De las facetas tan numerosas en las que José Antonio Labordeta ha dejado su impronta, y que ahora tan justamente dan pie al reconocimiento póstumo, me parece oportuno destacar aquí su condición de escritor-viajero atento al latir de una España íntima que poco a poco se va volviendo invisible, fantasmal, cuando no inexistente.
Los programas de Un país en la mochila, filmados entre 1993 y 2000, y emitidos en diversas ocasiones por TVE, componen un rico repertorio de paisajes, lugares, gentes y costumbres que llevan el acento de la llaneza del cantautor aragonés y demuestran, también en este terreno, su capacidad para sintonizar con esa veta del alma popular que está más allá del batiburrillo demagógico, la parálisis estetizante o la banalización política.
Hay en esos programas secuencias de gran valor etnográfico, útiles para documentar ritos y usos que ya se extinguen. Pero hay, sobre todo, momentos de gran humanidad, fragmentos de vida cotidiana, por lo común rural, tan hábilmente capturados, que tienen por sí solos el valor de una crónica de gentes. Y el vuelo de un cuento capaz de ilustrar los orígenes de las cosas.
No es de extrañar el intenso fervor popular entre el que Labordeta ha emprendido su último viaje. Como tantos recuerdan aquí y allá, su figura y su ejemplo son una referencia insoslayable en la vida de todos quienes hemos vivido, de forma consciente o como se ha podido, las últimas décadas de la historia de este país. Un territorio del que Labordeta, en su tan galopante final, ha logrado irse libre, inteligente y terco, y con la mochila llena del reconocimiento de todos.