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(Al paso, 21). Canción improvisada de Navidad. El tiempo contado cae sobre el cuaderno en forma de escritura cincelada, no comprensible —o sólo con los ojos de la imaginación—, pero obediente a impulsos que tienen su fuente en búsquedas, acaso inhumanas, sin duda inútiles, y que discurren por la esfera más reservada del silencio íntimo, allí donde solo son visibles los cuerpos de los deseos no identificados, la materia bruta de los sueños, el escombro crujiente del final del día que uno se encuentra intacto, en un rincón del cuarto, con la primera luz del amanecer.
De lo que no se puede hablar, decía Witt, hay que callar. La mano exenta, libre, voladiza, sabe arrancarle a la materia gráfica un puñado de minúsculas criaturas que, con sus juegos arabescos y sus giros malabares, son capaces de tatuarle al día preciso de la sexagésima tercia Natividad una senda de oscura mansedumbre.
Y hasta el ánima libre del que despierta no duda en echarse a andar por ella. Y que comparezca el astro rey, al eco de un viejo villancico: «De una virgen hermosa / celos tiene el sol / porque vio en sus brazos / otro sol mayor». Feliz Navidad.
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