martes, 7 de septiembre de 2010

Fe de etarras

El comunicado de ETA ofreciendo una tregua, con su sinuosa lengua de serpiente (no en vano el símbolo heráldico de la banda representa un ofidio enroscado en un hacha), ha suscitado, junto a las condenas políticas por fin casi unánimes y los habituales exabruptos, un buen número de análisis lingüísticos. Este hecho acaso esté poniendo de relieve un salto cualitativo en la percepción del terrorismo etarra, enfocado ahora, no por vez primera pero sí en primer plano, como lo que también verdaderamente es: un grave, trágico, inacabable problema de lenguaje.

No se trata ya solo del énfasis enfermo que la retórica abertzale, como otros dogmas ideológicos que banalizan la muerte, pone en palabras como “libertad”, “derecho” o “patria”, para levantar sobre ellas la coartada que permite convertir en “ajusticiamiento” o “legítima defensa” lo que en realidad es "crimen", "asesinato", "cobardía letal" o cualquiera otra de las ignominiosas variantes en las que se concreta el ejercicio del terror. Es también la contradicción palmaria entre lo que se dice y la manera de decirlo.

Como ha subrayado Miguel Ángel Aguilar en perspicaz artículo, a la vista del último comunicado de la banda, detalles como un infrecuente uso correcto del subjuntivo (forma verbal en peligro de extinción), o el hábil trasiego entre fórmulas impersonales del singular y del plural, ponen de manifiesto un dominio autodeterminante del español que avalaría la posibilidad de que el idioma original del documento fuera el castellano; es decir, la herramienta fundamental del supuesto enemigo.

Intuición que también comparte, en su carta al director de El País, Pedro Provencio, en este caso partiendo de la «fonética perfectamente española» con que la lectora del comunicado pronuncia el euskera.

Son aspectos que pueden parecer meramente circunstanciales, mas no por ello menos dignos de ser tenidos en cuenta. Porque, acaso mucho más que el propio mensaje, están evidenciando algunas novedades, cierto cambio de papeles en la cabeza del engranaje terrorista, o, quién sabe, síntomas de duda en el cada vez más diezmado bastión de la «fe de etarra», ese credo que tanta muerte y confusión ha sembrado entre nosotros durante tantos años.

Puestos a creer en el valor de los juegos de palabras, la única propuesta escrita u oral que cabría desear por parte de ETA y su ecosistema venenoso sería una completa «fe de erratas» de su historia criminal, admisible eufemismo si, en el hipotético documento final que contuviera tal adenda, junto a cada muerte y dolor causados figurara una expresa petición de perdón por el desvarío y el empecinamiento. Pero eso es, ya lo tenemos visto, pedir peras al olmo. O, acaso con mayor propiedad, puritas nueces al árbol de Guernica, que como es sabido es un roble.

La derrota de ETA ha de ser también una victoria de la capacidad de las palabras para designar con veracidad el mundo.

Viñeta de Manel Fontdevila. La he tomado del blog Mi laberinto carrrusel.

domingo, 29 de agosto de 2010

Líos de radio


La radio siempre ha sido mi medio de comunicación favorito. Y lo sigue siendo. Yo soy aquel chiquito que, aún muy pequeño, temblaba con las maldades tramadas por el sibilino Hombrecillo Mis, en las aventuras del Inspector X. El que reía con las travesuras de Periquín, siempre culminadas con el lloroso “nene, pupaa, noooo”. Y el que sufría solidariamente con las desgracias ajenas para las que con tanto énfasis como éxito solía pedir ayuda Alberto Oliveras al frente del equipo de Ustedes son formidables. E incluso el que a continuación escuchaba, aunque ya algo aburrido, El consejo del doctor, programa que seguía con gran interés mi hermano Manolo.

Por aquella época, las tardes de los domingos siempre tenían en mi casa como sonido de fondo la melodía chillona de Carrusel deportivo, al que mi padre era muy aficionado. Las voces de Vicente Marco, elegante y llena de matices, y la de Juan de Toro, con un estilo entre castizo y desfasado, aún suenan en mi memoria en medio de una catarata de alineaciones, resultados del «marcador simultáneo dardo», signos de la quiniela, gritos de ¡goool! (me parece que no tan exagerados como ahora) e invitaciones reiteradas a tomar una copita del anís cuya «presencia siempre agrada» (raro eslogan, ahora que lo pienso).

