martes, 4 de enero de 2011
Eclipse
Una de las novedades de este 4 de enero, fecha que desde hace al menos más de medio siglo (más 48 meses, para ser exacto) es una jornada marcadamente feliz y memorable, ha sido el primer eclipse solar, si bien parcial, del nuevo año.
Raro fenómeno que, en tiempos en los que la naturaleza aún tenía estatuto de divinidad, despertaba los más variados asombros, temores y esperanzas en el corazón de los humanos.
Y que todavía hoy, si nos paramos un momento a verlo y a sentirlo (también a pensarlo), quizás pueda ofrecernos un punto de inflexión en el discurrir de las horas y el tránsito veloz del día, de los días, cuya suma es la vida.
Una especie de quicio o gozne, o cualquier otra libre variante de sizigia, sobre la que sea posible hacer girar el impulso pausado de la contemplación. También el gesto reflexivo que siempre implica la mirada hacia lo alto.
La actitud, mezcla de humildad y grandeza, que inevitablemente nos devuelve el sentido de nuestra verdadera estatura.
Sobre las imágenes, tan bien simuladas, de «la subida de la luz» (la verdadera, no ese atraco al que el ministro del ramo da tal nombre) y en la pieza absorbente y minimalista de Ludovico Einaudi, me he parado a escuchar el traqueteo soñador del tren de las 12.00 am.
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2 comentarios:
El eclipse que ví todo el rato fue el de Luna, hace un par de semanas. Es siempre un espectáculo hipnotizante, la inmensidad del universo guiñándonos un ojo, lentamente, hasta dejarnos k.o.
Un abrazo
Sí, Virgi, si uno se para a sentir (lo que no siempre es fácil), sucede ese vértigo. Gracias por compartir tu impresión. Besos.
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