sábado, 22 de enero de 2011
Anacronismos
Babelia, el suplemento cultural de El país al que aún soy adicto (de otros me he ido quitando: no porque los considere ni mejores ni peores, sino porque no hay tiempo ni paciencia para tanta reseña aleatoria), llega a su número mil y se dedica a hacer inventario de los 20 años transcurridos desde su aparición. El evento da pie a las inevitables listas de títulos y autores, novedades y acontecimientos más destacados en las diferentes especialidades y según los criterios de la nómina de colaboradores habituales.
El repaso de las selecciones me lleva desde la admiración a la perplejidad, sin excluir cierto complejo de culpa por las numerosas lagunas que percibo en mi formación como lector (no tantas en cuanto espectador), sólo compensado por la satisfacción de ver reconocidos en la opinión ajena pareceres o pálpitos que uno cree personales sobre tal cual autor u obra. O sea, lo habitual en estos casos.
Además, el número incluye un artículo de Vargas Llosa, prólogo de su nuevo libro, con lúcidas y pesimistas (¿realistas?) reflexiones sobre la sociedad del espectáculo. Antonio Muñoz Molina dedica su habitual sección a enunciar «20 lecciones» aprendidas en estos años, en un texto lleno de sensatez y altura de miras. Lledó, Gelman y Juliá se ocupan de los balances de poesía, pensamiento e historia, respectivamente. El cine se resume en listas y más listas: habría mucho para discrepar. Y, en fin, Marcos Ordóñez, suponemos que por exigencia del guion (sin acento), tiene que conformarse con elegir cuatro estrenos teatrales de la doble década. Veo con agradable sorpresa que entre ellos sitúa (apoyado por el azar, como él cuenta) La función por hacer, la muy lograda adaptacion libre de Seis personajes en busca de autor, montaje que, después de haberlo perseguido sin suerte por escenarios de Madrid y alrededores, finalmente pude ver el pasado día 15 en el singular (y para mí iniciático) Teatro Victoria de Talavera. La tenacidad mereció la pena. Y mucho.
A falta del artículo de sillón orejero de Manuel Rodríguez Rivero (tantas veces entre lo más enjundioso que Babelia ofrece y que, en este caso, me imaginaba lleno de oportunas concurrencias), quiero llamar especialmente la atención sobre la conversación mantenida por Umberto Eco y Javier Marías en el restaurante Balzac, lugar que alguna vez fue escenario de celebraciones espasiles postenciclopédicas. Ahora acoge una charla distendida y superpuesta entre estos dos grandes nombres de la cultura europea, que se tratan con cortesía doblemente real (por Redonda) y se autocalifican como «anacronismos» al pasar revista al signo de los tiempos y a los efectos de la Red.
La conversación, pese a su carácter entrecortado, acaba siendo ilustrativa y está refrendada por dos buenas fotos de Luis Sevillano, una de ellas, la que se reproduce arriba; la otra, que es la que me hubiera gustado incluir aquí, sólo aparece en la edición en papel. Contemplándolas, me asalta la fugaz impresión de que Umberto Eco, con permiso de Tabucchi, bien podría pasar por el hermano grueso y alegre de Fernando Pessoa. Y en cuanto a Marías, si bien ha vuelto definitivamente anacrónico el nombre de «el Joven Marías» con que solía o suele mentarle su amigo y también académico Francisco Rico, ha ido adquiriendo un perfil gestual que lo asemeja un poco al todavía joven Borges.
Han pasado 20 años. Inane medida. Todo aniversario es, por definición, algo anacrónico.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
6 comentarios:
Estoy de acuerdo contigo: el artículo semanal de Manuel Rodríguez Rivero (no es primo mío) es de lo mejor del suplemento. Yo también lo he echado hoy en falta. Quede para el 1.001 de scherezádico número arábigo.
Abrazos.
Inane medida no sólo la de esos veinte años sino la del reloj humano y cualquier huella de su paso, incluidas estas palabras con las que creímos darnos razón y permanencia de lo que encerró el esfuerzo de lo más valorado. Y del mismo modo, al par de esa fugacidad y fin que percibimos en todo, el movimiento de la vida, como una burla a nuestro paso y visión, pudiera ser borgianamente infinito. Por eso sospecho que la cuestión es hacer lo que nos dé la gana y reírnos de todo. Cómo me pesa, en esa sumisión gregaria tan evidente hoy, más que él dictado de cualquier foco de poder social, la devoción general al oficialismo.
Así es, Antonio. Sin necesidad de buscarle la quinta pata al gato (que el tercer pie parece más bien absurdo), cabe pensar que, como en los primeros años de Babelia MRR andaba con su sillón leyendo por ABCD, tal vez no se haya sentido concernido (o inspirado) por el argumento de la efeméride. Confiemos en su vuelta la semana que viene.
Carlos, tus palabras dan vuelo a un comentario nacido solo a flor de tierra, sobre un espacio cotidiano sembrado de ocurrencias y cierto espíritu bromista (que, por lo que dices, me parece que has captado bien). Gracias por pasarte y comentar.
La placidez del Balzac (situado además en un entorno de tanta prosapia y cultura) se presta de maravilla tanto a charlas de altura y realeza (las de Marías-Eco), como a charletas de grato recuerdo, como aquellas que citas en las que se celebraba el triunfo de los caballeros escribidores sobre los ominosos diablos espasiles.
Lo terrible de este Babelia, igual que tantos otros inútiles aniversarios, es que hace 20 años algunos ya éramos maduros, lo que ahora nos pone en una situación francamente delicada. Digamos con Gardel “que veinte años no es nada” y repitamos, aunque cursi y ripiosa, la última estrofa del entrañable tango: “Y aunque el olvido, que todo destruye, haya matado mi vieja ilusión, guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón”.
Nada mejor,querido Navajo, que la maraña rítmica y sentimental de un tango (y en concreto, de este) para darse cuenta de lo que el tiempo ha ido haciendo con nosotros, incluidas esas batallas ciclopédicas que evocas, algunas aun tan cercanas y ya envueltas en una aureola de leyenda. Pero, en fin, si de danzas va la cosa, como dice el tópico tópico, que nos quiten lo bailao...
Publicar un comentario