Que Lou Reed y Manolo Escobar, o Manolo Escobar y Lou Reed, hayan cruzado al otro lado con escasos días de diferencia es, naturalmente, una casualidad. Hechos fortuitos que se ordenan en el tiempo sin que su proximidad signifique nada. Vale. Pero, una vez ocurrido, ese azar puede que se apodere, poderosa y acaso significativamente, de la curiosidad del que cae en la cuenta de que, en su percepción del mundo de la música, difícilmente podría encontrar dos ejemplos de artistas en apariencia más distantes. Lou Reed, el lado oscuro; Manolo Escobar, el lado tópico. Sexo, drogas y rock and roll frente a besos, coplas y guitarreos. En todo caso, antagonismo. Y sin embargo, puestos juntos por la fatal coincidencia en una misma balanza, ¿por qué, a estas alturas, nos invade (no me ha ocurrido a mí sólo) la sensación de que pesan lo mismo, de que las diferencias entre estas dos sensibilidades (o almas, si lo vemos desde el lado psicostásico egipcio), no solamente no son irreductibles, sino que hay un espacio nada chirriante que puede contenerlas a ambas? Intuición tan oscura quedaría en una mera extravagancia de no mediar el vídeo de Albert Pla que he dejado arriba: la genial versión del tópico que hizo de Lou Reed el paseante por excelencia del lado oscuro permite vislumbrar, desde la perspectiva de un fresquísimo humor, algo así como las huellas de las ruedas del carro que Manolo Escobar (o su personaje, más bien) estuvo buscando durante media vida. Que también ha sido la nuestra.
(Por mero azar, de nuevo, llegué al Youtube de Albert Pla a través de un comentario de Al59 en su Twitter, que yo leí en su blog. Quede constancia,)
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