Uno de los personajes más populares de la televisión en los años sesenta y setenta (de otro milenio hablo) fue, sin duda, el crítico de cine Alfonso Sánchez. Su nombre hoy ya no parece decir nada a casi nadie, pero estoy convencido de que en mi generación y en las inmediatamente anteriores y posteriores somos muchos (con la segura excepción del ministro Montoro) los que le debemos un especial aprecio del cine como algo más que un mero entretenimiento. La naturalidad y gracia con la que Alfonso Sánchez presentaba las películas, y la sabiduría de sus comentarios en los diferentes programas en los que se ocupaba de la sección de cine, fueron, en aquellos años de formación, una alerta valiosa sobre la naturaleza artística del séptimo arte. Incluso me atrevería a decir que fue él el primero que a muchos nos enseñó a ver aspectos que ni siquiera sospechábamos que pudieran entrar en juego en lo que hasta entonces era, más que nada, una fascinación a la que nos entregábamos siempre que era posible, en especial los domingos por la tarde y en sesión continua.
La voz de Alfonso Sánchez, con su inolvidable registro nasal de trompetilla, algo gangosa y algunas veces a punto de desbaratarse en los atascos de la tartamudez o entre los ataques de tos (siempre sospeché que eran rasgos que el personaje exageraba a propósito), forma parte de la banda sonora de esos años, no sólo por las muchas veces que la oímos en la pequeña pantalla, sino también porque se convirtió en fuente de inspiración de humoristas y caricatos: no había artista cómico que no incluyera entre sus habilidades la imitación de «Alfonso, el peliculero». Incluso en las veladas de colegio o en las fiestas de fin de curso era habitual el numerito, muchas veces acompañado por la parodia de los relatos faunísticos de Félix Rodríguez de la Fuente, otra voz tan peculiar como inolvidable.
Esta mañana sin saber por qué, quizás debido a las contradictorias mareas emocionales propias del infinito ciclo navideño, me he despertado con una gran añoranza de esa voz. Y me he puesto a buscarla por la red. Fruto de esa pesquisa es este excelente documental (más bien un autorretrato del personaje) que José Luis Garci realizó en 1980, un año antes de la muerte del gran crítico de cine.
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