«¿Qué falta en la película o qué iba a ser esta película en su totalidad? Iba a ser una historia donde el sur no iba a aquedar reducido a unas cuantas postales sino que se iba a ver de verdad. Yo he vivido largas temporadas de mi vida en Andalucía, por tanto tenía una relación afectiva muy grande con las gentes y el paisaje que la cámara iba a ofrecer. Ahora, lo que se quiebra con la falta de esa segunda parte era la dimensión moral del relato, el elemento de iniciación y de conocimiento que tiene toda la historia. Porque Estrella viajando a Andalucía cumplía el viaje que su padre nunca pudo hacer. Y al cumplirlo obedecía el mandato paterno. ¿De dónde brotaba ese mandato? Del gesto postrero de un hombre que la última noche de su vida deja, debajo de la almohada de su hija, el objeto que más le unió en el pasado: un péndulo. Ese acto la comprometía… en cierto modo… ¿a qué? A hacer ese viaje al sur para descubrir la vida secreta de su padre, la otra parte de su identidad. Y en ese descubrimiento totalizaba una experiencia, se reconciliaba con la figura paterna.
¿Qué es lo que encontraba en el sur? Pues encontraba el paisaje de la infancia y la adolescencia de su padre. Y encontraba el fruto de la historia de amor secreto de este hombre: un hermano… Que venía a subrayar el carácter también –insisto una vez más– de simetría argumental: había un norte, había un sur, un hijo en el sur, una hija en el norte… Toda la narración llevaba a un acto de reconciliación, de comprensión, de maduración por parte del personaje… Y de una pequeña historia de amor, un apunte, que era la relación amorosa entre los dos, donde latía el tema del incesto. El chico nunca reconocía que Estrella era su hermana, no podría reconocerlo, no era a ese nivel… El chico al que durante toda su vida las gentes de su alrededor, su familia, le han contado que su padre murió antes de que él naciera, y que ha crecido más o menos feliz educado por su tío, Fernando Fernán Gómez… Y qué terrible para una chica encontrar a su hermano, saber que es su hermano… ¿pero cómo se le puede decir a un muchacho de catorce años: “no es cierto te engañaron, tu padre vivía hasta hace quince días pero se ha suicidado”? Eso es tremendo, ¿no?
Entonces lo que surgía ahí era el tema de la piedad. Y el desafío de la película era comunicar al espectador, renunciando a la palabra, a través de la piel, de la mirada, del tacto, que esos dos seres humanos jóvenes estaban unidos por una gran fraternidad que iba más allá del hecho de la sangre… y más allá. Pero no había un reconocimiento explícito de decir: “¡Ah, somos hermanos!” No, era todo insinuado.
Pero ese reconocimiento estaba latente porque el último día, en la penúltima secuencia en Andalucía, cuando los dos chicos se despedían, ella, Estrella, le regalaba al chico el péndulo de su padre, y él lo aceptaba. Y entonces, en una estación abandonada de Carmona, de donde ya no salía ningún tren, donde la hierba ocultaba ya las vías, en el vestíbulo de esa estación ya abandonada se producía la escena primordial de la transferencia: Estrella entregaba el péndulo a su hermano, y él preguntaba: “¿Y esto para qué sirve?” Y ella se lo explicaba: “Se pueden adivinar cosas”. “¿Sí?”. “Sí, si se tienen poderes” “¿Y tú crees que yo los tengo?”… Es exactamente el mismo diálogo… [que el mantenido por Estrella niña con su padre].
Entonces, en ese vestíbulo, en el final, Estrella iniciaba a su hermano de la misma manera que la inició su padre, repitiendo las mismas palabras: “Lo primero que tienes que hacer es [aprender] cómo se coge...” Y consumaba la aceptación de todo un itinerario de conocimiento. En correspondencia, el chico le daba para el viaje un libro, un libro para el viaje. Un libro que había sido de su tío. Su tío era Fernando Fernán Gómez…[que] en la película hacía el personaje de profesor en el instituto de segunda enseñanza de Carmona, un personaje muy andaluz que vivía con su hermana, Laura Quintana (Irene Ríos), los dos en una vieja casa de Carmona que se caía a pedazos. Un fin de raza.
Pero la historia de Fernando era especialmente importante para mí porque era un personaje que tenía para todo el mundo el estigma de la cobardía. Su historia era la historia de un hombre que, llevado a la primera línea de fuego para combatir, en una guerra civil, la española, llevado a la fuerza, contra los que eran los suyos…, él no admitía esa dialéctica, este horror, y antes de entrar en combate se pegaba un tiro o se había pegado (era su leyenda) un tiro en la mano. Habían estado a punto de fusilarlo, lógicamente, y era la familia de Omero Antonutti, los Arenas, los que le habían salvado del paredón. Era muy importante para mí este personaje porque resumía en sí cierta dialéctica de la guerra civil que me parecía muy importante recordar: la historia de aquellos hombres que se vieron forzados por las circunstancias, por una simple cuestión de supervivencia, a asumir un compromiso que no era el suyo, de ahí su especial vivencia del horror, gente escindida, derrotada para siempre.
Pues este personaje, con su estigma de la cobardía, era el personaje más ejemplar de la historia. Había educado a este chico y le había iniciado en el conocimiento, por ejemplo, de los libros de aventuras, de la literatura. De tal modo que en el sur había un sur más remoto, un sur del sur, que era ya el mito literario del sur. Aparecía depositado en las islas de los mares del sur y nutrido de los textos, de los cuentos, de las novelas, particularmente de Robert Louis Stevenson. De tal modo que el chico, cuando después de aceptar el péndulo le daba a ella en correspondencia un libro para el viaje, le entregaba este libro que tengo aquí… es el primer libro de viajes que yo creo que leí… es una edición del año 45 y se llama Islas del Sur. Es una traducción sui géneris del original, porque el original es En los Mares del Sur… pero no sé por qué lo tradujeron así.
Entonces Estrella, en el tren, de regreso al norte, cumplida su misión, abría el libro y las últimas palabras que se escuchan en esta película se escuchaban en la voz de Fernando Fernán Gómez: “Hay en el mundo unas islas que ejercen sobre los viajeros una irresistible y misteriosa fascinación. Pocos son los hombres que las abandonan después de haberlas conocido. La mayoría dejan que sus cabellos se vuelvan blancos en los mismos lugares donde desembarcaron. Hasta el día de su muerte, a la sombra de las palmeras, bajo los vientos alisios, algunos acarician el sueño de un regreso al país natal que jamás cumplirán. Esas islas son las Islas del Sur. Cuentan que en ellas estuvo en tiempos el Paraíso.”»