(La Palestra)
Si los cómputos cronológicos, correcciones incluidas, no nos engañan, hoy, 19 de septiembre de 2025, se cumplen 445 exactos años de la liberación de Miguel de Cervantes de su penoso cautiverio de cinco años en las prisiones o "baños" de Argel. El autor estaba a punto de cumplir 33 años (el día 29) y tenía por delante la más prodigiosa aventura literaria vivida por escritor alguno, incluida la creación de uno de los pilares indiscutibles de la cultura occidental, ese patrimonio que, según algunos analistas y a juzgar por la actual concatenación de hechos catastróficos, se encuentra en claro peligro de destrucción, acaso ya con evidentes síntomas de ruina.
La efemérides viene a coincidir con la llegada a las pantallas de El cautivo, la película de Alejandro Amenábar a la que, una vez vista y en espera de volver a ella, le aplicaría a bote pronto los adjetivos de: entretenida, discreta, necesaria, brillante en lo visual, arriesgada en lo argumental, algo falta de ingenio en los diálogos, no del todo ajustada en el casting y las interpretaciones, aunque sí sobresaliente en al menos dos aspectos.
El primero es la interpretación de Miguel Rellán dando vida —y voz inolvidable— a Antonio de Sosa, el clérigo portugués que fue amigo de Cervantes en su cautiverio y que aquí se convierte en narrador de la historia. Su peso en la película es determinante, como también me lo parece un hallazgo de cariz quijotesco —que no desvelaré—, muy intuitivo y bien usado, y que cuenta con las muy atinadas actuaciones de César Sarachu y Jorge Asín.
El otro aspecto sobresaliente, muy en primer plano, es el subrayado que el filme hace del arte prodigioso de contar historias, rasgo fundamental del genio cervantino y que, un poco a lo Sherezade, aquí se presenta como salvoconducto decisivo para su redención. De hecho, esa actitud homenajeada y ponderada de continuo en la película también es la responsable del que seguramente va a ser el principal efecto beneficioso de la proyección: traer a la actualidad la figura de Cervantes, invitar a leer o releer sus obras, a indagar en su admirable y casi heroica vida. Solo por eso —aunque hay mucho más— hay que agadecerle al creador de Tesis, Los otros o Mientras dure la guerra su última creación.
Lástima que el tratamiento de la importancia del humor —otro de los rasgos cervantinos que ha demostrado su poder literario revolucionario—, si bien convocado con acierto, no esté desarrollado, a mi juicio, con el tino suficiente; quizás porque el fragmento del Lazarillo de Tormes elegido para ilustrar ese aspecto —y de paso subrayar el peso antecesor de esta obra en la configuración de la narrativa moderna— no resulta convincente ni logra crear el clima cómico que exigiría la situación .
Y está, también, claro, el polémico asunto de las relaciones homoeróticas del Cautivo, cuestión de largo recorrido y que, desde al menos los años 80 del pasado siglo, se ha dilucidado repetidas veces, se ha novelizado —Arrrabal lo fizo por las bravas, sin cortarse un pelo y seguramente casi delirando— y se ha puesto en su contexto: ahí están, entre otras, las aportaciones de Daniel Eisenberg, siguiendo el rastro de lo historiado por Emilio Sola y J. F. de la Peña, y lo analizado con detalle por Robert ter Horst. Como tantos otros muchos aspectos biográficos del autor del Persiles, es una hipótesis con escasos aunque no irrelevantes fundamentos, y desde luego no confirmada ni esclarecida de forma documental. Y acaso nunca lo sea.
Pero, como ha explicado el propio Amenábar, hubiera sido un error no abordar el asunto. Y, a mi entender, lo hace desde el estricto terreno de la ficción y con soltura y pertinencia; también acaso con solidaridad de sentimientos y con cierta retórica ambiental idealizada pero en el fondo bien medida.
En una interpretación, quizás algo sesgada —pero poderosa— hacia el lenguaje lorquiano del "amor oscuro", bien se pudiera amparar la decisión creativa del director del filme en los versos que Cervantes escribió en una de sus piezas teatrales centradas en la recreación de su experiencia de cautiverio, y que figuran en una muy devota y hermosa oración a la Virgen María (la Lela Marién que con tanto afán invoca Zoraida en los capítulos quijotescos donde Cervantes sin duda tiró de su propia peripecia para contar la historia del Cautivo que se inserta en los capítulos XXXIX a XLI de la Primera Parte del Quijote); versos que dicen así:
Bien sé que no merezco que se acuerdevuestra eterna memoria de mi daño,porque tengo en el alma, fresco y verde,el dulce fruto del amor extraño.
(El trato de Argel, 1582)
Al fin y al cabo, en lo tocante a sentimientos y respecto a los caminos por los que puede conducir a los humanos la pasión o la necesidad, como diría Raphael, ¡qué sabe nadie!
No hay comentarios:
Publicar un comentario