También por influencia paterna era (lo sigo siendo aunque a cierta distancia) forofo del Athletic, entonces llamado Atlético de Bilbao, de modo que esas voces se unía especialmente la de Antonio de Rojo, el periodista que informaba desde el estadio de San Mamés y al que tantas emociones, de uno y otro signo (más bien del otro), le debíamos en casa. Cabe imaginar mi alegría no exenta de sorpresa, cuando años más tarde, hacia 1974 y ya en Madrid, fui compañero de curso en la facultad de ciencias de la información de uno de sus hijos, el también periodista Juan Carlos de Rojo, con el que en aquellos años me unió una gran amistad y con el que compartí, además, unas cuantas peripecias durante el año en que ambos residimos en el mismo colegio mayor.

Juan Carlos medió por su cuenta y riesgo para que su padre, en una de sus retransmisiones dominicales, enviara un saludo muy especial por las ondas a la «afición talaverana del Athletic, encabezada por Antonio Ramos», un gesto que puso muy contento a mi padre y que yo le agradecí al admirado periodista en una emotiva conversación telefónica. Tanto Antonio de Rojo como mi padre hace ya tiempo que fallecieron. Esta pequeña anécdota los sigue uniendo en mi memoria.



Guerra en las ondas

Pero basta de evocaciones. De lo que fundamentalmente quería ocuparme en este articulillo es del apasionante duelo radiofónico con el que se ha abierto la nueva temporada futbolística, después de que buena parte del equipo de Carrusel deportivo, líder indiscutible durante muchos años de la radio comercial en España, haya abandonado en grupo la Cadena Ser y haya fichado por la Cope para ocuparse, con el mismo espíritu juguetón y la consabida fórmula carruselera, del programa Tiempo de juego. El asunto está en todos los medios, así que me ahorraré detalles.

Pero sí creo oportuno destacar, porque me parece que desde el punto de vista informativo es relevante, el hecho de que la operación, al margen de los motivos personales de los profesionales que hayan podido desencadenarla, supone un cambio drástico en la política informativa de la cadena perteneciente a la Conferencia Episcopal o al menos en su estrategia. Tras deshacerse de Jiménez Losantos y César Vidal, que con sus excesos oratorios destinados a cultivar todo tipo de bajas pulsiones patrióticas habían sostenido la clientela de la emisora, parece claro que la llamada «radio de los obispos» apuesta ahora por el fútbol como argumento único (o casi) de salvación.

El envite encierra sus riegos y habrá que estar muy atentos a su desarrollo porque puede introducir cambios importantes en el panorama mediático del país, sometido como está, además, a la revolución internáutica, un verdadero tsunami cuyas consecuencias aún nadie se atreve a pronosticar. De hecho, los nervios con que la Cadena Ser ha respondido a los últimos movimientos y maniobras de la Cope indican cierta percepción de que su liderazgo en este campo, el de los programas deportivos del fin de semana (que son, no lo olvidemos, el segmento más importante desde el punto de vista publicitario), puede estar en peligro. Y los modos cercanos a la competencia desleal y la bravuconería con que algunos profesionales se han enzarzado en la pelea evidencian que se ha declarado una guerra sin cuartel. ¿En qué quedará todo? Habrá que permanecer atentos a las ondas.

Imagen superior © GonchoA (Gonzalo Andrés), tomada de su galería en flickr.

sábado, 28 de agosto de 2010

Algunos nombres de Liverpool

Liverbird. Hay historiadores y poetas, más de los segundos que entre los primeros, que sostienen que Liverpool en realidad debería llamarse Liverbird. El liverbird o pájaro liver [léase “laiver”], que no se alimenta necesariamente de vísceras, es el símbolo máximo de Liverpool, algo así como la representación del espíritu emprendedor y libre de sus habitantes. Probablemente se trate de un cormorán, aunque no está del todo claro. Algunos opinan que es una especie poco común de águila. Aparece representado en diversos puntos de la ciudad. Pero sus efigies más conocidas son las que coronan el Royal Liver Building, edificio señero de Liverpool situado a pie de puerto y visible casi desde cualquier punto. Dos de sus torres están rematadas por sendos liverbirds, uno mirando hacia la anchurosa desembocadura del Mersey, el otro hacia las cúpulas urbanas. Y los dos baten sus alas con ímpetu, como si estuvieran a punto de echarse a volar. Fuertes cables de acero impiden, presumiblemente, no tanto la hipotética fuga como los efectos no deseables de una ráfaga de viento o un temporal. Pero quién sabe. La leyenda sostiene que el día que los pájaros Liver alcen el vuelo, Liverpool dejará de existir.

