Vienen tiempos de regalos. En el cine de la Posada adelantamos uno: un corto de menos de 5 minutos titulado, precisamente, The Gift. Especialmente recomendable para los amantes de la ciencia ficción. Muy bien ambientado en un Moscú «de película» y con un interesante despliegue de efectos especiales. Que lo disfruten.
The Gift from BLR_VFX on Vimeo.
lunes, 12 de diciembre de 2011
sábado, 10 de diciembre de 2011
Pasión neutral
Lo que ni los culés descabellados, que los hay, ni los talibanes merengues, que no faltan, podrán entender nunca es que algunos espectáculos de gran calibre, llegado el caso, solo se pueden disfrutar en toda su plenitud desde ese estado superior de la conciencia que algunos maestros de alma zen llaman pasión neutral.
viernes, 9 de diciembre de 2011
Lean a Jabois
Estoy seguro de que para muchos esta recomendación será como si les hablara, quizá no ya del Mediterráneo, que está más que descubierto, cubierto de podre y esquilmado, pero sí al menos de las Rías Baixas, no tan famosas pero más fermosas, no solo por gallegas sino por propiamente Baixas. Pero, en fin, olvídense de estos y otros retruécanos solo posibles en el mirador de una madrugada de ojos colmados y háganme caso: lean a Jabois. No es el único, pero sí tal vez el más peculiar de cuantos nuevos periodistas nos ha puesto Internet al alcance de un clic en los últimos meses, años ya (¡aunque tan fugaces que...!). Podría enumerar docena y media de razones que avalarían sin ningún género de certezas mi recomendación, pero no son horas. Así que les diré la verdadera razón por la que hoy cuelgo en la Posada esta publicidad sin tapujos: está a punto de terminar el «año Cunqueiro» y, liado en mil enrededos (sic) cuasilaborales, no sabía bien cómo rendirle homenaje. Así que este es mi homenaje a nuestro señor Cunqueiro: lean a Jabois. No se arrepentirán. Y si lo hacen, ya no tendrá remedio. Pero igualmente me estarán agradecidos. De nada.
Fotografía de Manuel Jabois (presuntamente), tomada de Jot Down.
sábado, 3 de diciembre de 2011
Pájaros
En la imagen superior, miles de pájaros, con presencia mayoritaria de estorninos y mirlos, sobrevuelan una carretera de Alabama. ¡Cuánto trabajo le hubiera ahorrado a Hitchcock esta instantánea de Matt Mickean (AP/Time Daily) que aparece en elpais.com
Debajo, una escena en la Bolsa de Madrid... (o similar). La imagen procede de aquí.
viernes, 2 de diciembre de 2011
Nicanor Parra, inventor de artefactos
Dado que corren tiempos en los que ya «no se respeta ni la ley de la selva», parecía que nunca le iban a conceder el premio Cervantes a Nicanor Parra, el gran poeta y antipoeta grande, además de chileno, que el pasado 5 de septiembre cumplió 97 años. Su obra es un punto y aparte en la lengua española, incluso en una ancha franja de la poesía contemporánea heredera de las vanguardias que en ella, en la obra de Parra, culmina y se renueva.
Parra concibe siempre el poema en pecado original y lo engendra como un artefacto que ha de llegar al mundo lleno de sentido práctico, cumpliendo a rajatabla aquella máxima de Ducasse de que «un poeta debe de ser más útil que cualquier ciudadano de su tribu». Y un artefacto lleno, también, de sentido del humor, ese instinto que don Nicanor ha sabido explotar en casi todas las direcciones posibles y que hace que sea improbable poder leer sus poemas sin partirse, en uno u otro momento, la caja... de Pandora, para que después salgan de ella (caja o poesía) todos los humores a vagar por el mundo.
