lunes, 9 de mayo de 2016

Manuel Vicent: la vuelta al ruedo


No hay signo más claro de que san Isidro está a la vuelta de la esquina que la aparición en El País del artículo antitaurino de Manuel Vicent. No sé con exactitud a cuándo se remonta el primero (¿1981?), pero tengo la sensación de haberlos leído durante toda la vida. Mucho antes de que el ecologismo prendiera —aunque todavía poco— en el sentir común, y cuando aún faltaba un mundo para que dejara de ser una extravagancia hablar del «derecho de los animales», Vicent llegaba puntual, en los primeros días de mayo, con la campana bien afinada de su prosa levantina, a conjurar la sangre que iba a derramarse en el coso de Las Ventas. Y, con ella, la de todas las fiestas sangrientas que a partir de ese momento se disponen a encarar su apogeo estival, tras el aldabonazo de la feria taurina más larga e importante del planeta.

Supongo que alguien habrá tenido ya la buena idea de recopilar estos escritos y no sería extraño que sobre ellos se haya llevado a cabo un estudio de estilo para poner de relieve cuántos modos diferentes hay de venir a decir lo mismo, sin caer nunca en la fatiga del estereotipo y sin darse por vencido frente a la inutilidad práctica del mensaje. Tan pronto como tenga un rato libre, me pondré a indagar sobre estos extremos, de los que a buen seguro la red alberga capturas ciertas.

Hoy, al volver a encontrarme en el papel con la columna isidril de Vicent, se me ha abierto de nuevo, pero tal vez como nunca, la flor de la paradoja. Es el estado de perplejidad que siento siempre que se me plantea en la conciencia la polémica de los toros. No encuentro razonable ningún argumento para excusar el sufrimiento animal. Y estoy convencido de que, como apunta Vicent en su último clarinazo, la fiesta de los toros toca a su fin. No será de inmediato, pero sus días están contados.

La contradicción, sin embargo, surge cuando pienso en todo lo que sin la tauromaquia nos habríamos perdido. Lo primero, unas cuantas páginas del diccionario llenas de metáforas brillantes. Y, en la sabia mezcla de ellas, todo un género literario, a cuyo lado ha ido creciendo una muy interesante obra periodística, que va desde los míticos artículos de mi paisano Gregorio Corrochano hasta las inolvidables piezas maestras del gran Joaquín Vidal, con el que Vicent, por cierto, más de una vez sostuvo algún épico «mano a mano». Por no hablar de tantos libros, como el excepcional Belmonte de Chaves Nogales. O el inolvidable poema de Lorca dedicado a Sánchez Mejías. O incluso algunos de los romances que mi viejo amigo Rafael Duyos dedicó a destacadas figuras del toreo. Y, en fin, toda la extensa nómina de obras de arte en tantos campos de la expresión humana: pintura, escultura, música, cine. Y, ya dentro del aspecto innegable que el propio toreo tiene como arte, algunos momentos de una belleza que no son fácilmente explicables: pura «música callada», que dijera Bergamín.

Y, para mayor inri, sin los toros y sin la feria de san Isidro, nos habríamos perdido la insustituible cita de estos artículos que desde hace tanto ordenan con tan buen pulso los días de mayo.



Fotografía superior: Manuel Vicent en Dénia, en 2011, © Jesús Ciscar/El País
De la inferior, no he podido localizar el autor. La he tomado de aquí.

2 comentarios:

Antonio del Camino dijo...

Bien traído, Alfredo. Con tu permiso, enlazo la entrada en mi muro de F.

Un abrazo.

Alfredo J Ramos dijo...

Gracias, Antonio. Por partida doble.