No soy lo que se dice un gran aficionado al baloncesto, aunque sea el único deporte, junto al pimpón, en el que de niño y adolescente conocí alguna gloria deportiva, o al menos vivida por mí como tal, por cuanto en todos los demás juegos era, sin ambages, «malo». O, lo que es lo mismo, torpe y carente de cualidades que, en la panda de amigos o entre os compañeros de colegio, me situaran en una posición no humillante a la hora de la formación de los equipos mediante la cruel selección que los capitanes de cada bando realizaban, nombre a nombre, tras la consabida disputa «a pies». Aquello si que era una escuela de supervivencia, en cuanto a la autoestima y la valoración por parte del grupo de iguales, bases sobre las que, como los psicólogos saben bien, suelen cimentarse muchos rasgos de nuestra personalidad social e incluso íntima.
Pues bien, sin ser, ya digo, un forofo del básquet, recuerdo pocas emociones deportivas tan intensas como las vividas esta noche durante el partido Francia-España. Un partido que más bien recordaba al suplicio de Tántalo: una y otra vez creíamos que el agua se hallaba ya al alcance de la boca, pero siempre volvía a bajar su nivel, y Francia volvía a irse en el marcador e incluso parecía estar a punto de dejarnos de nuevo en la cuneta. Pero esta vez, por fortuna, el héroe no se llamaba Tántalo (ni Sísifo), sino Pau Gasol. Un gigante que, haciendo honor a su nombre y flanqueado por un cuarteto de auténticas estrellas de la canasta, todos ellas provistas de una infinita capacidad de sufrimiento, hizo salir la luz en plena noche y en plena cancha, cuando ya algunos, hombres de poca fe, creíamos que todo estaba perdido.
Los golpes de pecho y el gesto de rabia jubilosa con que Pau Gasol celebró la más decisiva de sus muchas jugadas geniales han sido uno de esos momentos sin tiempo que ya forman parte de la leyenda en la historia deportiva de nuestra sensibilidad, como el gol de Marcelino a Rusia, la caída de Ocaña en el Tour del 71 y su triunfo en el del 73, la sonrisa de Paquito Fernández Ochoa tras ganar el eslalon (entonces slalon) en Sapporo, la medalla de plata en Los Ángeles del equipo de baloncesto liderado por el malogrado Fernando Martín, los giros de cabeza de Fermín Cacho en la recta final de los 1.500 de Barcelona, Induráin en cualquiera de sus Tours y en todos ellos, el cuerpo a tierra de Nadal en Wimbledon tras derrotar a Federer o, por supuesto y sin estirar más los grandes recuerdos del forofo, el gol de Iniesta en la final de Sudáfrica.
Un repertorio al que sin duda pueden añadirse algunos otros hitos más particulares, menores, pero no menos significativos. Personalmente, por ejemplo, contabilizaría también los cinco goles que Fidel Uriarte, vistiendo la zamarra del Athletic, le endosó al Betis en un partido de 1967, aboliendo con ello un duro invierno. O la vez aquella en que Perico Delgado le robó la cartera a Robert Millar en la sierra de Madrid. Se trata, en suma, de una secuencia gloriosa a la que la emocionante, descomunal, trepidante, soberbia e inolvidable gesta liderada por Gasol, resumida en un gesto de hechuras míticas, acaba de sumarse para siempre.
Gracias, Pau, por esos momentos de pura felicidad.
(Para mi amigo Antonio del Camino, que lo habrá disfrutado como sólo los sibaritas de la canasta pueden hacerlo.)
4 comentarios:
Muchas gracias, Alfredo, pues no podía "desayunarme" mejor tan de mañana. Y he de decir que, entre las muchas crónicas que sobre el partido leeré hoy, ésta, con toda seguridad, será la más real, emocionante y emocionada.
Buena parte de los aficionados (entre los que me encuentro, como bien sabes), deberíamos entonar un "mea culpa" y hacer penitencia en el desierto, pues no encontré antes de la batalla contra Francia ni a uno solo (me incluyo) que diéramos un duro por la selección. Quedaba la esperanza, pero con los pies en la tierra, nos temíamos un palizón de la escuadra de Parker. Únicamente ellos creyeron en sí mismos, incluso, como bien apuntas, en los momentos en los que parecía que nos hundiríamos definitivamente. A pesar de los rebotes que perdimos, de los triples que no entraron..., es difícil perder con un Gasol descomunal y con una fe como la que demostró a propios y extraños, y supo contagiar a sus compañeros.
Tardé en dormirme anoche por la excitación, y hoy, recién levantado, aún siento el gusanillo en el cuerpo. Parece mentira que esto suceda a la que edad que uno va teniendo. Ahora, a esperar a Serbia o Lituania (supongo que la primera). Después de lo de ayer todo es posible.
Un fuerte abrazo.
Espléndida entrada, Alfredo. Todavía me estoy comiendo los puños por la tensión e ayer. Y lo malo es que esta noche voy a ver también el Serbia-Lituania para ver cuál de ellos nos toca en suerte. Huesos duros de roer, en todo caso.
Vaya ojo clínico que tengo. Serbia, suponía. A la postre, la final prevista, Francia/Serbia, va a ser el segundo plato del suculento menú que está siendo el Eurobasket.
A ver si hay suerte y rematamos la faena. Ganas no faltan.
Gracias, Antonio y Elías. Al final, la ídem fue un auténtico paseo y el tercer título europeo cayó en la buchaca mansamente. Siempre recordaremos (si el Dr A. nos lo permite) este campeonato por la emoción de la batalla contra los galos. Y por las genialidades de Pau. Ha sido un triunfo brillante. Y en son de Pau.
Publicar un comentario