Repasando el primer tomo de sus Obras completas & algo + (este último signo es una cruz de esquela mortuoria), editado por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, en 2006, me reencuentro con este juicio de Harold Bloom:
¿Cómo no iba yo a venerar los mejores poemas de Parra? Es un héroe de la ocultación, en sí mismo un Mapa de Malas Lecturas. [...] Es a la vez un auténtico innovador y un monumento cómplice a la Ansiedad de la Influencia. Como critico literario gnóstico, judío y norteamericano, no estoy muy convencido de entender del todo a Nicanor Parra. Pero creo firmemente que, si el poeta más poderoso que hasta ahora ha dado el Nuevo Mundo sigue siendo Walt Whitman, Parra se le une como un poeta esencial de las Tierras del Crepúsculo. [...] Hay algunos poetas vivos maravillosos en Estados Unidos, entre los cuales destaca John Ashbery. Pero no tenemos a ninguno tan persuasivamente irreverente como Parra.Y concluye Bloom:
Debe reconocerse como un mérito de Parra el haber contribuido a preservar la imagen de lo humano en estos malos tiempos en que la Izquierda y la Derecha han sacrificado juntas la libertad de la imaginación en aras de sus ideologías antagónicas. Parra nos devuelve una individualidad preocupada por sí misma y por los demás, en lugar de un individualismo tan indiferente a los demás como a sí mismo.Hubo un tiempo, a mediados de los setenta del otro siglo, en que entretenía mis horas componiendo un libro, finalmente frustrado, del que solo conservo el título, un poco empalagoso o alejandrino: Artefactos sonoros para medir la noche. Entonces aún no conocía la obra de Parra o, por mejor decir, la ignoraba por completo. Años después, a principios de la siguiente década, leyendo para editar, completar e ilustrar lo mejor posible un librito que firmó Joaquín Marco (La nueva voz de un continente), descubrí con sorpresa el peso que en la obra del poeta chileno tienen los artefactos, poemas objetuales que se despliegan en muchas direcciones, desde la poesía visual hasta el collage o el aforismo, el chiste e incluso la dramatización. Suelo volver a ellos de cuando en cuando porque me parece que agrupan algunas de las más felices ocurrencias sucedidas en el vasto campo de las palabras y sus fuegos infinitos. Y porque, además, me barrunto que son el meollo de la mirada poética del autor, aunque esto último tendría que meditarlo más.
Permítanme, como traca final y para dar buena cuenta del principio, que les presente a Nuestro Señor...
Fotografía de Nicanor Parra, de autor desconocido, tomada de aquí.
domingo, 27 de noviembre de 2011
Postdata
Sobre la noche vuela
guiada por las sombras
el alma vacilante
de los trasnochadores,
esa gente dispersa
que vive en pos del humo
y extrae del asfalto
su dosis de esperanza.
Los oigo allí, en la calle,
bajo las apagadas
sirenas que han dejado
su rastro intermitente.
Pero no están allí,
no están en ningún sitio
que no sea este pólder
de palabras tendidas
frente a la madrugada.
Como unos cigarrillos
quemados a deshora
veo las horas, los días
que ya no volverán.
Sobre la noche aún se alza
el rumor incitante
de los acantilados
lejanos. Y el vaivén
de los sueños. Y el astro
en el que insomne
viaja mi corazón.
Arrriba, Nighthawks, de Edward Hopper (1942), The Art Institute of Chicago.
lunes, 21 de noviembre de 2011
A pie de urna
Ha estado lloviendo sobre Madrid toda la noche y ya bien entrada la mañana todavía lo hace mansa y continuadamente, y sin embargo las calles de López de Hoyos, Saturnino Calleja y Pradillo están muy animadas. Un bullicio colorista de paraguas e impermeables pone en el ambiente gris una nota de vitalidad. Lo interpreto como un buen síntoma de lo más elemental: la vida sigue y ha amanecido otro de esos días que el tópico y el sentido común definen como «la gran fiesta de la democracia». Lo pienso y el mero hecho de pensarlo me pone de buen humor. Qué le vamos a hacer.
De camino al colegio electoral, nos cruzamos con varios vecinos y conocidos. Inevitablemente, tras el saludo al paso, hacemos cábalas sobre el destino barruntado, a veces sabido, de sus votos. Con toda probabilidad a ellos les ocurrirá lo mismo. Los encuentros fortuitos en las calles del barrio tienen hoy un significado diferente.
El trasiego aumenta a medida que nos vamos acercando a las puertas del colegio electoral, el Padre Poveda, que abre su fachada noble a Alfonso XIII, aunque el acceso es por Luis Larrainza. El ambiente es claramente festivo, mucho más que el de un domingo cualquiera («Y es que no es un domingo cualquiera», me oigo volver a decirme).
Veo con sorpresa que hay una gran cola en el centro de la sala de votaciones. ««Que bien», pienso. «¡Y qué coñazo!», repienso. «Nos va tocar esperar un buen rato». Busco los carteles indicativos de la urna que me corresponde y descubro con alivio que no hay nadie esperando.
