La escritura se parece mucho al humo:
a veces es lo único visible
de un fuego consumido en otra parte.
Es también la leyenda
que cruza las praderas del Oeste
y guía las manadas de bisontes
hacia el cuarto cerrado de los niños,
siempre en sesión continua.
La escritura es el cuenco de una tarde de lluvia
y el recuerdo sellado de la antigua inocencia.
Su rastro es como el humo de los barcos,
los lentos titubeos de aquellas nobles máquinas
movidas a vapor
movidas a vapor
que escribían mensajes imposibles
entre el cielo y el agua.
Diminuto navío cruzando los fiordos
bajo los espejismos del sol de medianoche,
la escritura navega intermitente
entre brumas y fuegos de Santelmo
al hilo de la vida que pasa cada día
con su fardo de imágenes
lavadas por la luz
y la memoria.
Y al igual que la vida,
la escritura concluye su viaje
en el lugar remoto
donde no se aventura ningún pájaro
y sólo son reales los escollos de espuma congelada,
los blancos remolinos
que inundan las orillas del poema
y humedecen el fuego de cada atardecer
hasta perderse
en el vasto dominio de lo intacto
donde viven las voces nunca dichas
y algunas raras perlas cosechadas,
como quería el poeta,
sobre el hocico mismo de cada tempestad.
Escribir es vivir: el mismo juego,
la misma levedad,
el mismo incendio…
Y tal vez, al final,
humo tan solo.
humo tan solo.
Imagen: Atardecer en Mikonos. Foto tomada del blog Tertulia Atril.
Rescate de los arcones. Primera publicación: 29/10/2009; 19:33
Rescate de los arcones. Primera publicación: 29/10/2009; 19:33