jueves, 18 de octubre de 2012

Castiñeira



Me anuncian gentes que saben de esto y lo viven a pie de tierra que la campaña de recogida de castaña de este año ya está en marcha en la querida Ribeira Sacra. Los viejos ciclos agrícolas, tan incomprensibles por mera ausencia desde el entorno urbano, siguen teniendo la capacidad de seducción que solo despiertan las cosas que al cabo de los años sentimos como de verdad necesarias, sencillas y esenciales como el discurrir del agua. La definitiva llegada del otoño, en este caso a la comarca lucense del Courel, el espacio mítico y real de Uxío Novoneyra, está retratada con especial sensibilidad en este documental de Chus Domínguez, producido por el escritor y editor extremeño Marino García. Se titula O tempo dos bullós, término este último que nombra a la castaña asada o cocida (en algunas comarcas gallegas dicen bullotes, sin duda por mimetismo castellano). Alguien me lo descubrió hace unas semanas (gracias, Antonio), aún en plena canícula, y al volverlo a ver hoy, entre los emails puestos a buen recaudo, me parece que es un momento oportuno para compartirlo.


martes, 16 de octubre de 2012

Hoyos


Se había puesto a escribir con mayor convicción que otras veces. «Hoy lo consigo», se decía mientras la mano avanzaba con firmeza por entre las líneas enemigas. Al llegar a este punto dudó como suelen hacerlo los suicidas o los arrepentidos. No sabía cuál de las dos era su condición, hacia qué extremo tendía su naturaleza. Fue  en ese instante cuando lo comprendió todo. Miró hacia atrás, al campo de olivos por el que había avanzado sin apenas notarlo, y vio las tachaduras de los hoyos, con los montoncitos de tierra recién removida al lado. «Ahí está el secreto», se dijo, «en la tierra minada». Y se puso a fantasear con el tiempo sobrante.

Imagen: Dedos, de Mario Irarrázabal. Parque Juan Carlos I,  Madrid. © AJR, 2009 

lunes, 15 de octubre de 2012

De Amanda a Yolanda (o viceversa)

Anda por Madrid Pablo Milanés y en su nombre está sonando ya ("eternamente") ese raro logro sonoro y verbal que es la inolvidable «Yolanda», tal vez la canción de amor más hermosa y movediza que se haya escrito nunca. Aunque no le va a la zaga, si bien en ella pesan otros motivos en los que el corazón asume también razones claramente políticas, la Amanda («Te recuerdo, Amanda») de Víctor Jara. Una y otra forman parte de la educación sentimental de (al menos) un par de generaciones. Y es un placer reconocerlo y recordarlo con estos dos vídeos de época.




martes, 9 de octubre de 2012

El pantano de la memoria

                     
                                                                  (visual act, haquins)

                                  Hay
      
     Algo

     

que 

              
           Internet

              no

              

                 Sepa?




No puedo asegurar que esta película fuera la primera que vi en mi vida, pero si la más remota de la que tengo memoria, tal vez junto con la de Maciste el coloso. Nunca he conocido a nadie que haya visto El pantano de las ánimas o lo recuerde, ni tampoco a Gastón Santos, un vaquero valiente, o a Rayo de Plata, su caballo. Internet es capaz de extraer recuerdos de pozos cuyo fondo desconocemos, hasta que por azar o pertinaz búsqueda (más lo primero que lo segundo) se nos revelan y nos dejan al borde de un abismo que no es otra cosa que el bucle de la conciencia empeñada, como siempre e inútilmente, vivamente, espectacularmente, en no extinguirse. ¿Se imaginan lo que será dentro de 50 años la red memorial de los que hoy tienen 5 o 6?



miércoles, 26 de septiembre de 2012

Banda sonora del 25S


La experiencia de ver una manifestación televisada en directo, sin edición del emisor (en streaming), es una de esas novedades de Internet que están cambiando tantas cosas. Ayer, durante unas tres horas (de 19 a 22), tuve de fondo en mi ordenador, en la página web de elpais.com, los diferentes enfoques que cámaras diversas (tal vez tres o cuatro) ofrecían de la manifestación que bajo el lema «Rodea el Congreso» tuvo lugar en el centro de Madrid. Se podía identificar claramente  la plaza de Neptuno, la esquina de la Carrera de san Jerónimo con el Paseo del Prado (fachada del Museo Thyssen), uno de los laterales del Hotel Palace y tal vez la esquina de la calle Cedaceros, además del triple o cuádruple vallado de protección que cortaba el paso hacia la plaza de las Cortes. En otra pantalla tenía minimizado el Canal Parlamento del Congreso, que estaba retransmitiendo la sesión del día. Y en una pequeña televisión a mis espaldas estaba conectado el Canal 24 Horas de TVE.  En las imágenes de la web de El país no había comentarios, salvo esporádicas conversaciones ¿entre técnicos? que parecían captadas al azar. Aunque el sonido ambiente no era del todo bueno, sí permitía distinguir muchas de las consignas y gritos coreados por los manifestantes. En un momento dado me pareció interesante tomar nota y debajo transcribo (ordenadas alfabéticamente y con alguna acotación meramente explicativa) las frases que capté. Anoto también algunas imágenes que me parecieron atípicas dentro de los muchos momentos de tensión vividos. Sorprendía, por otro lado, la presencia de cámaras de todo tipo y por todas partes, no solo entre los muy numerosos fotógrafos identificados con los petos de la prensa.  Supongo que digerir todas las imágenes a que puede dar lugar un acto así llevaría varias vidas. Con cierta ingenuidad, me acuerdo de los testimonios gráficos de las manifestaciones del final del franquismo, algunos de los cuales tienen casi la condición de «imágenes sagradas», por su rareza.



