercer el poder que de verdad se rija por el bien común y sea capaz de poner freno a tanta corrupción política.
viernes, 13 de diciembre de 2013
Un drama atemporal
¿Aparta y atrapa
o
atrapa y aparta?
o
atrapa y aparta?
[AJR, 3:13 +(o)+3:13. Palíndromos ilustrados, XXXII, XXXIII]
(Aunque algo distorsionada, la voz que subraya la belleza trágica de esta secuencia impresionante es la del inolvidable Constantino Romero. Sirva de homenaje.)
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Metáforas de arena
Dunas de Calblanque. © Sagrario Pinto, 2008. |
Siempre empiezo a escribir en el desierto.
No es solo la aventura, es la materia
del impulso que estira hacia la luz
la parte más oscura de su peso
para encontrar debajo de la arena
la plata de los sueños escondidos
y la forma segura de olvidarlos.
El viaje es la piel dura del día
y su signo es la búsqueda inhumana
porque nadie
nos puede socorrer ni nadie viene
a decirnos que sí o a reprobarnos.
Las palabras son seres imprecisos,
vibrantes, como dunas movedizas:
su estela es infernal pero tan pura
que puede rescatarnos del abismo
con tan solo iniciarse en nuestra mente.
Siempre dejan un rastro –las palabras–
que no se acaba, solo se abandona
para poder vivir entre las cosas
con palabras capaces de querernos.
El desierto es así. Y no tiene límites.
No es solo la aventura, es la materia
del impulso que estira hacia la luz
la parte más oscura de su peso
para encontrar debajo de la arena
la plata de los sueños escondidos
y la forma segura de olvidarlos.
El viaje es la piel dura del día
y su signo es la búsqueda inhumana
porque nadie
nos puede socorrer ni nadie viene
a decirnos que sí o a reprobarnos.
Las palabras son seres imprecisos,
vibrantes, como dunas movedizas:
su estela es infernal pero tan pura
que puede rescatarnos del abismo
con tan solo iniciarse en nuestra mente.
Siempre dejan un rastro –las palabras–
que no se acaba, solo se abandona
para poder vivir entre las cosas
con palabras capaces de querernos.
El desierto es así. Y no tiene límites.
Rescatado de los arcones de la Posada
(Primera publicación: 3 julio 2009; 12:37)
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