Liverport. Liverpool también podría llamarse con total propiedad Liverport. Su puerto, encabezado por el Pier Head, o muelle principal, no sólo ha sido vital en el despegue moderno de la ciudad, desde finales del siglo xix, sino que reúne buena parte de sus atractivos actuales, tanto desde el punto de vista cultural como lúdico. Con ocasión de la capitalidad cultural europea de 2008, toda la zona portuaria fue remodelada y aún se encuentra en plena reconversión, con obras en marcha tan importantes como el nuevo Museo de Liverpool, un llamativo “barco cubista” cuya función es la de articular las distintas instalaciones del Albert Dock, o el que será el rascacielos más alto del Reino Unido. En este espacio, en edificios históricos de cálida arquitectura industrial, se encuentran tanto el Merseyside Martitime Museum (una de sus plantas acoge el estremecedor Museo de la Esclavitud) como la sucursal en la ciudad de la Tate Gallery. En otro punto del mismo muelle, en el antiguo Britannia Pavillon, está el museo dedicado a la historia de los Beatles, The Beatles Story, que tiene un complemento en el nuevo edificio de la estación portuaria.
Liverbeat. Y Liverpool, claro, podría llamarse perfectamente Liverbeat (o Beatlespool , con acento jungiano). La presencia de los Fab(ulosos) Four, sus espacios biográficos y la topografía de sus canciones, salen al paso en muchos puntos de la ciudad, y la senda Beatles es el itinerario más común para las visitas organizadas, bien sea en la versión Magical Mistery Tour, con la colorida compañía del Sargento Peppers, bien en el más llamativo y primitivo Yellow Duckmarine Tour, a bordo de un patizambo autobús anfibio que añade al paseo urbano una breve travesía marítima para apreciar la impresionante línea costera (sólo por contemplar el Waterfront de Liverpool merece la pena el viaje).
En todo caso, el núcleo central del recorrido en pos de la memoria de los Beatles bien puede hacerse a pie, aunque espacios de tanta resonancia como Strawberry Field (ante su verja será preciso jugárselo todo al 59) o el área de Penny Lane, así como los espacios familiares de los miembros del grupo, quedan en barrios más o menos alejados del centro. No hace falta ser un beatlemaníaco para disfrutar de la búsqueda de rincones como The Cavern, el punto de partida de la aventura, y de toda la zona de Matthew Street y calles adyacentes, conocida como Cavern Walks, donde precisamente en estos días finales de agosto se está celebrando, como todos los años, la Beatles Week, un festival de música que reúne a grupos de todo el mundo. Por cierto, en él volverán a participar este año, como únicos representantes españoles, Los Escarabajos, el veterano y varias veces renovado conjunto que lleva a cabo imitaciones más que notables del cuarteto liverpuliano y de algunas de sus más conocidas actuaciones, aunque sea cambiando la terraza londinense de la Apple por una azotea sevillana al pie de la Giralda (bien pudiera ser la de la vieja casa de mi añorado amigo Vicente Tortajada, en Placentines). A las pruebas me remito.
Livercave. Por lo que se refiere a The Cavern, el descenso a sus entrañas es obligado, pese al calor sofocante, que por otro lado ayuda a la ensoñación. Aunque del club original apenas queda nada, ni siquiera está exactamente en el mismo sitio, el espacio reconstruido, con sus tres pequeñas naves separadas por arquerías a modo de templo pagano o catacumba, transmite bien lo que debió de ser la atmósfera de aquellos bulliciosos años sesenta recién estrenados: digamos que se nota la presencia del “dios del lugar”.
Al fondo del espacio central un pequeño escenario acoge de continuo a grupos o solistas que por lo común interpretan, con mayor o menor fortuna, el repertorio clásico del grupo, que así es homenajeado casi de forma ininterrumpida en el espacio que le vio nacer. The Cavern probablemente sea, como dice su publicidad, «el club más famoso del mundo». Un verdadero santuario que recibe continuas peregrinaciones. De sus muros cuelgan numerosas reliquias en forma de guitarras, carteles de conciertos históricos, discos, fotografías firmadas… lo dicho: reliquias. Y no estorba mucho, más bien al contrario, que el fervor más o menos religioso que a uno se le despierta se vea en ocasiones enfrentado al temblor de la falsificación. Como ocurre tanta veces.
Livermore… Liverpool tiene otros muchos nombres. Está, por ejemplo, el de Liverchurch, con sus dos monumentales y extrañas catedrales (una anglicana, la otra católica), a las que hay que añadir las ruinas okupadas de la iglesia de San Lucas y los sonoros perfiles de San Nicolás.
Ruinas de la iglesia de San Lucas.
Sin olvidarse de Livermuseum, que, además de las instituciones ya citados, cuenta con las valiosas colecciones de la Walker Art Gallery, de visita gratuita (como el resto de museos municipales, ¡como debe ser!). Ni del Livershop, sin duda el más extenso, pues ocupa buena parte del corazón de la ciudad e incluso amplias zonas trasformadas del viejo puerto, que ahora acogen el complejo Liverpool One, con sus grandes tiendas, sus cines palomiteros y los consabidos y gigantescos espacios diseñados para los ritos de masas. Y cómo no mencionar, aunque solo sea para «nunca caminar solos», el LiverAnfield, que también podría llamarse sin exageración LiverTorres (¡fervor lo que "el Niño" despierta, oiga!) y que se desparrama con sus sugerencias futboleras por diversos puntos y, a medida que se aproxima el fin de semana, multiplica entre las infatigables muchedumbres la presencia de zamarras rojas (en las que, por cierto, también luce una versión aguerrida del liverbird). Y aún quedarían el Liverboook, el Liverchina o el Liversky, con esos cielos que a veces recuerdan a los de Madrid y que parecen quedar al alcance de la mano desde la undécima planta del Atlantic Tower.
Como cifra de todos, en fin, está el Liverpool-Liverpool, una ciudad con gran personalidad, abierta y amable, que ha sabido conservar y revitalizar la elegancia decimonónica de su arquitectura victoriana y eduardiana, gravemente dañada durante la Segunda Guerra Mundial por las bombas nazis, y continúa buscando la forma de desarrollar argumentos viajeros que no se agoten en el tópico, poderoso pero también limitado, de sus más famosos hijos.