Las voces
«A ti, a ti, a ti también te roban, a ti, a ti...» (A la policía)
«A ti también te van a echar» (A la policía)
«Así (¿aquí?) empieza la revolución»
«De norte a sur, de este a oeste, la lucha sigue, cueste lo que cueste»
«¿Dónde están los números de placa?» (A la policía)
«El pueblo unido jamás será vencido» (Se repite con frecuencia, como un ritornello que enseguida prende entre los manifestantes, y en los momentos más tensos)
«Esta crisis no la pagamos»
«Éstas son nuestras armas» (Levantando las manos abiertas)
«Esto nos pasa por un Gobierno facha»
«Gobierno, dimisión» (Bastante repetida entre las 20,30 y las 21,15 h)
«Habrá que decirles que por qué nos pegan» (Hacia la policía)
«Hijos de puta» (A la policía, tras una carga)
«La voz del pueblo no es ilegal»
«Lo llaman democracia y no lo es»
«Los de la porra en Navidad no cobran»
«Los delincuentes están al otro lado»
«Menos policía y más educación»
«No es una crisis, es una estafa»
«No nos mires, únete» (Hacia balcones de edificios cercanos y las ventanas del Palace)
«Oe, oe, oe, lo llaman democracia y no lo es, oe, oe, oe, que es una dictadura, eso es»
«Os tenemos rodeados»
«Polícia, únete»
«Que no, que no, que no queremos esto, que no»
«Que no, que no, no somos elefantes, que no» (¿Por el incidente del Rey?)
«Si no hay dinero, ¿por qué hay tanto madero?»
«¡Sí se puede!»
«Televisión, manipulación» (Sobre todo, cuando se encienden focos que indican una conexión, sin duda con TVE, que en el canal 24 horas conecta con el Congreso y da algunas imágenes en directo)
«Tú, madero, aprende del bombero» (A la policía)
«Tus hijos pequeños también van al colegio»  (A la policía)
«Vergüenza, vergüenza» (Mientras varios policías arrastran a un manifestante y también mientras una mujer herida es conducida hacia una ambulancia del Samur)
«Violencia, no»

Tres escenas

Una chica con los pechos desnudos hace una especie de ritual yóguico frente a la policía y los fotógrafos durante unos diez minutos. Después se retira a un rincón y se vuelve a poner la camiseta que le da un joven barbado.

Foto de Pierre-Philippe Marcou (AFP). Tomada de aquí.

Un grupo de unos diez o doce jóvenes vestidos con una especie de chilabas, algunas de ellas de aspecto harapiento, se mueven por entre la multitud saltando y bailando mientras corean (a modo de mesnada futbolera y en lo que parece claramente un happening paródico): «¡Yo soy español, español, español...!»

Un hombre de mediana edad (digamos que cuarenta y tantos) se pasea en calzoncillos (merecedores con propiedad del nombre «gayumbos») portando un cartel en el que puede leerse: «ESTO ES UN MADRID SIN ESPERANZA». Posa ante los fotógrafos y saluda teatralmente a la multitud. Aún le estoy dando vueltas al sentido "último" de su mensaje.

(Imagen superior: escena de una de las cargas de la policía que pudo vivirse en toda su tensión y desarrollo en el streaming de la web elpais.com, donde pueden verse algunos de los momentos más violentos de la transmisión.)

PE. Mientras releo para publicar lo anterior, Neptuno vuelve a llenarse de manifestantes y elpais.com vuelve a transimitir en directo. En los primeros momentos, el grito más coreado es: «Son la policía los encapuchados»...

jueves, 20 de septiembre de 2012

Cotidiana



A poco que nos fijemos la ciudad está llena de mensajes que nos hablan directamente en el idioma de las palabras no gastadas. El problema es que nos llegan envueltos entre tanta ganga y meras bagatelas (¿vagas telas? ¡vaya tela!), que es difícil captar su sentido, a veces incluso hasta darse cuenta de ellos. Cada mañana sería necesario lavarse los ojos, los oídos, las manos con un agua profunda capaz de devolvernos la conciencia de ver, oír, tocar, gustar el mundo como si fuera la primera y la última vez. Ay, cruda sensatez, tan necesaria, cuántos sueños se arruinan en tu nombre...

