El repartidor de hielo en la calle de Los Metges, de Barcelona, en 1960. Foto de Eugeni Forcano.
La gran novedad de aquel verano fue la llegada a casa del armario-nevera. Permitía refrescar las bebidas y otros alimentos gracias a los grandes trozos de hielo que se depositaban en un recinto provisto de una especie de bandeja metálica. El suministro lo hacían a domicilio hombres no siempre sospechosos pese a ir equipados con unos sacos de arpillera sobre los que apoyaban las sólidas barras goteantes. En todos estos años no he podido olvidar al vendedor de hielo. Ni tampoco quitarme de la cabeza el garfio con que segó mi vida.
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