En la mesa flanquean a la presidenta por su izquierda los dos maduros (más de 50 y pico), barbados y de aspecto bregado, delegados de PSOE e IU. Por la derecha, dos jóvenes (no más de 25) del PP, uno de ellos con cara de niño y mirada firme, tal vez con un destello desafiante. El contraste me parece, más que significativo, esclarecedor. No sé por qué se me vienen a la cabeza escenas de las asambleas del 15-M en Sol y en la plaza de La Prospe.
La presidenta me pregunta si quiero introducir yo mismo los sobres que ya llevo preparados en la mano. Le digo que sí, retira de las urnas el papel que tapa las ranuras y deposito el sobre blanco donde los blancos y el sepia donde los suyos. Mirando a izquierda y a derecha, deseo a los miembros de la mesa que la jornada les sea leve. Todos sonríen.
Mientras avanzo hacia la salida paso por delante de la mesa donde están los montones de papeletas de toda las candidaturas. Un niña de unos seis o siete años, al borde por tanto de eso que antes se llamaba «el uso de razón», está cogiendo una papeleta de cada montón y con mucho cuidado, como el que pone a salvo piezas de una colección valiosa, las va introduciendo en una carpeta escolar.
—¿Esta la tienes ya? —le pregunto mientras le ofrezco una papeleta tomada al azar de uno de los tacos del medio.
—A ver, a ver —me dice fijándose en el emblema de la parte superior—. Me parece que sí
Busca entre las que ya lleva guardadas y me enseña una igual. «De verdad contra la crisis», alcanzo a leer en un recuadro de la papeleta. Después sigue su recolección con una diligencia que tal vez anuncie un brillante futuro político..., aunque a mi cabeza acude, sin poder remediarlo, un chiste fácil, : «¿Será la niña de Rajoy?». No me importa confesar que la escena me llena de algo que bien podría definir como orgullo democrático. Nadie es perfecto.
Un poco más adelante, ya cerca de la puerta, un delegado del PSOE monta guardia. Su cara me suena de verle por el barrio y me acerco a preguntarle sus impresiones.
—Con lluvia y todo, está viniendo mucha gente. Más que otras veces —me dice.
—Y eso será bueno, ¿no? —le respondo mientra dirijo una mirada cargada de intención hacia la credencial que cuelga de su pecho.
Me mira con gesto algo desconfiado y después sonríe abiertamente:
—No sé si sacaremos la mayoría absoluta, pero ganamos seguro.
Escruto con atención sus ojos pero no advierto en ellos ni un punto de ironía. Me da la impresión de que está hablando en serio. Ahora el que se sonríe antes de enfilar la puerta soy yo.
Después de llevar casi 35 años («piensa, Grogo, piensa») pudiendo ejercer el derecho al voto y ejerciéndolo, y a pesar de todo el agua oscura y casi negra que he y hemos visto correr bajo los puentes de la política y hacia sus albañales, todavía siento una punzada de emoción a la hora de ir a votar. Supongo que se trata de alguna enfermedad incurable. O tal vez solo de un exceso de memoria... que, como bien es sabido, Funes mediante, también puede llegar a convertirse en un tipo de dolencia sin posible cura.
Por la tarde-noche, después de tener las primeras confirmaciones de hasta qué punto se cumplían los pronósticos, nos fuimos al cine a ver la última de Polanski. Teatro filmado. Al salir, las calles estaban tranquilas y había dejado de llover.
—A ver qué coños dice ahora la Prima de Riesgo —oigo que dice alguien de un grupo que camina por la acera de enfrente. Y lo oigo con las mayúsculas puestas y sin segundas intenciones.
Al llegar a casa me entero de la muerte de Javier Pradera. Busco en El país de hoy su artículo, y al leer su título, «Al borde del abismo», siento un estremecimiento que no se calma con la lectura. Es inevitable sentir detrás de cada palabra la presencia de un hombre que habla de un futuro inmediato que intuye que ya no verá. Una gran pérdida.
Atando cabos al final de la jornada e intentando sobrevolar sobre las ruinas circulares, caigo en la cuenta de que han tenido que pasar casi cuatro años para que por fin se desvele el secreto mejor guardado del nuevo «presidente de todos», tan secreto que ni él mismo podía sospecharlo: la prima de riesgo es la niña de Rajoy.
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