Banda sonora: Eladio y los Seres Queridos: «El tiempo futuro»

martes, 18 de septiembre de 2012

Carrillo, una impresión


El otro nombre del demonio. Cuando yo era niño e incluso adolescente, Carrillo era el otro nombre del demonio. Tal vez solo el de La Pasionaria (siempre con un “La” bien marcado por delante) podía disputarle la primacía en la capacidad de encarnar la maldad absoluta. Incluso diría que ambos nombres solían pronunciarse siempre juntos, con el mismo desprecio e igual temor. Y si me pongo a remover (o a reinventar) los posos más antiguos de mi memoria, hasta es posible que encuentre el sonido de una secuencia Carrillo-la-Pasionaria como denominación completa de algún ser infernal. No tardó en unirse al nombre de Carrillo en mi conciencia el topónimo de Paracuellos, con todo el humo de vidriosos equívocos y medias verdades con que siempre se ha contado (y aún se cuenta) uno de los episodios más trágicos de la guerra civil, tan pródiga en ellos. Un episodio que en los últimos años de mi adolescencia me llegó envuelto en la hagiografía de los mártires agustinos del Escorial, en cuyas filas (las de los  agustinos) yo estudiaba entonces la filosofía que había de dar un viraje completo a mis ideas (aunque quizás fuera más exacto decir: una perspectiva diferente).

Ecos confusos. Ya a principios de los setenta, cuando el velo del templo se rasgó ante mis ojos (o eso creí), y empecé a tener la posibilidad de indagar en la historia por mi cuenta (o eso pensaba), el minucioso maniqueísmo de un solo lado con el que a tantos nos acolcharon la infancia y enlaberintado la adolescencia había cedido.  Pero entonces, por cierta orientación anarcoide de aires jipistas, tampoco el personaje de Carrillo (lo poco que sabía de él) me resultó simpático. Algún hilo suelto acerca de las polémicas que se habían vivido en el interior del Partido Comunista, y noticias más o menos confusas sobre el carácter dictatorial con que, al parecer, el entonces secretario general del partido las había solventado, y, sobre todo, una profunda desconfianza hacia toda organización amasada (y también amansada) en torno a un dogma, debieron de influir poderosamente en que Carrillo siguiera siendo para mí, aunque por motivos ya muy diferentes, una figura antipática.

Lucidez, valentía. Las cosas empezaron a cambiar a raíz del fascinante episodio de la peluca (su regreso clandestinamente pactado a España), la reacción ante la barbarie de Atocha (asesinato de los abogados laboralistas), la sorpresa del sábado santo de 1977 (legalización del PCE), entre otros momentos intensos de una época en la que viví la política con una pasión con que después ya nunca… Y se tornaron en decidida admiración hacia la persona cuando, frente a las despiadadas críticas de muchos que antes le jaleaban, Santiago Carrillo (entonces el apellido ya casi nunca iba solo) contribuyó a hacer posible que la complicada salida de la selva franquista se pudiera hacer de forma pacífica. Es este un tema (reforma vs ruptura) que aún me lleva a la discusión más o menos apasionada con amigos (si bien cada vez menos) y supongo que forma parte de un debate que todavía está lejos de haberse cerrado: las vueltas que da la historia implican también interpretaciones inéditas (e incluso inimaginables) del pasado. Lo cierto es que desde ese momento mi respeto y admiración hacia él no hicieron más que crecer. Su impresionante gesto de valentía en la tarde del 23 F aún me emociona. También el recuerdo de la única vez que lo vi de cerca, hace ya unos años, en la librería Crisol de Juan Bravo, dando una lección de enérgica tolerancia ante un grupo de descerebrados vociferantes, muy mala gente.

La sombra del padre. En los últimos años, creo que no me he perdido ni una de sus intervenciones en el programa «La ventana» de la cadena SER, con contertulios diferentes, aunque me parecieron especialmente lúcidos los diálogos mantenidos con Ernest Lluch y Herrero de Miñón, e incluso, hasta hace bien poco, con Martín Villa. Memorable fue, por diversos motivos, el saludo entre Santiago Carrillo y Manuel Fraga (éste ya en silla de ruedas), hace ahora unos tres años (hablo de memoria): por razones estrictamente personales, me pareció que aquel encuentro también permitía que pactaran en mi interior algunos fantasmas nominales de la infancia y, aunque fuera solo en la pequeña escala de la memoria personal, suponía el cierre pacífico de una larga historia. Ahora don Santiago Carrillo, que era coetáneo de mi padre (se llevaban exactamente un mes), ha muerto mientras dormía la siesta y manteniendo hasta el último momento la lucidez, según le escucho decir a su hijo. La suya es una pérdida histórica, en todos los sentidos. Y nos deja, en mi opinión, una lección de tolerancia, inteligencia y capacidad de adaptación en verdad admirable. Descanse en paz.


Fotografía tomada de esta web.