Imagen superior : Vista del muelle de Liverpool, con la torre del Royal Liver Building.
Fotos
-->©AJR, 2010

jueves, 12 de agosto de 2010

sábado, 7 de agosto de 2010

Resonancias (3): machadiana


Mucho antes que el inevitable Guernica (yo también) o que la frustrada posibilidad del no menos frecuente Ché (yo, tampoco), en las paredes de mi cuarto, frente a mi mesa de estudio, colgaba un póster de Antonio Machado con los hermosos y bien conocidos alejandrinos finales de su poema «Retrato» grabados sobre la ancha frente: «Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar». Palabras que, como a tantos, me acompañan a menudo y que quizás resuman la mejor (y más consoladora) filosofía vital que haya tenido nunca. Qué sabio, en su aparente sencillez, don Antonio. Y cómo crece su obra a medida que pasa el tiempo (y nosotros con él).


(Aunque es mucho más conocida la versión del poema cantada por Serrat, dejo aquí la limpia y libre interpretación flamenca de Calixto Sánchez, quizás más cercana al modo de decir, e incluso de sentir, del poeta.)

Imagen: «Sol de medianoche con barca», tomada del blog Laberinto de lluvia.




miércoles, 4 de agosto de 2010

Chapuzón

Pasen y vean, merece la pena.
Primero vienen los alegres batracios, con sus juegos audaces junto al agua.
Después llegan los cisnes, dibujados con la gracia de un equilibrio en verdad prodigioso.
Los pasos finales llegan a poner en tela de juicio la ley de la gravedad.

Un chapuzón sin duda circense
pero quizás por eso mismo aún más refrescante.

(Es aconsejable cliquear sobre el vídeo y verlo en pantalla completa.)


martes, 3 de agosto de 2010

Cante


Hay ayeres que hieren,
ay, ay ay.
Ayer es hoy herido.
Y no hay ayer que hoy haya,
ja, ja, ja,
llegado a ser el mismo.
Ay, ayer que ayer era
y hoy ya es ido.


Una de las grandes citas musicales del verano, el festival de La Unión, celebra su 50º aniversario con un gran programa (del 3 al 15 de agosto): Paco de Lucía, Miguel Poveda, Enrique Morente, Manolo Sanlúcar, José Mercé, Mayte Martín, Israel Galván...

Hace un mes, en el acto de presentación del evento, Miguel Poveda reconoció de este modo (primer vídeo) su muy especial relación con el lugar donde se bautizó como artista (segundo vídeo que, pese a sus deficiencias sonoras, puede considerarse un documento histórico).